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Una historia de perros

La aventura de las experiencias pioneras en animales y humanos

Fue una perra, el 6 de agosto de 1921, en Canadá, el primer animal diabético del mundo que recibió extracto de páncreas o insulina en su estado más primitivo para paliar el déficit de esta hormona crucial para que las células de organismo asimilen la glucosa de la sangre, su alimento. De aquí a la prueba en humanos, a la producción industrial y al Premio Nobel por el descubrimiento pasó sólo un año y medio, un insólito récord en la ciencia médica.Los precedentes se remontan también a un can. En 1989, un cuidador de las jaulas de un laboratorio alertó a los investigadores acerca de las excreciones pegajosas de un perro al que te había sido extirpado el páncreas y no dejaba de orinar. Los austríacos Oscar Minkowski y Joseph Freiherr asociaron así la extirpación del páncreas con glucosa en la sangre y la diabetes.

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Pero pasaron dos décadas más hasta el descubrimiento de la insulina. El 17 de mayo de 1921, Frederik Banting y su ayudante Charles Best iniciaron su investigación sobre la relación entre una hormona pancreática y la diabetes con un puñado de perros en el Instituto Fisiológico de Toronto (Canadá), hasta que tres meses después, en una perra llamada Marjorie, a la que se le había extirpado el páncreas, observaron un descenso eficaz de la glucosa en su sangre tras la inyección de extracto de páncreas de otros perros.

En diciembre de ese año intentaron el primer ensayo en una persona, pero falló. El 11 de enero de 1922, Leonard Thompson, de 14 años y diabético desde los 12, recibió una inyección de extracto de páncreas. Tras un tratamiento con una versión purificada del extracto primitivo para elimar contaminantes tóxicos, se logró una mejoría sensacional en el paciente. Leonard fue el primer ser humano a quien se eliminaron los síntomas de la diabetes con extracto de páncreas.

"En dos meses, el grupo de Toronto pudo anunciar al mundo el descubrimiento de la hormona pancreática que ellos denominaron insulina", contó en el reciente congreso de Copenhague, con motivo del 75 aniversario de la insulina, Michael Bliss, historiador de la medicina en la Universidad de Toronto. Mostró Bliss también unas fotos de los años veinte: el antes y después de niños y niñas diabéticos escuálidos, víctimas de los severos regímenes alimenticios, y orondos al seguir el tratamiento de insulina.

En otra imagen, Bliss presentó a Ted Ryder, un hombre ya anciano, muerto en 1993, el último de los pacientes originales de aquel descubrimiento revolucionario que palió los efectos devastadores de una enfermedad conocida desde hace 3.000 años. A fines de 1922, Banting y Macleod, director del Instituto Fisiológico, recibieron el Premio Nobel de Medicina. Banting lo compartió con Best.

Todo fue muy rápido en la historia de la insulina. En 1923, la empresa Eli Lilly empezaba a producir insulina comercialmente en EE UU; en 1924, Nordisk lo hacía en Copenhague, donde se habían empezado los ensayos con pacientes apenas un año antes debido a los contactos entre el premio Nobel August Krogh y el grupo canadiense.

Y fue en la capital danesa, en la misma empresa, donde Hans Christian Hagedorn logró, hace medio siglo, la insulina cristalina NPH, de acción retardada, con la que se logró disminuir el número de pinchazos diarios que necesitaba el paciente y mejorar el control de la glucemia.

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