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FERIA DE LA COMUNIDAD VALENCIANA

El niño prodigio

El público valenciano tiene a Enrique Ponce por el niño prodigio de la neotauromaquia y había concertado que esta alta ocasión en la que se presentaba único espada con seis victorinos de aquí te espero, sería el apoteosis de su temporada, pletórica de triunfos y derechazos. No pudo ser, sin embargo: por un lado los victorinos no fueron de aquí te espero, sino de ya me contará usted, don Victorino; por otro, Enrique Ponce se puso pesadísimo y, militantes de la causa aparte, acabamos de niño prodigio hasta el gorro.El público valenciano empujó cuanto pudo y todo lo aplaudía: la verónica tranquila y la trompicada; el derechazo con el pico y el, reunido; el natural malo y el peor; los pases de pecho con especial vehemencia; los pinchazos; las estocadas.

Victorino / Ponce

Toros de Victorino Martín, sin trapío excepto 5º, 4º y 6º anovillados; 2º inválido; flojos; nobles; 1º, bravo.Enrique Ponce, único espada: pinchazo, estocada delantera baja y rueda de peones (oreja); estocada, ruedas insistentes de peones -aviso con retraso- y tres descabellos, (ovación y salida al tercio); estocada trasera y rueda insistente de peones (oreja); media ladeada y ruedas insistentes de peones (silencio); cuatro pinchazos -aviso-, tres pinchazos, estocada corta trasera y dos descabellos; se le perdonó el segundo aviso (silencio); pinchazo, estocada caída, ruedas insistentes de peones, descabello -aviso- y dos descabellos (silencio); salió a hombros. Plaza de Valencia, 8 de octubre, 1ª corrida de feria. Cerca del lleno.

En aplaudir los pinchazos estaba la clave, pues así daba a entender el público que no tenía importancia el borrón y empezaba cuenta nueva. Ocurrió, no obstante, que los borrones fueron muchos y el diestro pinchador ya no daba moral para seguir aplaudiendo. Muy para su mal, pues si llega a estar certero con la espada hubiese cortado doce orejas, y en cambio acabó con dos, más tres avisos de propina, lo cual constituye mísero balance.

En cuanto a torear, es distinto asunto. Salía Enrique Ponce y fuera el toro encastado o borrego, le hacía su faena. Siempre la misma ' faena. Evidentemente se trataba del niño prodigio perfecto, el niño prodigio. químicamente puro, el niño prodigio al que le dicen sus papás cuando llegan las visitas: "Anda, nene, recítales a estos señores La Oda al 2 de mayo, para que se empapen"; y va el niño prodigio y se arranca: "Oigo, patria, tu aflicción y escucho el triste concierto que forman tocando, a muerto / la campana. y el cañón". Y los papás: "Olé mi niño!"; y las visitas: "Qué niño tan rico".

El primer victorino, de avictorinada estampa dentro de su pequeñez, encastado y noble, desbordó a Enrique Ponce en los lances de capa, el capoteador se vengó metiéndole al caballo por los adentros y el apocalíptico jinete tocado de castoreño le pegó dos puyazos bestiales. Vino después la faena de muleta que consistió en ayudados por bajo, dos tandas de derechazos con el pico corriendo al rematarlos, dos de naturales vulgares, nuevos derechazos más centrado el diestro, buena trincherilla y numerosos pases de pecho, en medio del delirio.

Las restantes faenas, aparte varios rodillazos o algún molinete aislado, resultaron todas un calco de la anterior: los ayudados, las dos tandas de derechazos, lo! naturales malos, vuelta a los derechazos... Daba igual el toro. Para este recital lo mismo valían el chico y aborregado segundo; el tercero, altito y noble; el anovillado cuarto; el quinto, cárdeno, inválido y pastueño; el sexto, tierno de cara, pequeño de cuerpo, tullido de pata y de sumisa condición.

Los ayudados, las dos tandas de derechazos, los naturales, los derechazos... El niño prodigio, recrecido en su veta rapsoda, seguía y seguía: "Oigo, patria, tu aflicción y escucho el triste concierto... Y el público: '!¡Olé mi niño!". Y la visita: "¡Qué ricura!". Eso únicamente al principio, en realidad, pues las visitas se enternecen con las exhibiciones de los niños prodigio, mas a la de tres empiezan a caerles gordos y a la de cuatro quisieran estrangularlos.

No era el caso de Enrique Ponce, naturalmente. A fin de cuentas puso mucha voluntad en su empeño por alcanzar el apoteosis que la afición valenciana le tenía cantado. Hasta recibió al sexto torillo con dos largas cambiadas, buscando enderezar la tarde triunfal que se le venía abajo. Y, terminada la función, le sacaron a hombros. Pero fue una salida a hombros sin pena ni gloria. Una salida a hombros testimonial; para que no se diga.

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