Tras la huella del clima en el corazón de África
El Proyecto Ituri es un ambicioso e interdisciplinar plan de investigación, integrado principalmente por equipos de EE UU, Francia y Bélgica, dirigido y fundado hace 15 años por Robert C. Bailey -entonces en Harvard, actualmente en la Universidad de California (EE UU)-, para desentrañar los secretos del presente y el pasado del corazón de la selva africana: la Reserva de Ituri, en Zaire -noreste de la cuenca del Congo-. Ha dado ya como fruto más de 30 tesis doctorales. Ahora el investigador madrileño Julio Mercader Florín forma parte del proyecto gracias al apoyo del Ministerio de Educación y Ciencia y la colaboración con geólogos y botánicos de España y Zaire.
La médula de sus trabajos -poco habituales- de paleoecología y etnoarqueología en plena selva tropical es aportar las pruebas necesarias para determinar los avances y retrocesos entre la sabana y la selva a lo largo del pleistoceno (desde hace dos millones de años hasta hace 10.000), según las oscilaciones climáticas; y pruebas irrefutables guardadas en los estratos de la Tierra, a la teoría de los biogeógrafos: que Ituri es un refugio forestal cuaternario, un meollo de bosque tropical que ha mantenido su densidad y especies a lo largo de los milenios, que no ha sido fragmentado y no se ha dejado ganar terreno por la sabana y sus especies.
Comprobar bioindicadores
El principal bioindicador a la vista para llegar a esa conclusión es la alta tasa de endemismos -un 15%- presente en la zona y la extraordinaria riqueza de diversidad biológica. Lo que ahora hace Mercader es comprobar -a través de lo extraído en 10 yacimientos de Malembi, Nduyi y Epulu, yacimientos al abrigo de rocas graníticas- que fitolitos, pólenes y restos de macrobotánica confirman ese carácter persistente de Ituri. A partir de ahí se trata también de investigar en qué tipo de ecosistemas se ha ido moviendo el hombre, cuál ha sido su interrelación con ellos y cómo se han ido influyendo mutuamente naturaleza y hombre.
La llave de un continente
Mercader acaba de regresar de Ituri con 260 kilos de muestras, tras medio año de excavaciones (en 1993 estuvo otro medio año) y "once días de viaje en un camión por carreteras de Zaire y Uganda, en los que tuvimos que sobornar constantemente a militares para que nos permitieran el traslado de los 17 sacos", cuenta el arqueólogo. De todo lo traído Mercader, que trabaja en el Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense (Madrid) con Luis Gerardo Vega Toscano, especialista en paleolítico medio, destaca el esqueleto craneal y los huesos de un hombre que data, en principio, en la Edad del Hierro.Y es que Ituri es un lugar fascinante, donde se concentran varios grupos internacionales de investigación -aparte del Proyecto Ituri, allí trabajan, el matrimonio Hart (él zoólogo, ella botánica), el GIC (Estados Unidos / Suiza) y las labores patrocinadas por los Institutos de Zaire de Museos y de Conservación Forestal y de la Naturaleza-. Un estratégico lugar que ha sido siempre un embudo de movimientos humanos, con gran dinámica poblacional, llave maestra entre el oriente y el occidente de África.
Se le conoce además mundialmente por ser reserva de ese exótico y vistoso animal que es el okapi -mezcla de caballo, jirafa, cebra y antílope- y una de las áreas más tradicionales de investigación de los pigmeos. "Lo mejor de ellos es ver lo al margen que están de nuestra civilización", explica Mercader, que se entiende con ellos en suahili. "Lo peor, que resulta difícil convivir a veces con ellos, porque manejan valores fundamentales muy distintos a los nuestros; no tienen, por ejemplo, el sentido nuestro de la honestidad y la amistad, y si te roban no piensan que están haciendo nada malo, sino que están compartiendo algo contigo, porque tú tienes más y ellos menos".
Mercader quiere incidir también en que merece la pena excavar en plena selva tropical, aunque las condiciones de trabajo y la logística sean extremadamente duras: "He comprobado en seis secuencias que el grado de acidez y humedad del suelo, así, como las bioturbaciones (raíces de los árboles) se mueven dentro de unos límites razonables; o sea, que el suelo no es tan corrosivo y destructor con los restos del pasado como se suele pensar".
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