El uróburos
La noticia política de este fin de año estaba cantada, aun cuando ese maestro del marketing que es Felipe González supiera envolverla en el halo de misterio que conviene a un líder carismático. Tras darle al toro de la opinión pública todos los pases que era capaz de soportar hasta quedarse por fin quieto, expectante, y arropado por las aclamaciones de los principales estadistas europeos, el presidente dio la estocada final en el punto y en el momento previamente elegidos. De este modo mostró ser mucho más que un candidato y los informativos de la telelvisión supieron entenderlo, tratando su figura como si fuera ya el triunfador de las elecciones. No aparecía como un aspirante, sino como un redentor que atendía al ruego unánime de su partido para salvar a España de la llegada de Aznar al poder. Si vence, podrá hablarse ya de la España de González, como en su día se habló de la España de Franco.Hacia el exterior, se pasó semanas, y aun meses, deshojando la margarita. Pero en realidad no había tal margarita por deshojar. No es Felipe González hombre que se guíe por impresiones subjetivas, ni propicio a aceptar las derrotas. En caso de desastre electoral inevitable, era claro que renunciaba a darse el batacazo y dejaba el puesto de perdedor en manos de un segundón, reservándose él la jefatura del partido para resurgir de las propias cenizas en el futuro. Estaba además la sombra del caso GAL. Pero ambas incógnitas se despejaron en las últimas semanas. Cinco puntos suponen una plataforma de despegue inmejorable después de todo lo que ha ocurrido en los últimos meses. Gracias a la eficaz, acción de propaganda, un sector considerable del electorado ha criado auténticas escamas. Y las últimas, peripecias del caso GAL, en el Supremo, en el Senado y en el Tribunal de Conflictos, alejan el espectro de una inculpación que, como se descuide, acabará recayendo sobre el juez Garzón por meterse donde no le llaman arrastrado por su deseo de venganza. Pascual Sala se ha revelado impagable en la función, requerida en su iempo por Jacobo I de Inglaterra, de hacer de los jueces "leones bajo el Trono". Como ha escrito uno de los más activos turiferarios de González, los GAL son sólo una entelequia creada por Garzón en su afán de "desquite" (sic) frente al presidente.
En esta atmósfera festiva, puede entenderse el éxito de multitudes registrado en la cena-homenaje a Barrionuevo, con Serra, Vera, Rodríguez Galindo y la esposa de González entre los asistentes, y un Ramón Rubial que garantiza al ex ministro que todos los socialistas están con él. Supuesta la existencia de un procedimiento judicial del cual pudiera resultar su inculpación, el homenaje equivale a declarar de antemano desde el PSOE la inocencia: Barrionuevo, es inocente si es inocente, pero para los suyos también si es culpable. Y dado que nos encontramos ante un caso de terrorismo de Estado, ello refrenda la postura de garantizar la propia impunidad asumida por el Gobierno.
De ahí que el uróburos, la serpiente que se muerde la cola de los alquimistas, pueda ser adoptado cómo símbolo de la, situación. Mediante un conjuro eficaz, González ha hecho de la crisis GAL un agente que refuerza su liderazgo sobre el PSOE. Según la fórmula de Bachelard, es la muerte que trae la vida. Pero esta vida a su vez también trae la muerte. Impedir desde el Gobierno el esclarecimiento del caso GAL aportará sin duda votos, y de rincones y personajes por encima de toda sospecha, por lo que Barrionuevo sería incluso un candidato rentable, pero también servirá, en el País Vasco, para alimentar, y por un periodo indeterminado, él ciclo de los atentados de ETA y de las movilizaciones agresivas de sus seguidores. La jugada ha salido bien, pero su coste de cara al futuro resulta impredecible.
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