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Tribuna
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Euronavidades

Lo diré con la dulzura propia de estas Pascuas, que deseo muy felices a todos mis lectores: siento algún desasosiego ante los parabienes con los que ha culminado la presidencia española de la Unión Europea: Felipe González y sus muchachos han cosechado un gran éxito, pero el resultado del semestre español final en Madrid me recuerda el castillo de naipes con el que suele entretenernos un hermano muy habilidoso y televisivo que tengo.La Unión Europea, como toda obra humana, contiene semillas de mejora y cizaña de vicios. Sin duda alcanzaré a ver algún día la unidad de los europeos desde Finlandia hasta Portugal y desde Islandia hasta Rumania. No todo lo que entonces contemplen mis ojos me parecerá bien. Mas no estoy dispuesto a callar por beatería. El proyecto europeo está en peligro por culpa de los mismos eurofanáticos que se felicitaban mutuamente tras la reciente Conferencia de Madrid. Citaré unas pocas contradicciones de sus sueños utópicos: la Unión Monetaria puede poner en peligro la Unión Económica; la aplicación irrestricta de la Carta Social agudizará el desempleo; el intento de separar la política exterior y militar europea de la americana puede poner en peligro-nuestra seguridad.

Así pues, son buenas aunque incompletas las condiciones de Maastricht, que pretenden poner un freno a tres excesos populistas, a saber, un déficit presupuestario incontrolado, una deuda pública elefantiásica, y una inflación crónica. El cumplimiento de las cinco condiciones de Maastricht, aunque en sí no es suficiente para que las economías prosperen de forma sostenible, puede ser un acicate, para que los gobiernos tomen medidas más profundas, como la reducción del gasto público, la reforma de una Seguridad Social desbocada, o la privatización de las em-' presas nacionales.

Todos los países europeos y en especial España han de cumplir las condiciones de Maastricht por su propia salud pública. Quien lo haga, sólo por contribuir a la creación de la moneda única como símbolo político de la UE puede convertir el ideal europeo en un fantasma detestado por su ciudadanía. El euro no es necesario para la libre circulación de mercancías, capitales y personas dentro de la Comunidad Europea y la rigidez de cambios exteriores que implica puede hundir en la miseria a economías nacionales retrasadas y rígidas como la de España. En mi opinión, los españoles debemos cumplir las condiciones de Maastricht cuanto antes, pero además deberíamos meditar largamente antes de sustituir nuestra peseta por el euro, sobre todo mientras los Parados sean una proporción tan desmesurada de nuestra población activa.

Si de veras aspiramos a una Unión Monetaria, entonces debemos ser conscientes de que es peligroso imponer a los Estados miembros la ortodoxia financiera y al mismo tiempo una regulación administrativa de los mercados laborales. La Carta Social del Tratado de Maastricht supone la consolidación de la rigidez del mercado de trabajo de los países continentales de la Unión. Los sindicatos políticos españoles acaban de reclamar el aumento del salario mínimo, en aplicación de la Carta Social de marras: es la mejor receta para que la tasa de paro de los jóvenes no caiga nunca por debajo del catastrófico 50% en que se encuentra hoy. En una zona monetaria única sólo es posible acercarse al pleno empleo si los trabajadores estamos dispuestos a cambiarnos de empresa, de domicilio y de especialización cuando la competencia lo exija.

Los aplausos a Felipe González por su labor en la presidencia de la UE parten sobre todo de quienes sueñan con una Europa federal. Digo sueñan, porque no sea caban de resolver ninguno de los problemas reales con que se enfrenta la UE: los monopolios públicos, el paro, el despilfarro agrícola, la burocracia de Bruselas o la integración de los países vecinos.

Sólo ha habido progreso en un punto fundamental: con Solana en la OTAN, las hamburgueserías han sido derrotadas para siempre.

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