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La sonrisa de Comín

Joaquín Estefanía

Recuerdo muy nítidamente a Alfonso Comín bajando ágil las escaleras del chalé de la madrileña calle de Jarama, donde estaba la redacción de Cuadernos para el Diálogo. Y he vuelto a acordarme de su sonrisa y del infinito de su mirada, mitad Jesucristo, mitad Che Guevara", como dijo una vez uno de sus amigos, al mirar el cartel que la fundación de su nombre ha fabricado, al presentar las obras completas de quien Manuel Vázquez Montalbán dijo: "Era básicamente un punto de referencia estético. Era l'homme révolté más ambicioso de esperanza que he conocido".Ha rememorado EL PAÍS estos días, justamente, el aniversario de la muerte de Dionisio Ridruejo, y Javier Pradera ha escrito sobre el revisionismo histórico y el travestismo de muchos de los que hoy se visten de resistentes antifranquistas.

Alfonso Comín, que este mes hará 15 años que nos abandonó, fue uno de los más coherentes de estos últimos. Lo reafirmaron muchos de los compañeros, amigos y conmilitantes que acudieron hace pocos días al Ateneo de Madrid al acto de presentación de las obras completas de quien fue el más genuino representante español de Cristianos por el Socialismo. Y lo testimoniaron los presentadores, Nicolás Sartorius, Joaquín Ruiz-Giménez y Manuel Campo Vidal, que acompañaron a Comín en algunos de los capítulos de su vida; los tres coincidieron en definirlo como el impulsor del primer ensayo serio de convivencia política en nuestro país entre marxistas y católicos; Comín era un comunista en la Iglesia y un cristiano en el partido, el hombre que evolucionó desde el intelectual católico al político-comunista-que-sigue-siendo-católico hasta el final.

Antidogmático, antifundamentalista, antifascista, "radicalmente libre por radicalmente comprometido con los oprimidos" (Sartorius), un gran laico siendo religioso, Comín sentenció, hace ya mucho tiempo: "No; hay política sin ética. Política sin ética sólo es poder y el poder se ejerce sobre los seres humanos". Uno lee, y a veces relee, muchos de los textos esparcidos, por estos siete volúmenes (Obras. Alfonso Comín. Fundació Alfons Comín) y reflexiona sobre su sorprendente actualidad, a pesar de que algunos de ellos -escritos en El Ciervo, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, EL PAÍS, en la editorial Laia, Estela, Nova Terra, Taula de Canvi, etcétera- tienen más de treinta años de vida.

Alfons Comín nació en el seno de una familia carlista y su vida significa el tránsito de los hijos de quienes ganaron la guerra civil Y cambiaron de bando (también cómo Ridruejo).

Militante en el Frente de Liberación Popular desde el año 1956, "ese nuevo partido de izquierdas, independiente de los partidos históricos marcados por la guerra civil, que ofrecía un espacio de militancia política socialista" (María Lluísa Oliveres, su viuda), Comín combiné la vida intelectual y periodística con el trabajo en las fábricas y en el movimiento sindical (Comisiones Obreras); complementó el conocimiento y la divulgación de la obra de Enmanuel Mounier con la intensidad del Concilio Vaticano II, promovido por Juan XXIII; y estuvo, como otros antifranquistas, en la Cárcel Modelo antes de ocupar el escaño de diputado en el Parlamento español y en el Parlamento catalán; militante de Bandera Roja, del PSUC y del PCE, fue un especialista, en crear espacios permanentes de debate y de diálogo. Recuerdo la angustia con la que, a finales eje los años setenta, seguíamos las noticias, de los avances de su enfermedad. El otro día, en el Ateneo, muchos echábamos de menos a Comín.

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