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De Oliveira a Mozart

Se celebra mañana el día europeo de la música. Destacar un día concreto no es un buen síntoma en una expresión artística como la música, tan necesariamente cotidiana. El hecho tiene más connotaciones antiamnésicas que puramente comerciales. No es una incitación al regalo como el día de la madre o similares. Su función principal es llamar la atención a la sociedad de la existencia de la música, invitar a su descubrimiento a los que no la disfrutan habitualmente. Es una declaración de buenas intenciones que, quién sabe, a lo mejor propicia algún encuentro.Ante el día europeo de la música, lo más aconsejable es dejarse llevar directamente por el arte de los sonidos. Con frecuencia dicen los no adictos que el mundo de los espectáculos musicales es muy cerrado: se accede muchas veces por abono, hay dificultades para conseguir entradas, las previsiones tienen que realizarse a largo plazo... La comunicación fuera de los círculos de enterados no se ha producido con la naturalidad deseable, tal vez por inercia, tal vez porque la sociedad actual requiere otros mecanismos, pero lo constatable es que en la mayor parte de los conciertos o recitales sobran localidades y, lo que es más grave, permanecen al margen del entorno cultural. Para entendemos, todo el mundo sabe que Aida se va a representar la próxima semana en la plaza de toros de Las Ventas, y son muchos los que conocen que La Fura dels Baus van a debutar en la ópera con Atlántida en Granada desde el domingo, pero la repercusión sociológica que tienen obras tan fundamentales como Las bodas de Fígaro en Madrid o La vuelta de tuerca en Barcelona es considerablemente menor.

Asistir a una representación de Las bodas de Fígaro de Mozart o La vuelta de tuerca de Britten es una magnífica elección para celebrar el Día europeo de la música. Son dos joyas de la ópera y dos puntos fundamentales de la creación humana, se esté en sintonía o no con el teatro lírico. Tienen una música maravillosa, desde luego, pero también sus libretos alcanzan el máximo interés, tanto el de Da Ponte a partir de Beaumarchais para Mozart, como el de Myfanwy Piper a partir de Henry James para Britten. Las bodas, estrenada un 1º de mayo, es el primer título revolucionario en su tratamiento de las clases sociales de toda la historia del arte lírico; La vuelta es la incursión más audaz y redonda en la lírica teatral del mundo de los fantasmas. Cuentan las representaciones de Madrid (a partir de hoy, dentro del festival Mozart) y Barcelona (mañana y varios días más hasta el 30, dentro de la temporada del Liceo) con dos acertadas producciones escénicas: la de Graham Vick para la English National Opera de Londres, y la de Michael Hampe para la Opera de Colonia. Los repartos vocales y los directores musicales son también solventes.

Podría ser una buena excusa para muchos aprovechar lo del Día europeo de la música para descubrir a Mozart o Britten. Es una forma además de entrar en la ópera sin recurrir al siglo XIX. Pensaba yo el domingo en la Filmoteca durante la proyección de Aniki-Bobó, película de 1942 de Manoel de Oliveira, inspirada en una canción infantil de patio (magnífico el artículo que sobre este tema ha escrito la antropóloga argentina Florencia Finger en el último número de la revista Música y Educación) que una de las acciones inmediatas para abrir algo más la música a la sociedad habría sido regalar a todos los asistentes al filme una localidad para Las bodas de Fígaro: el espíritu joven y receptivo del público de la Filmoteca (o el de los Alphaville y Renoir) trasladado a los teatros de ópera. Es un sueño de sueños, como diría el gran novelista italiano Antonio Tabucchi (otro sería que Oliveira dirigiera Tristán e Isolda), pero tan necesario para sobrepasar fronteras, que el Ministerio de Educación y Cultura debería tomar buena nota en vez de malgastar tiempo y energías aplicando intervencionismo político a la cultura, como está haciendo tan lamentablemente a propósito del Teatro Real.

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