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De España, Europa y los brigadistas

Por lo menos cuatro hechos. me han llevado a pensar una vez más en la guerra civil, tema que ocupó constantemente mi mente entre 1955 y 1965, pero al que no he prestado una atención minuciosa en los años transcurridos desde entonces. El primero fue la lectura de la magnífica biografía de Franco por Paul Preston; después, la aparición de dos buenas películas, Tierra y libertad y Libertarias; el tercer hecho fue la oferta parlamentaria unánimemente votada de conceder la ciudadanía a los supervivientes de las Brigadas Internacionales; y el cuarto fue el esfuerzo interpretativo implicado en el libro sobre el tema Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX, en el que llevo trabajando cerca de tres años.Es un axioma aceptado tanto por historiadores como por quienes no lo son el que toda generación tenga que escribir su propia versión del pasado. Inevitablemente, lo que ha sucedido desde que ocurrieron los acontecimientos en cuestión afecta la forma en que esos acontecimientos son vistos por una nueva generación. La biografía de Preston me recordó la total inmovilidad, aburrimiento, falta de imaginación y falta de generosidad del Gobierno autoritario que dominó España desde 1940 hasta 1975. El idealismo derrotado de la República (magníficamente evocado por el reciente libro de Haro Tecglen El niño republicano) parece una pérdida todavía más trágica a, la luz del régimen que describe Preston.

Las dos películas son la prueba de que en la década de los noventa se ha vuelto posible tratar con comprensión a los anarquistas y al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) sin esconder sus excesos. En este caso, supongo que la práctica desaparición del anarquismo y del marxismo revolucionario como opciones políticas vivas ha hecho más fácil conmemorar los aspectos más generosos y atractivos de la revolución que tuvo lugar en la zona republicana durante la guerra civil.

Todavía más evidentemente afectada por la política contemporánea está la actual oferta de ciudadanía a los brigadistas supervivientes. La desaparición de la Unión Soviética y la conversión a alguna forma de democracia social de la mayoría de los comunistas de 'Europa, tanto oriental como occidental, han permitido reconocer los verdaderos motivos de la abrumadora mayoría de 40.000 extranjeros que lucharon por la República durante la guerra civil. Puede que creyesen equivocadamente que Stalin estaba creando un mundo mejor para los trabajadores de Rusia y puede que aceptasen la disciplina comunista y la condena comunista de la izquierda antiestalinista, pero su principal objetivo era sin duda salvar lo que quedaba de democracia europea de las agresiones de Hitler y Mussolini.

Por último, durante mi investigación actual, intento constantemente estar al corriente de las esperanzas y expectativas de la gente más o menos desde 1900. En los 20 años anteriores a la I Guerra Mundial, Europa fue el escenario de avances auténticamente revolucionarios en física, genética, química y medicina; también fue el escenario de conceptos completamente nuevos y creativamente fructíferos en el campo de las bellas artes y de la música. Las ciencias y las artes tenían un espíritu completamente internacional. Los diplomáticos profesionales y los militares conocían los peligros inherentes a las rivalidades imperialistas y a la carrera de armamentos, pero también pensaban, como tienden a hacer los profesionales, que podían mantener las rivalidades bajo control. En el verano de 1914, nadie disponía de provisiones de municiones para más de tres meses: en pocas palabras, ningún Gobierno previó una guerra mundial.

Después, a pesar del terrible sufrimiento y desilusión que causó aquella guerra, la gente que sobrevivió a ella tenía la sensación de reanudar su anterior progreso material y político. Los inicios de la revolución rusa ofrecían la visión de un futuro sin guerras de clases ni explotación. Finlandia, las nacionalidades bálticas y los pueblos que habían estado sometidos al Gobierno imperial alemán o austrohúngaro, se convirtieron en Estados independientes con constituciones democráticas y, a veces, también con gobiernos democráticos. En Europa occidental y Escandinavia, la democracia política se extendió a la clase trabajadora y a las mujeres, y grandes partidos socialdemócratas y federaciones sindicales proporcionaron el rostro humano del capitalismo industrial. Las artes y las ciencias continuaron los cambios revolucionarios que habían precedido a la Gran Guerra.

A partir de 1930, la dictadura estalinista de la URSS, la depresión capitalista de Occidente y el auge de un fascismo abiertamente militarista y agresivo en Italia, y después en Alemania, amenazaron claramente esta sensación de progreso renovado. Hacia mediados de la década, el fascismo parecía ser la ola del futuro, la democracia capitalista había perdido la confianza en sí misma y la izquierda europea estaba dividida entre cruzados y escépticos en lo relativo a la importancia de la dictadura soviética.

En aquel momento, el levantamiento militar contra la República española amenazaba con extender la dominación fascista del continente. Los dos años y medio que resistió la República, ayudada por las Brigadas Internacionales y por las armas soviéticas, constituyeron el único ejemplo de resistencia física a Hitler y a Mussolini antes de que la II Guerra Mundial obligase a Occidente, y más tarde a la URSS, a defender literalmente su existencia. En la interpretación impuesta durante 40 años por el general Franco, la República y sus defensores habían sido meras marionetas de Stalin. La acción de las Cortes el 2 de noviembre simboliza el reconocimiento de la España democrática posfranquista de que la República y sus defensores lucharon por la democracia en las circunstancias de 1936.

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Para volver a la cuestión de las esperanzas y las expectativas europeas: tengo la impresión de que los delitos combinados de Hitler, de aquellos que colaboraron con él en la Europa ocupada, de Stalin y sus insensatas purgas, y de las sofocantes dictaduras comunistas que hubo en Europa del Este entre 1944 y 1989, han destruido prácticamente esa especie de esperanza secular que era firme antes de 1914, que revivió después de 1918 y que motivó a la i2quierda española y a sus aliados a arriesgar la vida entre julio de 1936 y marzo de 1939. Ni los Estados de bienestar democráticos europeos del Occidente: posterior a 1945 ni las democracias populares del Este inspiraron la clase de esperanza, generosidad y capacidad de sacrificio desinteresado que caracterizaron gran parte de la vida política y cultural de Europa antes de la II Guerra Mundial.

Para concluir, me gustaría expresar la más ferviente esperanza de que los tropiezos burocráticos demasiado humanos y demasiado típicos no echen a perder el voto de las Cortes a favor de la ciudadanía de los brigadistas. En los meses que han pasado desde la votación, funcionarios de los consulados han comunicado repetidamente a los veteranos norteamericanos que deberán renunciar a la ciudadanía norteamericana si quieren aceptar la oferta española. Cuando yo, y ellos, nos enteramos de la oferta, pensamos que era algo análogo a ser investido doctor honoris causa, un reconocimiento simbólico de una acción digna, concedido sin condiciones. No creímos, y no. podemos creer, que las Cortes pretendiesen imponer la condición de que los afectados rechazasen a su propio país (a la edad de 80 años o más). Los veteranos supervivientes no han hecho campana para convertirse en ciudadanos españoles. Se sienten profundamente emocionados por que un Parlamento democrático español reconozca su contribución 60 años después de los hechos. Pero seguro que hay una forma de conceder esa ciudadanía sin acompañarla de condiciones humillantes.

Gabriel Jackson es historiador

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