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PREMIO A UN DEFENSOR DE LA PAZ

De la ciénaga al Museo Nacional

Llegan del atávico reino del Ulster esos poemas que Seamus Heaney anduvo escribiendo durante años, más allá de sus paisajes fangosos o de una nueva familiaridad con lo remoto. Su premio Nobel de literatura tal vez tenga que ver con el alto el fuego en Irlanda del Norte, pero la agonía política de aquellos condados sólo ha comparecido al sesgo en sus poemas, para solidificar el detalle imprevisto, un paisaje abrupto, una memoria violenta. Llegó, en todo caso, una pacificación cuyas perspectivas Heaney comparó alguna vez con Esperando a Godot. No puede sorprender que le haya envidiado el exilio a James Joyce.Viendo cosas (1991) es uno de sus últimos libros de poemas, en busca del padre perdido y a la vez introduciendo una rara fantasía en una obra poética que venía siendo paradigma de observación exacta, aunque era mera apariencia que el poema especulativo se estuviese adueñando del viejo territorio ocupado por los juguetes del pasado, la lentitud arcaica de un gesto o la lluvia de siempre. Un gran sentido de lo físico de las cosas triunfa en su obra -unos nueve libros de poemas, ensayos como El gobierno de la lengua, alguna obra de teatro- pero también la frecuentan fantasmas que crecieron en las ciénagas irlandesas y en algún instante quisieron equipararse a los desvencijados mitos célticos.

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Nacido en 1939, de familia católica en los condados del Norte, hoy Seamus Heaney es el poeta en la cima de su prestigio, figura nacional irlandesa, deambulando entre Harvard y Oxford -como Profesor de Poesía- De todos modos, su pasaporte es irlandés, para acatar un destino literario que en la tradición de Irlanda significa lucha a brazo partido con el precedente de Yeats -otro premio Nobel-.Redoblan no muy lejos los tambores de la orden de Orange.

Comenzó con Muerte de un naturalista, en 1966. Entre la turba y las ciénagas, Heaney ya se mostraba como personaje privado, ajeno a la declamación pública, concreto en su arraigo. Luego vinieron Puerta en la oscuridad (1969), Invernando fuera (1972). Persiste en el pasado de una niñez nutrida por la aspereza rural del Norte, en el condado de Derry, en una granja llamada Mossbawn, siempre presente en sus poemas, nunca lejos de la frontera entre norte y sur de Irlanda.

Búsqueda autobiográfica

En Norte (1976) era más explícita la búsqueda autobiográfica de una identidad irlandesa, pero al modo de un exilio interior. Fueron los años de las revueltas, de la confrontación civil y la escalada del terror.Trabajo de campo (1979) o Estación isla (1985) tienen su representación selectiva en los Nuevos poemas escogidos (1966-1987), magnífica pieza introductoria para conocer la obra- y la estatura de Seamus Heaney, entre la oblicuidad de su percepción histórica y el tacto cálido de los viejos objetos y paisajes, hasta ver en qué manera los juegos de la infancia se convierten en algo muy distinto, con un significado remoto, de espejismo que flota en el vacío.

Introductor de Milosz, devoto de Larkin, en 1988 añade El fanal a su obra. Luego vendrán los poemas de Viendo cosas.

Sin amor ni humor, la poesía de Heaney otorga nueva preferencia a los sucesivos sedimentos de la memoria jungiana, su patrimonio de verdades elementales y de procesos perennes, como un tumulto de tradiciones perdidas y de muerte.

Es el poeta que ha intentado no decepcionar al mundo, fiel a la integridad del lenguaje -en tránsito de la opacidad a la transparencia- y casi infalible en su mirada. Ya con el Nobel en sus manos, poco le ha de importar que sus buenos amigos Derek Walcott y Joseph Brodsky lo tuvieran unos años antes.

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