_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mitterrand (I) de Francia

El gran manipulador político encarnó con estilo y fortuna la figura del monarca contemporáneo de una gran y antigua nación que procura dejar sus huellas en la tierra con un acento cargado en lo cultural

Hay personajes que trabajan desde su más prometedora edad pensando en el más allá; que actúan con. los ojos puestos en la historia, aun sin la garantía de que la historia les devuelva la mirada. Pero, quizá, ninguno como el desaparecido presidente Mitterrand para haber vivido en el amueblamiento de su propia posteridad, encargándosela escribir a otros, pilotando con antelación los recuerdos de los demás sobre sí mismo. Se dice que François Mitterrand pretendió durante años que Jean Lacouture, el gran periodista y biógrafo de De Gaulle, Malraux, Champollion, Mendes-France y Leon Blum, le escribiera un tan póstumo como entonces prematuro epitafio. Y ha sido Pierre Péan quien, so pretexto de revelar la verdad sobre las relaciones del joven Mitterrand con el Pétain de Vichy, ha contenido el recuerdo proceloso en sus límites más tolerables; el alevín de líder estuvo con Pétain, sí, pero por lealtad personal, por patriotismo en busca de los perfiles precisos de una causa, piel de juventud que acabó por aterrizar santamente en la Resistencia al alemán.

Más información
Una multitud silenciosa dice adiós a 'Tonton'
La esfinge escribe su última página para la historia
De pupilo a colega
De Vichy a Sarajevo
Entierro en la intimidad
Dirigentes de todo el mundo elogian a Mitterrand como motor de la unidad europea

François Mitterrand ha sido tantas cosas en la historia de Francia que no resulta fácil fijar un retrato robot más allá de, decir que sus encarnaciones han sido demasiadas.

Católico, un día ferviente; republicano luego de síntesis política. indescifrable. con ideas puede que de izquierdas, pero creencias de derechas; ministro del Interior durísimo y otras carteras en la IV República; nacional francés y antiargelino en la guerra de África del Norte; candidato socialista, en fin, a la presidencia de la IV República contra un De Gaulle a quien más combatía cuanto más sus rasgos y gestos se iban asemejando a la marmórea serenidad del general.Decir que Mitterrand, por ello, nunca fue socialista es una banalidad. Asegurar, a sensu contrario, que se apuntó de socialista por sentido de la oportunidad tampoco sería hacerle plenamente justicia. Mitterrand no habría podido ser socialista del socialismo ajeno, pues, tenía, necesariamente, que reinventar un PS que fuera su partido, un instrumento, sin duda, pero también un punto de vista de madurez sobre la historia, un, balance modestamente correctivo de todo lo que está mal en una sociedad que deseaba generosa y solidaria, capaz de proyectar el genio de Francia sobre el mundo.Hay un devastador hombre político en el ex presidente fallecido que vive víctima de sus peores pasiones ambiciosas; aquel que modificó la ley electoral para que el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen entrara en el Parlamento mordiendo votos a la derecha democrática y allanase el camino hacia las urnas de su partido socialista; el que practicaba la táctica de tierra quemada destruyendo delfines y primeros ministros como el diligente y comedido Michel Rocard, al tiempo que trataba de crear con varia fortuna sucesores más ahormados de sí mismo como Laurent Fabius, al precio de sembrar de minas el futuro del PS; en suma, la figura de un gran manipulador de las sombras en el que cada paso, cada palabra, cada amago tenia un significado que podía ser egoísta, pequeño, capaz en el instante de, la mismisima abyección.Y, todo ello, como expresión de la más blindada, incombustible, devoradora ambición y voluntad de poder. Contradiciendo el bon mot de Andreotti, probablemente ha sido el ávido deseo de poder lo que ha mantenido al ex presidente con vida, en lucha contra el cáncer, hasta el punto de desafiar durante meses la lógica del diagnóstico mortal. Pero sobre esa plataforma escasamente afable el penúltimo presidente de la V República francesa ha sido capaz de hacer honor a una ambición: ha sabido dar el personaje. Frente a su sucesor, Jacques Chirac, gravemente indeciso sobre quien quiere ser de mayor, nuclear o social, Mitterrand se diría que tenía eso ya resueltoEl antiguo líder del PS ha sido, con ello, un presidente placebo tanto como De Gaulle representaba al cirujano de hierro. Si éste prestidigitó a Francia haciéndole creer que existía mucho más allá de lo verosímil en la era de las superpotencias, Mitterrand ha sido un tónico matinal en momentos en que las apuestas son menos escandalosas.Medir a Francia con Estados Unidos era un retruécano que sólo podía manipular con cierto éxito, y aún pasajero, el fundador de la V República, mientras que sostener una imagen de lo francés en el mundo con el reflejo distante de Estados Unidos abocado a un cierto aislacionismo y la proximidad, también intensa pero mucho más manejable, de Alemania es un reto, quizá también engañoso, pero digerible. Mitterrand hizo simples juegos de magia blanca allí donde De Gaulle pretendía hacernos creer directamente en la santa eucaristía.

En su domain reservé, lo que pasa en el mundo, el presidente socialista es cierto que cometió errores garrafales, como dar por sentado que la Unión Soviética le resolvería el problema de impedir la reunificación de Alemania sin que Francia se viera obligada a decir este veto es mío.Y, en realidad, fue la reunificación lo que tanto contribuyó a convencernos de que la Unión Soviética estaba a punto de expirar. Pero Mitterrand encarnó con estilo y fortuna la figura del monarca contemporáneo de una gran y antigua nación que procura dejar sus huellas en la tierra con un. acento cargado, sobre todo, en lo cultural. Así pudo decir que cuando la humanidad hubiera olvidado, su paso por la tierra quedarían los monumentos de la Biblioteca Nacional o el Arche de la Défense para probarlo. Poco importa que su secreta ambición, haya sido la de que, cuándo menos, una nota a pie de página hiciera constar bajo qué reinado se ejecutó la obra.Todos los grandes hombres tienen flaquezas y la figura de Mitterrand necesita demasiado maquillaje para. que le consideremos un grande entre los grandes. Pero su fuerza es, precisamente, la de haber sido capaz de trascender tanta flaqueza, tapio afeite, y haberse encaramado, por encima de sus equivocaciones para evocar una paternidad nacional de gálica majestad imperativa.

Mezcla de carnalidad en lo privado e intangibilidad en lo político, François Mitterrand nos abandona hoy con algunas ideas valiosas en el balance de la historia. La más fecunda, aun que también convulsa de grandes e indemostrables ilusiones, es su creencia en una Europa que hay que construir de una determinada manera para que no atente contra la idea nacional de Francia. Eso, posiblemente, es lo que le llevó a colaborar con la España democrática contra el terrorismo de ETA: Ia familiaridad con valores históricos mas aquí o más allá del medro inmediato que sólo busca debilitar al vecino.

Una larga mirada, en resumen, sobre lo esencial, y un taimado canalleo en la corta distancia. ¿Y qué era para Mitterrand lo esencial? Probablemente, la lengua, el peso acarreado de una historia, la convicción de que todo ello era eminentemente salvable y defendible. Su sombra, por tanto, aunque cargada de sinuosos vericuetos, no deshonra a Francia. Supo ocupar un espacio. Veremos qué pasa con sus sucesores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_