De Vichy a Sarajevo
Sobre la esfinge mitterrandiana pesaron tanto o más los errores y contradicciones que los aciertos
"Era impopular entre los bosnios", rezaba el titular de un despacho difundido ayer desde Sarajevo por la agencia France Presse. "Mitterrand", declaraba en ese despacho Ejup Ganic, miembro de la presidencia bosnia, "cayó en la categoría de los politicastros que se negaron a detener el genocidio en Bosnia". Dura de por,/si, la palabra politicastro lo es más cuando su destinatario, acaba de fallecer. Y, sin, embargo, en el caso de la ex república yugoslava, y en otros asuntos nacionales e internacionales, Mitterrand se comportó como tal.Mitterrand fue en buena medida el culpable del fracaso europeo en Bosnia, al oponerse, a cualquier intervención de enve gadura contra los separatistas serbios que desencadenaron la guerra y cometieron sus peores atrocidades. En principio, le movió la tradicional amistad de Francia con Serbia, que oponía a la de Croacia con Alemania. Más tarde, cuando esa posición se hizo indefendible, se escudó en el supuesto carácter tribal e inextricable del conflicto, una inaceptable mane ra de colocar en el mismo plano a las víctimas y a los verdugos. Como compensación, viajó a Sarajevo y ordenó el envío a Bosnia de un fuerte contingente de cascos azules franceses. Fue lo que Jacques Julliard llamó la política de capitulación_humanitaria.
No faltan en la izquierda francesa quienes, piensen que a Mitterrand le sobró el segundo mandato presidencial, aquel, pura y simplemente mitterrandista, que estuvo protagonizado por la impotencia en la lucha contra el de sempleo, la multiplicación de escándalos de corrupción, y los errores de bulto en política-exterior. Un Mitterrand anclado en los esquemas de la guerra fría tardó en comprender que la descomposición del imperio soviético y la reunificación alemana eran fenómenos rápidos e inevitables. Así que, hasta el último minuto, sobre estimó la personalidad de Mijaíl Gorbachov y apostó por el mantenimiento de la URSS; y, en un malhadado viaje a la República Democrática Alemana al poco de la caída del muro de Berlín, apoyó la continuidad de la existencia de dos Alemanias.
También es verdad que reaccionó con premura y acierto al vincular, junto con Helmut Kohl, la reunificación alemana y esa aceleración de la construcción europea que culminaría con el Tratado de Maastricht. Pero la corta victoria del sí a Maastriclit en el, referéndum de septiembre de 1992 probó que buena parte de la opinión pública francesa -y europea, según se vio luego- no comprendió las causas y los objetivos de esa aceleración.
Los errores internacionales del segundo mandato presidencial de Mitterrand no fueron tanto los de un septuagenario minado por el cáncer como los de un político que a lo largo de toda su carrera probó ser un príncipe de la ambigüedad, la contradicción y el tacticismo. En el periodo final de su vida también se supo que el primer presidente socialista de la V República había sido en su juventud un simpatizante de la ultraderecha y, luego, un alto funcionario del régimen colaboracionista de Vichy.
Durante décadas, Mitterrand logró mantener en secreto esos hechos, como también casi logró hacer olvidar que, como ministro de Interior y Justicia de la IV República, fue en los anos cincuenta un violento enemigo de la independencia argelina. A él se debe la frase de que "Ia única negociación posible [con los independentistas] es la guerra", la concesión de plenos poderes a los militares para aplastar la rebelión y el cierre de los periódicos que en la metrópoli criticaban la política, oficial. Ello no impediría que, como presidente de la V República, Mitterrand se opusiera en los años ochenta al bombardeo norteamericano de Líbia, apoyara a la Nicaragua . sandinista y defendiera en la Knesset, el.Parlamento israelí, tanto el derecho de Israel a existir dentro de fronteras seguras y reconocidas como el de los palestinos a constituir su propio Estado.
Hombre de adaptaciones súbitas y radicales a la realidad, Mitterrand calificó, en un célebre panfleto, de golpe de Estado permanente a la V República fundada por De Gaulle, para, una vez ganadas las elecciones presidenciales de 1981, acomodarse de maravilla al papel de monarca republicano que la Constitución gaullista otorga al jefe del Estado francés. Ganados aquellos comicios con un programa de ruptura con el capitalismo, Mitterrand impulsé una política de nacionalizaciones y reactivación económica a través del consumo popular. Cuando ello condujo a Francia al borde de la bancarrota, dio, en dos fases, junio de 1982 y marzo de 1983, un giro radical a favor del liberalismo y el rigor monetario y presupuestario.
Jamás bajo la doble presidencia de François Mitterrand, los socialistas franceses explicaron en público ese giro. Y es que para Mitterrand, situado políticamente en su etapa final en un centro-izquierda en el que las. únicas convicciones profundas eran la democracia, el europeísmo y una cierta justicia social, el Partido Socialista (PS) fue sobre todo un instrumento para la conquista del poder. Llegó al Elíseo porque logró aunar todas las facciones socialistas y convertirlas en la principal fuerza política de Francia. Salió de ese palacio con un PS amenazado de extinción. A ello contribuyó su política de dividir el partido para vencer y su feroz oposición a todo posible liderazgo alternativo.
Sinceramente convencido, a causa de su formación en la Francia provinciana y católica, de que el dinero, y sobre todo el dinero fácil, es un mal, Mitterrand llevó una vida honesta y austera. Sin embargo, su concepción de la lealtad en la amistad, que le llevó a frecuentar hasta el final a René Bousquet, secretario de la Policía de Vichy, le cegó ante cualquier denuncia de presunta corrupción cometida por sus íntimos. Y mientras algunos de ellos, como Roger Patrice Pelat, Pierre Bérégovoy y François de Grossouvre, morían o se suicidaban acompañados de la sospecha, él seguía con su impasibilidad de esfinge. Una esfinge sobre la que, a diferencia de la de su amado Egipto, pesaban tanto o más las sombras que las luces.
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