Locos por la carne
Comer carne es todavía un privilegio. Baste recordar que mientras un norteamericano -si es obediente con la estadística- alcanzaría a ingerir 132 kilogramos anuales, un indostano debe conformarse con dos. Nosotros rondamos los 90 y la media mundial estaría en unos 30.Curiosamente lo de acceder, como hacemos, a unos 300 gramos diarios de carne supone rebasar, en casi un 30%, el consumo de proteínas de origen animal recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Y entronca con esa verdadera demencia -lo de esas pocas vacas inglesas es anécdota- de que mientras el 10% de los humanos ingiere diariamente un 40% más de lo estrictamente necesario, y enferman por comer demasiado, el 40% de la humanidad tampoco está muy sano porque ingiere un 10% diario menos de lo imprescindible. Otros casi quinientos millones pasan hambre crónica.
En una de sus más delirantes y miserables proposiciones, el neodarwinismo social, todavía agazapado en demasiados, llegó a considerar lógico que la civilización europea occidental detentara su hoy indiscutible dominio mundial porque las grasas polisaturadas de cadena larga -sólo presentes en la carne- tenían relación directa con la inteligencia. Vamos, que ser vegetariano y tonto era lógico. Y el vegetariano forzoso, un merecedor de militar en la cuarta división del género humano. Compensa algo la estupidez, todavía hoy subliminal en nuestra cultura, el espectacular incremento del vegetarianismo en los países industrializados, identificado por los sociólogos como la más relevante demostración del aumento de la conciencia ambiental.
Por otra parte, no sería pequeña la macabra gracia de que se demostrara ahora un vínculo entre una degeneración cerebral y la ingesta de esas vacas locas. Locas, no lo olvidemos, por tan mal alimentadas como nosotros en general. Es decir, por haberlas convertido a la fuerza en carnívoras en el afán de incrementar raudamente los beneficios derivados de su engorde. En cualquier caso, lo que importa es que este nuevo drama mueva a consideraciones con más hondura. Llegar a saber si vamos por la mejor ruta posible en el legítimo afán de que todos comamos lo mejor posible. No tengo nada contra el omnivorismo y menos aún contra los excelentes ganaderos que, sobre todo en España, consiguen productos de enorme calidad y sin apenas impacto sobre nuestra salud o la del ambiente. Pero sí contra el fraude, contra los que ponen en peligro la salud de los demás. Y hay más que reparos hacia una tendencia insostenible a escala planetaria. Porque no caben dudas sobre el hecho de que la opción a un exceso de carne va incrementándose y con ella algunos desatinos. Para empezar, hay demasiado ganado en el mundo. Los animales domésticos destinados a. la alimentación se acercan a los 16.000 millones, más de tres por cada ser humano. A ellos destinamos el 30% de la producción agraria final y algo más del 50% de la superficie productiva del planeta. Al mismo tiempo, los ganados contribuyen con sus cuescos de metano a la destrucción del ozono y con su demanda de pastos a un retroceso notable de los bosques, sobre todo tropicales.
Toda crisis es al mismo tiempo crítica a una opción incorrecta en los sistemas de gestión, en este caso la ganadera intensiva que recurre demasiado a la farmacopea veterinaria, a la constante importación de piensos y a la acelerada masificación de las explotaciones. En paralelo camina el declinar de las razas autóctonas. Más de la mitad, unas 1.500, están en peligro de extinción por ser más lentas en su crecimiento, ya que les gusta la fresca hierba que nace en los campos y no el pienso compuesto, insisto, a veces hasta de carne o de pescado. Esos ganados que se acaban son revalorizadores de los paisajes y de las economías rurales. Tanto mejor, pues, si se premiara lo extensivo y menguara la obsesión por la carne. Sobre todo la obtenida convirtiendo a las vacas, no menos a las ovejas, cerdos o a las gallinas, que no dejan de ser organismos, en fábricas de proteína, abundante pero de escasa calidad y hasta insana. En suma, que nuestro modelo alimentario puede mejorar mucho.
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