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Los'locos' de la Escuela de Barcelona se reunen 30 años después

La revista 'Cinemanía' homenajea al cine español más innovador de los sesenta

Cinemanía se presentó anoche en Barcelona rindiendo homenaje a los supervivientes de la Escuela de Barcelona, el movimiento de "Iocos maravillosos" -en palabras de Javier Angulo, director de la publicación- que creó el cine más fresco, provocativo, innovador y vanguardista en medio del tremendo páramo del franquismo.

Al cumplirse 30 años de la eclosión de aquel fenómeno, sus protagonistas se reencontraron anoche en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona convocados por Cinemanía a un encuentro poco formal, es decir, muy vivo. El último número de la revista les dedica uno de sus trabajos, 30 años de una utopia.

Jacinto Esteva y Carles Duran murieron. Los demás han seguido en mayor o menor grado relacionados con el cine. Es el caso de Joaquim Jordá, Pere Portabella, Ricardo Bofill, José María Nunes, Vicente Aranda, Jorge Grau, Gonzalo Suárez, Juan Amorós, Romá Gubern y Ricardo Muñoz Suay, responsable de la Filmoteca, de Valencia y padre de la denominación Escuela de Barcelona.

Casi todos ellos (Aranda, que está en pleno rodaje, mandó un telegrama de recuerdo), junto con las que fueron musas de sus producciones -Teresa Gimpera, Serena Vergano-, recordaban ayer, con 30 años más a sus espaldas, cómo fue todo aquello y qué ha podido dejar en la memoria filmica del país y en la evolución del arte cinematográfico.

"Era un acto de justicia reconocer la aportación de esos locos maravillosos a nuestro cine, es decir, a nuestra cultura", dijo ayer Angulo. "Con la vista puesta en Godard tal vez más que en cualquier otro cineasta del momento y desde la atalaya de Barcelona, la ciudad de referencia cultural y progresista, esa gente logró crear el movimiento, más fresco e imaginativo de la España sometida al franquismo", dijo Angulo. Dante no es únicamente severo (Jacinto Esteva-Joáquim Jordá), Fata Morgana (Vicente Aranda, Gonzalo Suárez), Cercles (Ricardo Boffil), Liberxina 90 (Carlos Duran) y Noche de vino tinto (José María Nunes) son tal vez los títulos mas significativos de aquel movimiento. ¿Qué tienen en común? Que son difícilmente clasificables, que buscaban con descaro cierta experimentación formal y una ruptura con cualquier atisbo de convencionalismo, y que la mayoría son, además de inclasificables, "insoportables", en palabras irónicas de Pere Portabella.

Todo aquello duró poco, ciertamente no más de un par de años. No contó con una estructura de producción o una industria del cine -nunca la ha habido en serio en Cataluña-. Tampoco fue un movimiento organizado, ni siquiera homogéneo, sino diverso, heterogéneo y bastante caótico. Pero unía a la Escuela de Barcelona el espíritu de contestación y el coraje creativo, la inquietud intelectual y la rebeldía que flotaba en el magma en ebullición que los ilustrados barceloneses de los sesenta mojaban en copas en las noches de Bocaccio, catedral de la gauche divine. Porque si algo tuvo muy definitorio la Escuela de Barcelona fue su clarísima barcelonidad: responde a un momento determinado de la historia de la ciudad, unos años en que sus profesionales más brillantes decidieron actuar, "hacer cosas", moverse, tomar las riendas y ponerse en cabeza de la renovación. No quisieron hacer cine catalán o español, sino barcelonés, recordó ayer el portugués José María Nunes.

Cinemanía obsequió a los protagonistas de aquella ilusión de película con un collage que recuerda lo que fue la Escuela de Barcelona con una palabra hoy en desuso: utopia.

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