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Entrevista:

"Los húngaros estamos pagando un alto precio por ingresar en la UE"

ENVIADO ESPECIAL "Los políticos saben recuperarse, pero nunca acaban de ser normales", responde con humor el primer ministro húngaro y líder del Partido Socialista (ex comunistas, 209 escaños en un Parlamento de 386) a un comentario sobre su aspecto relajado a mitad de su mandato de cuatro años. Gyula Horn, 63 años, una figura menuda sentada a una minúscula mesa en un despacho de enormes proporciones en el Parlamento de Budapest, fuma sin cesar durante la entrevista. Fuera, a 35 grados, en la explanada a la entrada principal de este edificio neogótico junto al Danubio, una banda militar y una compañía de honores ensayan la recepción al presidente de Eslovaquia, mientras los aspiradores dan los últimos toques a la alfombra roja.Cuando acaban las formalidades del encuentro con EL PAÍS, Hern se despide con un encendido elogio -"¡Oh, fanástico!"- del jamón serrano y el queso de oveja.

Pregunta. ¿Ha pasado lo peor del drástico plan de ajuste para los húngaros o está todavía por llegar?

Respuesta. Desgraciadamente, continúa, aunque no van a adoptarse medidas tan radicales como las de 1995, cuando el salario real se redujo un 12% y el consumo en un 10%. Me gustaría que este año la reducción salarial estuviera por debajo del 3%. Si logramos mantener nuestros compromisos presupuestarios, en 1997 los sueldos ya no bajarán. Los húngaros. están pagando un precio muy alto, pero en 1995, por primera vez en 10 años, hemos ajustado las remuneraciones a las posibilidades reales del país. En dos años hemos reducido del 8,5% al 4% el déficit presupuestario en relación al producto interior bruto. En 1994, el déficit de la balanza de pagos fue de 3.000 millones de dólares (384.000 millones de pesetas); ahora estamos por los 2.000 millones. No tengo ninguna envidia a mi propio Gobierno, porque todo esto crea tensiones muy serias. Pero o seguimos este camino, aunque a veces sea impopular, o engañamos a los electores.

P. ¿Por qué gobiernan los antiguos comunistas en casi toda Europa central y oriental?

R. No quiero hablar de otros países, pero me solidarizo con ellos. En Hungría fue un pequeño grupo de dirigentes del partido del Estado [comunista] el que promovió el cambio, en la segunda mitad de los ochenta. Mis compañeros y yo figuramos entre quienes dijimos que había que derrocar el régimen por antidemocrático y antiproductivo. No fue fariseísmo. Se partió de la convicción de que el sistema tenía que transformarse radicalmente.

P. ¿Qué opina de las recientes elecciones en la República Checa?

R. A los electores les gusta tener perspectivas, pero lo decisivo es cómo se refleja la política de un Gobierno en su vida cotidiana. Como izquierdista, me alegro del avance del Partido Socialdemócrata. Estoy convencido de que en Europa existen sólo dos tendencias fundamentales, la derecha y la izquierda. El liberalismo puede ser un gozne. Volviendo a la República Checa, creo que la alternativa a la derecha podría ser una izquierda de tipo europeo. No sé cómo será el nuevo Gobierno, pero estoy seguro de que el primer ministro sea Klaus u otro, mantendrá el proceso de transformación.

P. Tras dos años de alianza, ¿cómo funciona el Gobierno de coalición con los liberales húngaros?

R. Con discusiones y tensiones. Son dos partidos de ideologías diferentes. Ahora está sobre el tapete la reforma de las prestaciones sociales. Es importante decidir si queremos cambios drásticos en la salud pública, en las jubilaciones o en la enseñanza, pero las discrepancias comienzan cuando se trata de aplicarlos. La coalición no habla de ideología, sino de temas a ras de tierra. Estamos de acuerdo con nuestros socios en que hay que actuar consecuentemente en dos terrenos fundamentales. Uno, la estabilización económica, en el que no discutimos. El otro, el ritmo de cumplimiento de las reformas sin hacer rebosar el vaso de la paciencia popular. Ahí vienen los enfrentamientos. Los liberales convierten en cuestiones de principio algunas que no lo son.

