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Los inicios de una nueva narrativa

Escritores consagrados rememoran sus primeros pasos en la literatura

Aquella primavera había aparecido, en Barcelona, en Seix-Barral, La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, todo un éxito de crítica y público; tanto que en aquel otoño salía ya la primera reimpresión. Sin tanto éxito, en Madrid, y en una editorial más modesta, Ediciones de El Espejo, publicaba Juan José Millás su primera novela: Cerbero son las sombras. Dos novelas, dos autores muy diferentes, pero la crítica considera que esos dos títulos de alguna manera suponen el inicio de la nueva narrativa española, la actual.Aquellas dos novelas se publicaron hace 20 años. Por entonces, un día muy frío de noviembre, un joven estudiante de Derecho de la Universidad de Oviedo -"entonces yo era un escritor clandestino", recuerda-ahora, 20 años después, "nadie sabía que escribía poesía,. nunca he tenido pinta de escritor"- asiste en El Ferral, en León, a bajo cero, a las lágrimas marciales de su coronel, que lamenta la desaparición de aquel centinela de Occidente. Julio Llamazares entonces tenía 20 años y escribía poemas; de aquéllos saldrían después los de La lentitud de los bueyes: era su inicio.

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Ese mismo día otro estudiante, éste de Periodismo, conducía como chófer voluntario a un general, que se había quedado huérfano como muchos. Aquel joven, entonces, era un radical de la CNT-FAI, más interesado por la política que por la literatura, aunque tenía cuadernos de poemas a la manera de Tagore, con proyectos de novela. "Yo entonces", recuerda Javier García Sánchez, quería ser Hermann Hesse, luego quise ser Thomas Mann, pero ésa es otra historia", como lo es la de aquella novela "demencial y absolutamente experimental, una hemorragia de palabras, que me sumía en un estado catatónico", consecuencia de una "borrachera joyceana".

Quince años sin cumplir, Ignacio Martínez de Pisón jugaba a escribir, "con una máquina que estrené ese otoño; otra cosa no me planteaba". Pisón quería ser guionista de películas de Buñuel y no hacía más que escribir guiones surrealistas y cuentos- disparatados" y algunos poemas, qué remedio". Muchos años después se encontró aquellos folios y los dio a las llamas, que todo lo purifican.

Soledad Puértolas acababa de regresar de Estados Unidos, "un poco arrepentida, la verdad, y como no sabía muy bien qué hacer me puse a escribir una novela", con título de ésos que hay que memorizar: Por qué se le quemó la casa a Bobby Fuller; muy mala, "muy mala, es cierto", confiesa; la paseo por concursos de la época; por todos". La conserva, claro: "Le tengo mucho cariño". Aquella novela y otras más, le trazarían el camino, el que empezó, unos pocos años después, con El bandido doblemente armado, que ésta sí es ya suya.

Juan José Millás, se había estrenado con Cerbero son las sombras, y aquel otóño estaba acabando Visión del ahogado, tal vez la primera novela de la transición. "Tenía, creo, algo de simbólico aquella descomposición de una pareja que pierde el referente antifranquista que les mantenía unidos". Aquella novela, vivamente recomendada por Juan García Hortelano, aparecería en la renacida Alfaguara de Jaime Salinas, en 1977.

En quinto, o sexto de bachillerato estaba aquel otoño Almudena Grandes en los Sagrados Corazones de Madrid, y desde muy pequeña, "desde pequeña del todo", subraya, tenía claro lo que quería ser: "Escribía muchos cuentos, de un realismo mágico atroz; recuerdo uno, que lo acabé, de una chica que se pierde en un bosque y se duerme y la viola un lobo y se queda embarazada y tiene un niño mitad lobo, mitad humano".Cuentos que, algunos, los conserva la familia. Ella sólo guarda dos premios de redacción, que ganó en el colegio, ese año y el anterior: uno sobre el ferrocarril, otro sobre la publicidad.

Aquel otoño, si alguien llamaba al Banco Urquijo en sus oficinas de Londres, descolgaba el teléfono Álvaro Pombo, telefonista durante ocho horas diarias aquel año. Pombo escribía poemas y cuentos; poemas, los de Protocolos, que ya había publicado, y los por venir: los de Variaciones, que obtendría el Premio El Bardo, o cuentos como los de los Relatos sobre la falta de sustancia, que le convertirían en un narrador.

Aquel otoño de hace 20 años, en que se publicó La verdad sobre el caso Savolta (según los que dan fe de estas cosas literarias: un antes y un después), murió Francisco Franco, y el coronel de Julio Llamazares le lloró. También Carlos Arias Navarro.

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