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Tribuna
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En su sitio

Hace ya tiempo que en este país los tontos han cogido gran ventaja a los maledicentes. Los que son ambas cosas -muchos- andan al traspiés. Paradigma de este triste fenómeno es el tratamiento que recibe por parte de ciertos columnistas, periodistas y otras mentes especialmente analíticas no ya el canciller Helmut Kohl, al cual, le traen sin duda al pairo las tontunas de la política interna española y las majaderías que producen algunos para llenar sus largas y tediosas proclamas a la nación, sino Alemania en general.Se ha puesto de moda el antigermanismo. ¡Qué malos son estos alemanes! Algún memo escribe un libro sobre el IV Reich y otro hace la ingeniosísima equiparación entre las Panzerdivisionen y el Bundesbank. La peor, gravísima falta del Gobierno de Bonn y de la política alemana ésta, no cabe duda, es que sintoniza bien con La Moncloa. Esto es una lata, cuando no un pecado. Y quienes querían decapitar a González se han enfadado. Primero, porque éste no se ha dejado. Segundo, porque el señor Kohl considera que González es un hombre con el que se lleva mejor que con un líder de la derecha que, sospecha tras la cena en Lucio, va a durar una siesta. Kohl sabe mucho de persistencia y supervivencia. Y su cena con Aznar fue, dicen que dijo, todo menos impresionante.

Tiene Kohl la sensación de que antes de jubilarse habrá de vérselas con otro jefe de los conservadores. Y además supone y espera que la derecha española presentará por fin a alguien realmente capaz de hacerle un pulso en serio, sin amagos de mostacho, al irredento inquilino de La Moncloa que, acaba de comprobárlo el renano, se vuelve a sentir como nunca.

Luego si Kohl está contento con González y viceversa, y España adopta un papel que hace unos meses nadie le otorgaba en la construcción dura, cruda y desapasionada de la Europa unida, hay gentes en Roma, en alguna editorial milanesa con cariños madrileños y en histerias antifelipistas de esta capital manchega que se ponen, todos juntos, fatal de los nervios. Y resulta que la culpa, al margen, por supuesto, de la eterna de González, la tiene Alemania.

Alemania es un gran país que lucha por primera vez en serio, sin complejos, por sus intereses, y España tiene la inmensa suerte de que éstos coinciden en gran parte con los nuestros. Empujar a Francia, socio imprescindible para entrar en el proceso histórico en el que se ha entrado en la cumbre de Madrid, es su tarea fundamental. Es posible -probable- que España tenga la suerte de que Francia tenga que retrasar todo el proceso de la unión monetaria. Contaremos así con el tiempo necesario para prepararnos y asumir el reto con la energía y la disposición necesarias.

Porque los grandes países y los grandes estadistas no se dejan amordazar por dogmas. Y menos aún por fechas convertidas en fetiches. La apuesta de la unificación de este continente, cuyas fronteras son en gran parte enormes cicatrices que separan miedos, ilusiones y tradición es, no ya osada, sino literalmente heroica. Es un proyecto inmenso que requiere tanta emoción en perseguir la empresa como sobriedad para evitar el error. Los nacionalistas de nuevo cuño que quieren buscarnos un enemigo en el renano grandullón como supuesto Bismarck redivivo o en una Alemania arrolladora que quiere imponernos no sabemos qué, son los mismos que nos sugieren asaltar Marruecos para hacer de nosotros pequeñitos alemanes agresivos. España está hoy en posición de formar eje, con Francia y Alemania del gran proyecto europeo, fecha aquí, fecha allá. Es ahí, ignorando mezquindades de todas esas troneras a sueldo que gritan por nuestro país, donde hemos de seguir bregando. Con Francia y Alemania. Y con el Gobierno que sea. Con el socialista irredento que repite o con el líder de la derecha que aún habrá de llegar.

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