Ni vencedores ni vencidos
16 días de bombardeo terreste, aéreo y naval han transformado gran parte del sur de Líbano en un yermo
Como en los innumerables conflictos en los que Líbano ha puesto el campo de batalla y los muertos, en la guerra de los Katyushas, que teóricamente terminó ayer a primera vista, no hay claramente vencidos ni vencedores. Pero en un examen más detenido, sin salirse del ámbito de lo relativo, se puede señalar a Israel entre los primeros y a Hezbolá entre los segundos.Dieciséis días de constante bombardeo terreste, aéreo y naval han transformado a gran parte del sur del Líbano en un yermo. No existe una sola aldea shií que no haya recibido la ferocidad del mensaje de la Operación Uvas de la Ira, la ofensiva israelí que se extendió al valle de La Bekaa incluso a Beirut.
"Todos somos Katyushas", se lee en un letrero de la plaza de la desértica aldea de Jibchít, y uno de los pocos habitantes que quedan allí, un mecánico imberbe y sin aparente afiliación política, dijo que había sido colocado por unos escolares antes de emprender la fuga al pueblo vecino de Nabatiye. En Líbano, Israel parece haber incurrido nuevamente en un error de cálculo si es que se esperaba, a fuerza de cañonazos, no sólo la destrucción de Hezbolá, sino crear una división entre la población shií del sur y los guerrilleros.
Los miembros de la resistencia siguen siendo considerados como héroes en su solitaria campaña contra la ocupación israelí. Uno de los factores que han contribuido a dar proporciones épicas a su contraofensiva reciente ha sido la actitud pasiva del Ejército libanés, y aún más en la retaguardia del Ejército sirio, técnicamente obligado por dos pactos de defensa mutua a socorrer a Líbano.
Incluso los portavoces de los partidos cristianos admiten que el más reciente conflicto ha creado un sentimiento de "unidad nacional" con Hezbolá como su principal elemento aglutinante. Pero ésa puede ser una reacción efímera. Cuando el casi medio millón de refugiados del sur hayan retornado a sus casas y comprueben que lo han perdido todo, no va a sorprender a nadie que la rabia que se siente hoy contra Israel se canalice espontáneamente mañana contra Hezbolá. Eso es lo que quiere Israel.
"Pero eso no va a ocurrir", decía anoche uno de los pocos comandantes de Hezbolá que llegó a Beirut para sostener contactos con el liderazgo político.
Como casi todas las cosas en Líbano, eso está, por supuesto, por verse. Nabih Berri, el presidente del Parlamento y líder de la comunidad shií del sur, está hallando enormes dificultades para justificar incluso el valor simbólico y sentímental de los ataques de Hezbolá contra Israel por el devastador efecto de una campaña que no ha conseguido mover un solo soldado israelí. Berri, que además es el jefe de la ex milicia Amal, y Hezbolá tienen un historial violento. En 1996 libraron los más encarnizados combates por el control de los suburbios del sur de Beiut. Y la inclinación de Berri por dar prioridad al desarrollo económico de la burguesía shií antes que apoyo a la lucha armada en la guerra dé liberación sigue actuando como un potente factor de división. dentro de la comunidad shií. Berri no lo dice abiertamente, pero sin duda preferiría ver a Hezbolá desarmado y confinada su voz y representación a los ocho escaños que el Partido de Dios ganó en las elecciones de 1992.
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