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Filosofía del 'bolo'

Vicente Molina Foix

Con la llegada del verano el artista entra en un estado de gran excitación. Mientras usted, señora lectora, descansa de un rudo año en la oficina leyendo, tumbada al sol que más calienta, esa larga novela, con la que no pudo durante el curso" y usted, skin head de las periferias, diluye el odio al otro en la litrona del descontento, el artista suda pero no baja la guardia. Si el artista es cantante, ahí están las plazas, porticadas o no los teatros, romanos o más directamente valencianos, las discotecas, a veces macro, siempre con micro, los magnos festivales, en suma, esperándole para dar a su voz, un timbre que no sólo es de gloria sino de (vil) metal. Si el artista se dedica alarte de Talía, podrán cerrarle los teatros, pero él o ella, en compañía de un director, estarán ahora mismo ensayando esa obra nueva que abre la temporada en septiembre o, comidos por los nervios de los últimos ensayos, a punto de estrenar en una capital del norte. Todo artista que se precie está en estos momentos haciendo su agosto. A su lado, a veces coincidiendo con él en el vuelo o en la carretera otra figura menos sensacional cobra cada vez más importancia en el calendario festivo de nuestro veraneo. Es el artista-escritor, el idiota de la familia del espectáculo, el hermano tonto de la más circunspecta musa literaria. Este hombre o mujer de la pluma empieza a estar tan solicitado y tiene tantas similitudes formales con el artista musical y escénico que ya ha incorporado a su vocabulario de transacciones la palabra mágica: bolo, en el lenguaje teatral esa representación que se hace en provincias, en una gira, y casi siempre por un solo día.

Cada verano los periodistas, esos profanadores de lo más sagrado, sacan la lista de las galas que van a tener Luz Casal o Los Rodríguez, el siglo y frecuencia de su contratación municipal, el monto del caché que van a recibir. Y como no podía ser menos, dada la creciente conversión del escritor en figura del espectáculo, empiezan ya a aparecer en la prensa listas, cotizaciones, clasificaciones y otros particulares de las conferencias en la UIMP, los cursos de verano de la Complutense, leis senunanos en Vigo o Almería, las jornadas de estudio en La Rábida o Denia.

En este mundo al que me refiero no hay dos bolos iguales,

como tampoco existen en el teatro, donde cada función, los

actores lo saben muy bien, es diferente. Por mucho que el

escritor repita en cada plaza una misma ponencia escrita (y se

cuenta la historia del ilustre poeta que ganó una fortuna con

una sola, sobre Cervantes, leída sin variación en cerca de

1.000 foros y descubierto el día en que, por olvido, la repitió

en uno de ellos y ante la misma audiencia). El marco y las

circunstancias son irrepetibles. Está, en primer lugar el factor climático. En invierno se suele.ir más a: Logroño o Murcia, donde acabada la charla y después de una buena cena de platos autóctonos con los directivos de la Caja de Ahorros correspondiente, el novelista. o la dramaturga han de irse al amargo hotel de su soledad (el conferenciante viaja solo, y el ligue posmesa redonda ya no es lo que era). El televisor de la habitación asegura un. esparcinnento, como asegura una mala. noche la pesada digestión de los embutidos regionales.

Los bolos de verano son más vistosos. Es dificil que un simposio sobre Hegel no coincida con la verbena del pueblo cercano, ya veces un descenso en lancha'por el río lmd o una zambra han sido programados -como colofón de cursos sobre el calentamiento de la corteza terrestre o la ópera. barroca. Yo vi una vez a dos fenomenólogos y a un lógico torear una vaquilla sin bolas en los cuernos al acabar su faena filosófica en el aula, y hasta en la rigurosa sede santanderina de la Menéndez Pelayo (donde dice la leyenda que es obligatorio pasar lista al alumnado) se cruza la bahía en un barco danzante, como en el viejo Misisipí, y se ha visto al historiador de la tarde bailar de nóche salsa mezclada con alcohol.

¿Hay lecciones morales que sacar de todo esto? El que esté -libre de pecado que tire el primer bolo. Cada vez hay mas público en estos cursos, aulas y paraninflos se llenan, y me consta que por mucha bohemia o fanfarria con que se rodee, el actuante, como el actor al salir a la escena de sus bolos, cumple con su función y convence, emociona o hace, reír. Es cierto que. a medida que se ve más solicitado el escritor sube el nivel de sus pretensiones. Conozco el caso de un colega que exige para viajar a provincias un seguro de accidentes, y otro que pide una cama de agua en el hotel. Son solicitudes comprensibles en gente neurótica y atormentada. Lo malo será el día -y lo veremos- en que el bolo literario alcance el rango de gala. El día en que el poeta, antes d e salir a recitar, exija unas botellas de agualmineral de importación, unas cortinas en la sala de conferencias a juego con su traje, y un piano de cola en el camerino. Como los Rolling.

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