Cuba, el país de las maravillas
El mundo al revés de Lewis Carrol, el de Alicia en el País de las Maravillas, se parece mucho a las relaciones que hasta ahora ha mantenido España con Cuba desde el inicio de la revolución castrista en 1959.El general Franco se entendía con Castro casi tan bien como Felipe González, mientras que miles de españoles e hijos de españoles residentes en Cuba iban a las cárceles progresistas de Castro o al exilio, con sus propiedades confiscadas. Pero todo hay que decirlo: a diferencia de Franco, González firmó, en 1986, un acuerdo surrealista de compensaciones por las propiedades confiscadas; el entusiasmo y sorprendente apoyo de los comunistas de IU por los empresarios españoles en Cuba, desde 1990, sólo se explica por el hecho de que el socio obligado, al 50%, es el compañero Castro; los sindicatos españoles invierten fondos de pensiones en Cuba, un país de alto riesgo y en el que lo único libre que hay es el despido; buena parte de los intelectuales que se consideran progresistas no se han querido enterar de que aquello es una dictadura totalitaria con cientos de presos políticos en las cárceles y una pena de muerte a punto de ejecutarse; el Gobierno socialista, además de entregar cuantiosas sumas de dinero de los contribuyentes, ha prestado un servicio impagable en apoyo diplomático al Gobierno de Cuba sin contrapartidas.
Parece que ha llegado el momento de terminar con el papelón que veníamos haciendo en Cuba ante los mismos cubanos y la opinión pública internacional. Y todo ello, a lo largo de un brillante recorrido que pasaba la mayor parte de las veces por el mundo al revés, por hacer el primo o directamente el cómplice.
El debate de fondo en relación a las nuevas relaciones con Cuba se centra en la experiencia de la política socialista: durante 12 años el apoyo diplomático, las ayudas de todo tipo, ¿han generado un avance significativo en relación con el inicio siquiera de una transición hacia la democracia? A juicio del comisario socialista de la Unión Europea, señor Marín, no se dan las condiciones mínimas para el inicio de un diálogo que dé lugar a un acuerdo de cooperación. Y si ése es el "consenso" europeo, ¿quién está fuera, el Gobierno español o el señor González? ¿Por qué González clama por una política de cooperación que no está dispuesta a realizar la UE?
El PP lleva años señalando que la política de complacencia socialista no estaba haciendo otra cosa que contribuir a consolidar esa dictadura, a la vez que ponía por los suelos el nombre de España entre la inmensa mayoría de los cubanos que no pueden entender el apoyo de González a Castro. ¿Alguien puede pensar que de haberse demostrado en la práctica lo acertado de la cooperación llevada a cabo hasta ahora, el PP habría alterado esa cooperación? Por desgracia, no es así; de lo que se trata ahora es de no continuar con la política de el mundo al revés, la de la complicidad consciente o inconsciente con la dictadura, posición a la que Castro ha tenido habilidad para arrastramos durante años.
Según Castro y González, lo lógico habría sido que España encabezara una campana contra la ley Helms-Burton, como antes contra el embargo. De este modo, el eje del debate se habría situado fuera de Cuba, en la tradición del país de las maravillas, de el mundo al revés. Pero todos sabemos que el problema de Cuba está dentro y se llama Castro. No es honesto el señor González cuando achaca a influencias exteriores la actual política del PP sobre Cuba. Le sugiero que use las hemerotecas y verá que esta misma posición ha sido defendida, hace años, en Madrid, en Miami y en La Habana.
¿En qué consiste este nuevo marco de relaciones? En intentar acabar con ese mundo al revés, al menos por lo que respecta, a la clarificación de los apoyos políticos del Gobierno español y al uso del dinero de los contribuyentes: mantener e incluso ampliar la ayuda humanitaria a través de organizaciones independientes, dar apoyo político a todos cuantos apuestan por la libertad y la democracia en Cuba y en el exilio, cesar la cobertura diplomática a Castro e iniciar cuantas medidas de presión sean posibles para facilitar un proceso de transición a la democracia.
El futuro de Cuba, a corto plazo, no es optimista; no sabemos cual será el final del túnel de una presión generalizada sobre Castro. Lo que sí sabemos es que la anterior política de complacencia socialista no ha dado resultados. En los últimos seis meses esa política ha supuesto el frenazo en las reformas económicas, el encarcelamiento de los disidentes de Concilio Cubano, una pena de muerte a punto de ejecutarse y la cobarde voladura de dos avionetas con cuatro tripulantes en misiones humanitarias.
Hay que reiterar que el futuro de Cuba depende de los cubanos. No es un asunto interno de ninguna otra nación o partido y, por ello, ningún Gobierno del mundo tiene responsabilidad sobre lo que hace Castro. ¿Cuál es entonces nuestra responsabilidad? A mi juicio se trata de favorecer en lo posible que las condiciones de cambio en el postcastrismo sean lo menos traumáticas posibles. Es decir, defender los intereses españoles presentes y futuros en la isla pasa por marcar ciertas diferencias de principio con Castro, cosa que no había hecho el anterior Gobierno socialista.
Esta nueva política hacia Cuba no significa abandonar los intereses en la isla. En ningún sitio está escrito que para defender a los inversores españoles haya que transmitir un mensaje de complacencia con la dictadura o alentar inversiones de empresas públicas españolas en Cuba que no supongan una mejora de la vida diaria de la población. Más bien es al revés: aparecer ante la opinión cubana como colaboradores de Castro y favorecedores de una economía de apartheid (en la que sólo pueden consumir los extranjeros), puede ser muy rentable en el corto plazo pero no sitúa a España ni a los empresarios españoles en las mejores condiciones para competir en el futuro dentro de la isla.
La democracia llegará a Cuba y es esencial para los intereses españoles que el Gobierno transmita de forma meridianamente clara que apoya al pueblo de Cuba, a las víctimas de la dictadura y no al dictador. Éste es el único camino posible para pasar de el mundo al revés, del país de las maravillas, al país maravilloso que será Cuba en cuanto recupere la libertad y la soberanía.
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