P. He escuchado informaciones alarmantes sobre el aumento del crimen organizado y su impunidad en Hungría.

R. Es uno de los mayores males de Europa central. Los gánsteres acuden siempre a los procesos de transformación social para aprovechar la confusión. Es natural que el crimen gane terreno mientras el marco legal no está refinado y se carece de experiencia suficiente o cuando el Estado se dedica a tareas más prioritarias. El otro problema es que esta delincuencia tiene carácter internacional, está muy bien organizada y maneja mucho dinero, con el que intenta comprar a políticos y funcionarios. Yo considero una tarea central el enfrentarse al crimen organizado.

P. ¿Cree usted que su Gobierno tiene apoyo popular?

R. Para mí es muy alentador que a pesar de las medidas que hemos tomado la mayoría de la población siga con nosotros. A veces ni yo lo entiendo. Quizá la gente cree que este Gobierno no está trabajando para su bolsillo. En dos años no ha habido en Hungría ningún escándalo serio de corrupción, a pesar de que los medios informativos y el Parlamento buscan con lupa. Si encontrásemos pruebas de lo contrario, actuaríamos, muy duramente. Ésta puede ser una de las explicaciones por las que el Ejecutivo mantiene el apoyo social.

P. ¿Qué espera de las elecciones rusas?

R. Es una pregunta dificil. En Rusia se mezclan muchas cosas, pero no sé hasta qué punto ha estado presente en la campaña la modernización. Ese es el tema clave. El vaticinio es muy incierto, puede suceder cualquier cosa, pero lo decisivo para quien sea el presidente es avanzar con mayor rapidez en el camino de la modernización. Yo soy hincha de quienes quieren hacer reformas radicales en Rusia. Ya es hora de emprender este camino.

P. ¿Cuándo podrá Hungría incorporarse a la Unión Europea (UE)?

R. El 24 de diciembre del año 2000. Podría ser un regalo navideño para la nación húngara [risas]. Creo que los 15 miembros de la UE están a favor de que Hungría esté en primera línea. También el nuevo Gobierno español. Para nosotros es vital. Subordinamos a la incorporación toda nuestra normativa interna, jurídica y económica. La sociedad húngara está pagando un precio muy alto para poder ingresar, creo que más alto que ninguno de los países de la UE. La mayoría de los húngaros pasa por una situación muy difícil. Si la integración fracasara, la desilusión colectiva sería enorme. La UE tiene la gran responsabilidad de no abandonar a un país.

P.¿En qué fase está la privatización?

R. Ha llegado a la etapa final. La propiedad privada supera el 70% y el año próximo llegará al 80% u 85%. Hemos privatizado sectores tan estratégicos como la energía y las telecomunicaciones, algo que muchos países de Europa occidental todavía no han hecho, y casi ninguno en esta región. A veces tengo la impresión de que somos mejores alumnos que los propios miembros de la UE.

P. ¿Cree que la anunciada reforma en la estructura de la OTAN puede acelerar el ingreso de Hungría?

R. No sé si será antes la OTAN o la UE. Lo esencial es que al final del milenio podamos integrarnos en ambas organizaciones. No hay que apresurarse, hay que crear las condiciones nacionales e internacionales.

P. ¿Cómo están las relaciones con las vecinas Rumania y Eslovaquia, donde hay fuertes minorías húngaras?

R. Muy bien en los planos económico y cultural y en los contactos personales. El problema es que tanto en Rumania como en Eslovaquia se adoptan a veces leyes que no corresponden a las normas europeas sobre las minorías. La ley sobre la enseñanza en Rumania no se ajusta a los requisitos, ni la ley sobre el idioma en Eslovaquia.

P. Los reyes de España visitarán próximamente Hungría.

R. Sí, les esperamos en septiembre. Es un buen momento de las relaciones entre ambos países.

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