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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis colombiana

EL CERCO al presidente colombiano, Ernesto Samper, se estrecha tras la detención de su dimisionario ministro de Defensa, Fernando Botero. Apenas obtiene algún alivio del éxito policial de la desarticulación del cartel de Cali, la declaración del estado de conmoción interior -figura similar a la de un estado de excepción- y la forja de un Acuerdo Nacional contra la Violencia con partidos, organizaciones empresariales y sindicales y la propia Iglesia.Botero no era sólo una figura emergente del Partido Liberal y delfin para suceder a Samper, sino también el director de una campaña electoral que multitud de indicios señalan que pudo estar financiada con dinero negro del narcotráfico. Botero es el último escalón hasta Samper, al que no se puede negar el derecho a la presunción de inocencia y sobre el que, de momento, no pesan sino detalles que le dibujan más como un imprudente cuando habla por teléfono con gentes relacionadas con los carteles de la droga que como un político corrupto.

El problema tal vez no sea tanto, por ahora, el acoso judicial a Samper, sino el efecto que el escándalo pueda tener en la gobernabilidad de un país que ofrece el singular contraste de una estabilidad económica, jurídica e incluso institucional con una realidad social trágica. Esta misma semana, Samper reveló un dato estremecedor: en los primeros seis meses de este año hubo cerca de 20.000 asesinatos, al ritmo de 108 por día, aproximadamente un tercio más que los registrados en el mismo periodo del año anterior. Son crímenes de la guerrilla, los narcotraficantes, los paramilitares y sobre todo los delincuentes comunes, que en gran medida surgen de esos tres grupos y de los abismos en el nivel de bienestar.

A estas alturas del escándalo, lo que sí hay que pedir es que la acción de la justicia prosiga su camino, sin presión externa, hasta que, como el propio Samper dice que desea, se haga la luz. Que en la Casa de Nariño, la residencia presidencial, haya. un inquilino, sea o no Samper, fuera de toda sospecha. Los colombianos lo necesitan.

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