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Tribuna
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Ruidos

Joaquín Estefanía

La coyuntura española está llena de ruidos y de realidades virtuales. La confusión (los ruidos) es lo contrario de la información, según se ha demostrado en un seminario sobre Los medios de comunicación y las transformaciones políticas, celebrado esta semana en la sede de El Escorial de la Complutense. En el pasado fue la ausencia o la limitación de la información; hoy la manipulación funciona en términos de asfixia, de sobreabundancia de noticias sin priorizar, para que no se pueda profundizar con facilidad sobre lo que sucede, para dificultar la distinción entre lo cierto y lo falso, lo principal de lo accesorio, se engaña, pero no se oculta. Pues bien, en estos dos meses largos de nuevo Gobierno la única realidad real es el paquete de medidas aprobado por decreto ley, que disminuían los impuestos de las rentas del capital y liberalizaban algunos sectores. Por ahora, el resto, las privatizaciones, las intenciones laborales,. las reformas fiscales, la congelación salarial de los funcionarios... sólo son declaraciones, en la mayor parte de las ocasiones contradictorias. El que mejor mantiene el tipo es Rodrigo Rato, que suele aparecer para decir lo que ya es seguro que va a hacer o lo que se está estudiando, sin rotundidades que luego se diluyen en la nada. Lo demás son ruidos.¿Qué pasó con el verdadero déficit que dejó el PSOE? ¿En qué proyectos concretos se produjo el recorte de 200.000 millones de pesetas? ¿Cuáles son los números de la nueva financiación autonómica? ¿En los presupuestos de qué ejercicio se va a producir la reforma -y la rebaja- del IRPF? ¿Y el ahorro de los 5.000 altos- cargos que se iban a suprimir? La respuesta está en el viento y ahora llega otro lote de incógnitas: ¿subirá la gasolina con el objetivo de incrementar los ingresos públicos, ¿habrá aumento de gravámenes disfrazados de tasas en algunos servicios públicos?, ¿quien va a pagar el exceso del gasto farmacéutico, los usuarios o los laboratorios?, etcétera.Mientras tanto, comienzan a hacerse los principales números de los Presupuestos de 1997 y las contradicciones dejan de ser teóricas. Tres cuartas partes del gasto público está comprometido de antemano, no queda apenas presupuesto para el Ministerio de Fomento (inversión pública) y los gastos estructurales, aquellos que se reproducen ejercicio tras ejercicio, permanecen intactos. Cumplir los criterios de convergencia no significa conseguir un año el 3% de déficit público, sino mantenerlo e incluso disminuirlo en los ejercicios futuros.

Por sus promesas electorales y poselectorales, por ser más papistas que el Papa en el gasto social, el PP puede verse envuelto en una dinámica a la francesa, en la que los ciudadanos no perdonen ni el recorte ni haber sido engañados. También el gasto social puede tocarse sin afectar a su función: ¿por qué tiene el mismo acceso a productos farmacéuticos subvencionados un pensionista con rentas y patrimonio altos que otro con rentas bajas y sin patrimonio? Recientemente, en estas mismas páginas, el sociólogo Enrique Gil Calvo citaba un argumento de Mishra: el giro neoliberal no se produce en el volumen total del gasto social, que crece, sino en su distribución sectorial que se modifica sustancialmente en beneficio de las clases medias urbanas y en detrimento del resto de las clases subordinadas, cuyos gastos asistenciales y no contributivos se recortan sustancialmente. Y esta redistribución regresiva se produce sobre todo por dos procedimientos: sustitución de impuestos directos por indirectos, y concentración del gasto en derechos universales mientras se anulan o reducen los derechos sectoriales.

Otro debate para polemizar sin ruidos.

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