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Morirse bien

La necrología es un subgénero literario que tiene un enorme interés. A un muerto le va de quince días, a veces, para ser héroe, villano o silencio. Desde el punto de vista de la memoria, morirse bien es tan fundamental como vivir bien. Estos días se han muerto dos grandes tipos barceloneses y algunas leyes de la necrología han vuelto a cumplirse con metódica exactitud. El primero, Luján: ha muerto en un mundo donde el calvinismo -comunista o no- no es ni melancolía. Además, tras cincuenta años de escritura en castellano, tuvo la fortuna de dedicar los seis últimos a escribir también en catalán. Las elegías se han volcado con ese epílogo y han oscurecido al Luján de la primera posguerra, el de la revista Alerta o de Destino, ambas de estirpe infamante. Tamaña delicadeza ha sido un craso error, incluso desde el punto de vista de los panegiristas correctos. Luján fue la primera persona que en España se atrevió a elogiar por escrito a Lorca: y lo hizo en una de esas revistas, con el cuerpo de Lorca aún caliente. El caso del economista Sardá Dexeus es algo diferente. Desde luego, si hubiera muerto hace veinte años, cuando el marxismo era el único pensamien único alguien le habría ajustado los tornillos de la venganza al autor del Plan de Estabilización, ya saben, hasta hace poco, "un opresivo cinturón de hierro sobre la clase obrera española". Eso no se ha escrito, pero Sardá continúa siendo incómodo: el mayor cerebro económico durante el franquismo era catalán. Para los que todavía sostienen que toda Cataluña vivió al margen -cuando no contra- del franquismo ese dato es funesto. Otros están dispuestos a admitir que los catalanes tienen cerebro: pero que hayan ejecutado la política española hasta el punto que demuestra la mera invocación de tres nombres -Sardá, López Rodó o Serra-, eso, eso viene aún muy cuesta arriba.Morirse en sazón: qué dificultad.

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