Migajas de un gran negocio
Durante las más de tres décadas que llevo viendo prácticamente todas las películas que se hacen en España, he oído hablar a veces de crear una producción sistemática de cine para niños. Se considera a estos como consumidores voraces y espectadores fáciles de contentar y se tiene la impresión -avalada por éxitos aislados que se ajustan a este patrón- de que es esta una parcela del negocio del cine que en España si no abandonada del todo si está hoy muy descuidada; y que lo que podría dar una cuenta de diez, en realidad roza el cero.Hubo películas y series de televisión que encandilaron a toda la chiquillería y, con ella, a un gran volumen de adultos, lo que las convirtió en minas. Entre las series, se recuerda Verano azul y en menor medida la versión animada del Quijote; y entre las películas algunas de las que se llamaron con niño dentro (de Rocío Dúrcal a Marisol, de Ana Belén a Pili y Mil¡, de Joselito a Pablito Calvo), pero con la salvedad de que las que merecen la pena (por ejemplo, Marcelino pan y vino, Mi tío Jacinto) escapan del modelo: son para todos y no específicas para pequeños.
La capacidad de movilizar a millones de niños parece un olfato que tienen en exclusiva Hollywood y asociados. Estos son los filmes que buscan con el talonario en blanco nuestros, distribuidores, y exhibidores, por lo que ni unos ni otros promueven ficciones de este tipo en las fuentes de producción propia: prefieren las ajenas y es comprensible. De ahí que el cine para niños no exista aquí como paquete de producción, sino como hallazgo azaroso de una película o una serie que funciona, pero que raramente tiene esa continuidad que alcanzan Disney, Spielberg y otros, capaces de mover a la infancia de medio planeta con la refinada recreación de La bella y la bestia o con el elemental circo audiovisual de Parque jurásico, película concebida para adultos y sagazmente desviada desde montaje a la demanda infantil, que la convirtió en campeona de la taquilla.
Por lo que se ve en las pantallas españolas, la producción sistemática de cine para esa franja tan rentable de espectadores, está casi olvidada. Hacer la competencia a Estados Unidos en el terreno del cine convencional para adultos o conjuntamente para niños y adultos, es más que difícil. Pero hacer algo competitivo en el terreno del cine fantástico, de efectos electrónicos y con protagonista infantil metido en ellos, es imposible. De ahí que quede poco de aquella ambición a una producción específica de ficciones de animación y de efectos. La electrónica apenas tiene relevancia en la producción y los equipos de animación destinan su trabajo a las televisiones y se desentienden de las salas cinematográficas. Es esta una fórmula de la que Hollywood deja a los demás sólo migajas.
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