El metal de esa voz
Una experiencia inicialmente privada pero destinada a la publicación, y otra de difusión masiva, me han dejado oír en el pasado verano y en este suave comienzo del otoño voces de las que no se oyen. A lo largo de 14 semanas tuve oportunidad de visitar, en algún caso conocer, en otros recordar o reencontrar, en todos escuchar, a unas personas cuya alta edad parecería hacerlas de otro reino, de otro tiempo, pero afincadas todas en el suelo de nuestros días, sólo que con una vista más larga. Y por casualidad es de hace 12, los domingos es el día en que TVE, parece que a regañadientes, nos deja ver y oír la voz de una España no tan lejana aunque ya algo remota y pintoresca, poblada de individuos que aún hoy serán jóvenes, sólo que entonces llevaban pantalones-campana, el pelo moldeado o jerseis blancos de cuello cisne. La España forjada en un tiempo anterior a la guerra, escindida por la guerra, superviviente de la guerra, y la España del cambio de una sociedad de posguerra a otra de cuño civil. ¿La dos españas? Yo tenía dos voluntarios pies forzados en la serie de retratos-entrevistas de La edad de oro, que se ha venido publicando en EL PAÍS Domingo desde el 8 de julio hasta el pasado domingo. Mis personajes serían hombres y mujeres de la cultura, importantes y señalados en su día, y aún activos o disponibles, dentro del espacio posible que dejan la moda y los cauces de expresión. Y todos ellos habrían ya cumplido 70 años o estaban a punto, aunque no había límite por encima, llegando así a las gloriosas y plenamente lúcidas edades de Pepín Bello (91), Augusto Assía (89) o Imperio Argentina (86). Naturalmente estas personas de vida extensa y fructífera tenían muchas cosas que contar. Franco, Churchill, Largo Caballero, García Lorca, Juan Ramón, Karajan, Hitler, aparecían así como seres afines y escuchados de cerca, dando al presente y al pasado la condición de un futuro contenido en lo ya transcurrido,, como si todo tiempo fuese eternamente presente, según aventuró en sus célebres versos el poeta Eliot.
Pero había algo más. Por la voz de esos mayores hablaba la experiencia, la derrota, otra educación, otros conceptos, otras aspiraciones, pero con su testimonio vivo, llenaban las ausencias, esa mitad formada por los muertos o los silenciados y que también constituye nuestra realidad. Los vivos de tan largo alcance son así, y es una de sus grandezas, sujetos de su propia plenitud pero también únicos emisarios de los que no tienen ya voz en el áspero mundo de los vivos, y pueden así "contar su historia", como precisamente le pedía el moribundo príncipe Hamlet a su fiel depositario Horacio.
Los personajes que yo he visto, entrevistado y escuchado este verano hablaban con frecuencia de figuras y acontecimientos de los años veinte y treinta; la excelente serie de Victoria Prego sólo se remonta a los setenta, pero el efecto de suplencia de lo carente o ausente no es muy distinto. Para mí, alejado de España en toda esa década, el interés y la utilidad del programa es mucho mayor, pues me permite ver lo que sólo leí u oí relatado. ¿Qué efecto les causa a los que estaban allí, aquí quiero decir, viviendo y sufriendo o protagonizando en ciertos casos esos sucesos? ¿Hablamos hoy como entonces, y si es así, decimos lo mismo? Las voces de estos documentales suenan a veces rancias, y un diputado a Cortes elegido por Franco puede resultar tan amenazador y grotesco como grandilocuente el abogado Jaime Miralles en su sentida proclama (emisión del domingo pasado) sobre el velatorio de los abogados de Atocha.
En toda confesión humana hay que contar con la mitad incierta de la verdad. Y así como a mis admirados personajes de la Edad de Oro les habrá traicionado alguna vez el recuerdo o el deseo de desquite o mejora, hay en todo ese repertorio de hechos acaecidos en la Transición una historia ideal de España, que es, en su voluntarismo utópico y hasta en su falsedad o adorno, tan real, tan nuestra, y por ello tan digna de ser conocida y conservada como la descarnada, quizá. más auténtica, inapelable y válida historia cotidiana que hoy nos toca aceptar por realidad.
Babelia
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