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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La carta de Arafat

HOY mismo deberá comenzar lo que se presenta como fase final de las negociaciones entre Israel y la Autoridiad Nacional Palestina, en la que habrá que fijar los contornos definitivos de la paz, proceder al presumible establecimiento de una entidad política palestina y, sobre todo, de sus límites territoriales y políticos. Para llegar a esta situación, aparte de los constantes retrasos e incumplimientos israelíes de los calendarios previstos, se ha recorrido un largo camino que, especialmente en las últimas semanas, ha sido un particular vía crucis.El presidente Yasir Arafat se ha resuelto finalmente a eliminar de la Carta Nacional Palestina toda referencia a la destrucción de Israel, a la conquista por las armas de todo el territorio de la Palestina histórica. El que ello haya ocurrido, por otra parte, en la estela de la brutal represalia israelí sobre Líbano y la emoción suscitada por la matanza de más de 100 refugiados palestinos en ese país subraya la debilidad política desde la que actúa Arafat en esta asimétrica y laboriosa negociación de paz.

El jefe de Gobierno israelí, Simón Peres, necesitaba nuevas concesiones de la Autoridad Palestina en vísperas de las elecciones del 29 de mayo, en las que se juega la propia continuación del proceso de paz, puesto que la alternativa derechista al laborismo, el Likud, una vez en el poder, parece que, cuando menos, estancaría las negociaciones. Pero, en un juego que ha de ser de un cierto toma y daca, Peres tenía que dar algo a cambio de la abjuración palestina de lo que, por otra parte, no era ya más que pura retórica.

. Esa concesión ha sido la supresión en los estatutos del Partido Laborista de toda referencia contraria al eventual establecimiento de un Estado palestino, que es lo más lejos que ha llegado hasta la fecha ninguna autoridad israelí en reconocer la posibilidad de que algún día. exista semejante Estado. Si tenemos en cuenta que el Partido Laborista no es el Estado de Israel y que, por añadidura, en ese texto se sigue excluyendo Jerusalén de cualquier compromiso, territorial, veremos el porqué de la asimetría negociadora. Pero, al mismo tiempo, ha habido una especie de guinda, puesta por Estados Unidos, en la recompensa a Arafat. El presidente Clinton le ha recibido en la Casa Blanca casi como a. un jefe de Estado. El elemento simbólico que rodeaba toda la visita equivale, en cierto modo, a un compromiso norteamericano de que algún día existirá ese Estado palestino.

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Pero todo ello no impide que estas conversaciones, para las que se ha previsto una duración máxima de dos años, sean enormemente problemáticas. Ahora es cuando se llega al nudo del problema: ¿cuál va a ser la extensión de la retirada israelí de los territorios ocupados? ¿Quedará toda Cisjordania, junto con Gaza, bajo la soberanía palestina? ¿De qué manera se articulará, si así ocurre, el paso de una autonomía administrativa, el sistema actual, a una soberanía plena? ¿Qué limitaciones, quizá militares, se impondrán a esa nueva soberanía? Y, finalmente, ¿es capaz Israel de hacer alguna concesión sobre Jerusalén este, la Jerusalén árabe?

A medida que progresa esa negociación se acentúa la debilidad de una de las partes, la de Arafat, y las dificultades para seguir avanzando en el reconocimiento del hecho palestino, de la otra, la de Peres. Y para que un eventual reparto del territorio conduzca a una auténtica paz hará falta ir mucho más lejos de lo que hasta ahora ha ido Israel en el camino de las concesiones o de los reconocimientos.

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