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Pudores

La mojigatería, que es mala para todo, también lo es para la literatura. Hace unos días alguien se rasgaba las vestiduras en un diario madrileño porque al exquisito Manuel Altolaguirre se le atribuyeran inclinaciones non sanctas, como si eso fuera a disminuir sus acendradas y reconocidas calidades líricas. El caso más flagrante que conozco de protección, por críticos y exegetas, de un escritor es el de Antonio Machado. Convertido en santón laico por la oposición al franquismo, lo subieron, lo subimos todos al altar, y ahí sigue, más o menos, de viudo inconsolable durante muchos años de su muchachita soriana, Leonor Izquierdo, y luego de amante platónico, blanco, muy blanco, pulquérrimo al fin, de una señora madrileña, la Guiomar de sus poemas -la escritora Pilar Valderrama-, con la que don Antonio se estuvo viendo de tapadillo durante siete años, porque Guiomar estaba casada: como Dios manda. Pues nada: ni la mano, don Antonio no le tocó ni la mano -o sólo la mano- a la dama, que tenía cuando el poeta la conoció 36 años, 17 menos que él.Cierto que la buena señora hizo todo lo posible por transmitir una imagen honorable de sus relaciones con el escritor, lo cual al cabo nada prueba. El hecho es que los comentaristas cogen las cartas de Machado y sus poemas a Guiomar y los retuercen, los exprimen, los limpian, fijan y dan esplendor para que al fin resplandezca -no faltaba más- la pureza -un poco frustrante, es verdad, pero para eso era poeta el novio- de tales relaciones. Da igual que suscitaran algunos de los versos más eróticos de la poesía castellana, que el poeta se proclame amante de su diosa, que en una carta le relate el sueño de su casamiento con ella, que se llame a sí mismo su "loco", "tuyo, tuyísimo, archituyo", y califique a la "diosa" de "saladita", "preciosa", vida" y cosas así, que son las normales por otra parte. Da igual; está dictaminado, decretado, proclamado: blanco, todo blanco; blanco con blancura de detergente; platónico, todo platónico, con platonismo de cenobio y de convento. Mitad monje, mitad poeta.

Y eso que algo hemos avanzado porque en los buenos años de la ominosa uno de los sonetos de Guiomar donde, jugando con el nombre auténtico de la dama, el poeta la llama "Madona del Pilar", fue presentado nada menos que como un poema religioso a la Virgen del Pilar. Blanco eclesiástico: también limpia y da esplendor. Comentarista hay, aunque más docto, que ha visto al Machado de cincuenta y pocos años que conoce a Guiomar como un vejete ya más apto para el ejercicio de la melancolía que para las destrezas amatorias. Aquí, ya se ve, te jubilan pronto. Total, que entre la santidad, el platonismo y la vejez al pobre Machado. ("pobre hombre en sueños", preciso) me lo dejan hecho unos zorros. Claro que tampoco falta, para terminar de arreglarlo, quien lo llame onanista o poco menos desde esa impía superioridad que da la filosofía practicada con talante de censor.

Eso sí, lo que tiene que quedar al margen siempre es la santa, santísima institución del matrimonio canónico. A ese que no nos lo toquen. En efecto, pasma la pulcritud, la limpieza otra vez de detergente, con que autorizados comentaristas pasan, resbalan, aletean sobre el hecho del casamiento de un hombre de 34 años con una mujer niña de apenas 15, a quien había conocido dos años antes en la pensión que regentaban los familiares de la interesada. Nada, nadie dice nada bastante menos por cierto que el poeta, quien no tuvo inconveniente en declarar que la había adorado "con pasión" ni en señalar, en un hermoso soneto escrito tiempo después de su muerte, que había "empañado" su "memoria" muchas veces, pues "la vida baja como un ancho río" de "cieno verdoso y turbias heces": todo bastante menos blanco blanquísimo de lo que quieren algunos escoliastas machadianos.

Lejos estoy de postular inquisiciones de alcoba y menos de las alcobas de los muertos. Ya Baudelaire se rebelaba contra la entrada de los. perros en el cementerio. Pero también hay que desenmascarar las mojigaterías, filológicas o no, que casualmente son casi siempre unilaterales. Por lo demás, el propio Machado reivindicaba, en una de sus nada blancas cartas a Guiomar, "la santidad del impudor, del cinismo sentirnental". Eso está mejor.

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