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LAS VENTAS

El maestro alicantino

El maestro alicantino es éste, Luis Francisco Esplá; el otro es el fino torero alicantino y no conviene confundir. Maestría y finura son categorías distintas, y el público de toros se decanta por una o por otra, según su gusto y su concepto del arte de torear. Hay quien prefiere la fineza; allá penas si se hace sin toro (o sea, al aire) mientras los aficionados fetén se inclinan por la lidia del toro íntegro, que requiere conocimiento de los terrenos y las querencias, dominio, mando, amplio repertorio de suertes, valor para ejecutarlas. Y tal fue el caso de Luis Francisco Esplá, maestro alicantino, en la tarde venteña del día de la Virgen.Saludaron con una ovación a Luis Francisco Esplá, luego compartida con sus compañeros de terna, y correspondió al bonito recibimiento mediante una actuación magistral en todos los tercios. No redonda, ni completa, pero sí pletórica de recursos, que llenaron de interés todas sus intervenciones. Mandón en los lances de capa, lidiador seguro, fácil con las banderillas, dominador en el tercio de muleta. "Baja bastante con la muleta", suelen contraponer (los finos) a la reconocida maestría de Luis Francisco Esplá. Y cual si les respondiera "al revés te lo digo para que me entiendas", presentó la pañosa a su primer toro y le ligó una reposada, honda, auténtica, bellísima, tanda de naturales.

Pérez / Esplá, Jiménez, García

Cuatro toros de Antonio Pérez y dos de Pérez Angoso, con trapío, inciertos. 2º devuelto por inválido. Sobrero de Conde de la Maza, con cuajo, cinqueño, bronco.Luis Francisco Esplá: pinchazo bajísimo, otro perdiendo la muleta, pinchazo, descabello -aviso con retraso- y descabello (aplausos y saludos); dos pinchazos bajísimos y media perpendicular (silencio). Pepín Jiménez: pinchazo bajo y estocada ladeada (silencio); bajonazo escandaloso (pitos). Juan Carlos García: bajonazo (aplausos y también pitos cuando saluda); pinchazo bajo, otro hondo atravesado y tres descabellos; se le perdonó un aviso (ovación). Se guardó un minuto de silencio en memoria de Luis Procuna. Plaza de Las Ventas, 15 de agosto. Dos tercios de entrada.

Al revés te lo digo para que me entiendas. Pocos toreros habrá en este momento (acaso ninguno) que sepan lidiar con los registros propios de un maestro en tauromaquia -la verdadera- y pocos habrá asimismo (acaso ninguno) que sean capaces de torear al natural con ese ajuste, ese empaque, esa templanza y esa ligazón.

La faena fue a menos. Incurrió en el error de darse un paseo largo para conceder un respiro al toro, pues al regresar éste ya estaba a la defensiva, y las restantes tandas, a izquierdas y a derechas, ya no tuvieron igual temple ni ajuste. Además prolongó innecesariamente el trasteo, pasó al toro de faena y lo mató mal.

Al cuarto lo bregó y banderilleó de nuevo con dominio de la situación, lo muleteó voluntarioso, lució en pases de pecho y cambios de mano, volvió a matar fatal. Bueno, nadie es perfecto. Sin embargo celebraba la afición que gracias a aquellos toros serios y a la maestría de Esplá, la corrida estaba siendo a la antigua usanza; con las emociones, las vicisitudes y los lances toreros que eran habituales en la fiesta, no hace tantos años.

Serios ejemplares hubo, dificultosos en general, particularmente reservones los de Pepín Jiménez, que porfió muletazos inutilmente. En realidad era imposible que los toros le embistieran, ya que se los descuartizó la acorazada de picar. A su primero medio lo mató Manuel Montiel, y el presidente lo devolvió al corral antes de que acabara muriéndose del todo.

Bronco el siguiente lote, Juan Carlos García toreó valentísimo, sufrió una voltereta del segundo toro al ejecutar un quite, un gañafón del tercero le rajó la taleguilla, y al sexto -grandón y amoruchado- logró sacarle, a fuerza de consentir, los pocos pases que tenía por el pitón izquierdo. No se podía pedir más a los toreros. Ni siquiera al espectáculo. En esta época de borregos inválidos, toreros finolis y público adicto a semejante cursilada, que salieran toros hechos, diestros valientes les presentaran pelea y lidiara como se debe un maestro en tauromaquia, valía un imperio. Y la afición quedó reconciliada con la fiesta.

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