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Crítica:TEATRO - PANTALEÓN Y LAS VISITADORAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vargas Llosa y los adaptadores

Sólo una obligación de imperativo categórico podría llevar a nadie a hacer una adaptación teatral de una obra maestra en su género (aunque menor en relación con las otras del gran autor Vargas Llosa) como es Pantaleón y las visitadoras. O la iluminación repentina de una fórmula que, recocogiendo la historieta, sustituyendo su prosa, asimilando su trascendencia burlona, pueda formar una original obra de teatro. Ninguno de estos dos casos se dan en la que tres escritores no teatrales (que se sepa, pueden tener deslices asilados en cajones de su escritorio) acaban (le estrenar y, siendo así, se pregunta uno el porqué; e incluso por qué les ha autorizado Vargas Llosa, cuyo talento literario queda así ridiculizado. Aunque está por encima de todo.Resulta difícil de comprender. Añadida la escritura difícil con algo del ingenio propio del adaptador, que lo tiene, mezclada con Ja pesadez del que lo es en su prosa, metida la narración en la vocación de chapuza y el fondo de tosquedad del director de escena, Pérez Puig, se soporta mal. No sela ve avanzar. Todo se repite, todo se duplica: el insoportable himno de las visitadoras, con la musiquilla de La raspa se escucha una y otra vez mientras desfilan más o menos las señoritas de la honesta prostitución militar: en lencería fina. Lo que en el libro era picardía, resulta obscenidad; lo que era broma sobre el ejército y la iglesia resultan estampas como las que realizaba La traca o el Fray Lazo, obras periodísticas del valencianismo republicano. La sutileza y el enacanto de la narración es metedura de paso; y el cambio de lugares de acción se convierte en un movimiento chirriante y de prolongados gemidos agónicos de unas carras pesadotas que quisieran tener la suavidad del cine.

Pantaleón y las visitadoras

Marlo Vargas Llosa. Adaptación escénica de Armas Marcelo, Javier Olivares, Alfonso Ussía. Intérpretes: Ricardo Lucia, Nacho de Diego, Fernando Guillén, Encarna Abad, María Jesús Sirvent, Jordi Sóler, José Caride, Luis Lorenzo, Carlos, la Rosa, Yolanda Farr, Alberto Magallares, Carmen Grey, África Prat, Lola de Páramo, Maribel Martínez, María Abradelo, Francisco J. Barbero, Gabriela Roy, Fanny Condado, María Barroso. Ambientación y vestuario: Mario Cáceres. Arreglos musicales: Gregono G. Segura. Iluminación: José Manuel Guerra. Escenografía: Tony Cortés. Dirección: Gustavo Pérez Puig. Centro Cultural de la Villa de Madrid. 24 de enero de 1996.

Fue todo como un cubo de agua fría sobre el público de mayoría bienpensante que acudió: público del Ayuntamiento del PP, conservadores de Vargas Llosa., abeceístas atraídos, por Ussía y Armas Marcelo: no se rieron ni una vez, no fueran a verse complicados en la obscenidad, y los débiles aplausos que a ratos se querían arrancar no tuvieron continuación, aunque al final hubo la cortesía suficiente, y el respeto lógico, por saludar al autor, que inmediatamente depositó su carga sobre los adaptadores.

Lo siento: por Ussía, que tiene otro garbo en otro género; por Vargas Llosa, naturalmente, aunque los dos queden indemnes; por Fernando Guillén, que es un buen primer actor, y por todos los cómicos perdidos. Por las visitadoras en sus desfiles de burdel de clase media, culeando y removiéndose. Por los espectadores, que no nos lo merecíamos. Otra vez será.

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