Los ciudadanos de la UE rechazan la ofensiva oficial para desmantelar el Estado de bienestar
Expertos europeos debaten en Madrid sobre inmigración, sanidad y exclusión social
El Estado de bienestar está en una encrucijada en la Unión Europea (UE). Hay una ofensiva oficial para recortar los gastos sociales, como medio para salir de la crisis. Pero los ciudadanos rechazan esas tesis y quieren seguir gozando de seguridad social, atención sanitaria, educación y pleno empleo. Europa sufre la tentación de convertirse en una fortaleza ante la inmigración, y surgen fenómenos como la exclusión social, ligada a nuevos tipos de pobreza. Ese panorama ha sido objeto de estudio, esta semana en Madrid, en el seminario internacional UE y Estado de bienestar.
En cien metros de acera desde la sede del seminario -Institución Libre de Enseñanza, en la calle Martínez Campos, de Madrid- coinciden la cola de un comedor de caridad, un viejo violinista y la vendedora de La Farola. Más que escenografía.Mientras, Alemania -la voz cantante de Europa- pretende recortar 4,2 billones de pesetas en gastos sociales, pagar menos al trabajador enfermo, retrasar la jubilación y abaratar el despido. Suecia aspira a reducir dos billones. Es una ofensiva en toda la UE. Los conservadores en Francia y en España agitan esa misma bandera. "España se incorporó al Estado de bienestar con años de retraso", dicen fuentes autorizadas del Ministerio de Asuntos Sociales, "y aunque no se ha podido llegar lógicamente en 10 años al nivel escandinavo, hay un reconocimiento social de que no puede perderse lo logrado".
"La polémica sobre el desmantelamiento del Estado de bienestar no es un asunto puramente economicista, y la gente planta cara no sólo por intereses, sino por valores", advierte Luis Moreno, vicepresidente del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), ente organizador del seminario con el CSIC y el Ministerio de Asuntos Sociales.
Pobres y estigmatizados
El presidente del IESA, Lufolfo Paramio, ve en los resultados electorales de España e Italia síntomas claros de que los ciudadanos se oponen a perder los beneficios del sistema público: "La idea de que no hay más remedio que acabar con el Estado de bienestar procede de los asesores financieros: es un credo interesado. Se predica que los servicios públicos sólo deben ser para los más pobres, y que el resto de la población tiene que buscarse en el mercado la satisfacción de sus necesidades. Eso lleva a estigmatizar a los pobres, a separarlos de los ciudadanos normales".La sanidad es caballo de batalla en esta guerra. "Hay un fundamentalismo monetarista que llama empresas a los hospitales", dice Giovanni Berlinguer, médico y catedrático de Higiene del Trabajo' especialista en Bioética de la universidad romana de La Sapienza y hermano del líder eurocomunista Enrico Berlinguer. "Berlusconi topó con el rechazo social a su idea de privatizar el sistema público, y si el centroizquierda ha ganado las elecciones italianas es también por eso. El sur de Europa es donde ha habido en los últimos años mayores beneficios sanitarios, y la gente lo sabe. Se nos quiere ahora convencer de lo que lo público es ineficaz y un privilegio que no nos podemos permitir. Pero la salud es un derecho irrenunciable. La principal enfermedad laboral es el desempleo, y no parece genética".
"El Estado de bienestar ha sido decisivo para la paz social", plantea Gregorio Rodríguez-Cabrero, de la Universidad de Alcalá de Henares. "Desmantelarlo provocaría gran fragmentación social y la violencia de los excluidos. La gente quiere un empleo y buenos servicios de educación y de sanidad".
En las ciudades europeas crecen los excluidos. "No es exactamente pobreza", advierte Peter Abrahamson, de la Universidad de Roskilde (Dinamarca). La pobreza es un estado. Pero la exclusión social es más bien un proceso, gente que no puede acceder a los servicios, que queda al margen. A principios de siglo los trabajadores eran pobres, pero constituían la norma social. Los excluidos de hoy se ven arrojados fuera de la normalidad: son discapacitados, refugiados, minorías étnicas, sin techo, trabajadores infantiles, muchas mujeres, jóvenes en paro, drogadictos, alcohólicos... Hay más pobreza en la Europa del Este, y más exclusión en el Oeste". "La pobreza no tiene por qué implicar exclusión", dice María José Capellín, antropóloga y directora de la Escuela Social de Trabajo de Gijón. "Hay países pobres, pero con gran cohesión social y cultural. Pienso en los emigrantes senegaleses en Asturias: no tienen dinero, pero sí una gran integración entre ellos. Me parece que lo que se intenta desde arriba es criminalizar a los pobres, hacerles apestados".
Los medios de información dan una imagen deformada de la exclusión y la pobreza, a juicio de los expertos reunidos. "Al contar el número de pobres", dice Abrahamson, "los organismos comunitarios necesitan números altos, para obtener más financiación; los Gobiernos nacionales quieren números menores. Por eso debemos huir de la economía cuantitativa, y mirar de cerca los procesos en los barrios, la atención concreta a la gente".
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