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ALIVIO PARA LOS IRAQUÍES

Sólo se libraron Sadam y los suyos

Nadie ha sufrido más el embargo que el iraquí de a pie. En realidad, la medida ordenada por Naciones Unidas contra el Gobierno de Bagdad afectó a todos los ciudadanos, menos al Gobierno y a las élites encargadas de la represión y de la seguridad del dictador Sadam Husein. Ningún civil se libró de sufrir en su propia carne este castigo impuesto por la comunidad internacional a lo largo de casi seis años. Muchos de los más débiles, ancianos y niños, se quedaron en el camino, otros tuvieron más suerte, pero las secuelas de esta hambruna impuesta en un pueblo serán difíciles de borrar.A finales de 1990, cuando el embargo ya contaba cuatro meses nadie se preocupaba de él. Sólo se temía la posibilidad de la guerra, mientras Sadam se dedicaba a vaciar sus graneros con la esperanza de que el pueblo se autoimolara por la "justicia" de la causa de su tirano. Pero no sucedió así. La guerra fue casi un paseo para el enemigo, los iraquíes no ofrecieron resistencia tal vez con la secreta esperanza de obtener el perdón por no poder desembarazarse de su despótico líder. Pero tampoco fue así. Y la guerra de verdad se ha librado a lo largo de estos seis años de carencias de lo más elemental.

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Bagdad ha borrado las huellas de la derrota con la reconstrucción de sus puentes sobre el Tigris, pero en el interior de cada casa el embargo se ha desarrollado como una plaga que devora todo. Fue especialmente penoso para las familias con niños pequeños. Según un estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), publicado en noviembre de 1995, el embargo causó la muerte de 560.000 niños y multiplicó por cinco el índice de mortalidad de los menores de cinco años.

En Irak toda la leche se importa y aunque, como otros alimentos, no está sujeta al embargo, conforme escaseaban los dólares subía su precio. El Gobierno sólo facilita este oro blanco en dosis mínimas a los menores de un año. En poco tiempo, un litro de leche en el mercado negro se cotizaba como un salario mensual medio. El corazón de Bagdad se convirtió en un tenderete. La gente se iba desprendiendo de todo para comprar no sólo leche, sino carne, pan, azúcar o simples aspirinas.

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