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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos apasionantes comienzos

¿Por qué esta maravillosa película, realizada en 1993, ha pasado dos años enlatada sobre una estantería despistada, en espera de colarse por la puerta trasera en una pantalla española?No es probable que Una historia del Bronx acabe por ser, elevada por el paso de los años, una obra perfecta, pero es seguro que sus creadores esenciales -dos veteranos convertidos en principiantes: Robert de Niro, en funciones de director; y el dramaturgo Chazz Palmintieri, convertido en escritor y actor de películas- echan dentro de ella tanto conocimiento de lo que narran, tanta verdad en su manera de mirarlo y, sobre todo, tanta proximidad entre lo que buscan y lo que encuentran, que parecen comportarse como viejos zorros de un oficio que apenas conocen.

Una historia del Bronx

Dirección: Robert de Niro. Guión: Chazz Palmintieri. Fotografía: Reynaldo Villalobos. EE UU, 1993. Intérpretes:Chazz Palmintieri, Robert de Niro, Lillo Brancato, Francis Capra. Cines: Real Cinema, Canciller, Parque Oeste,Proyecciones, Ideal.

Con la lente situada a la altura de los ojos de la gente común, sin retórica visual, sin gesticulación, casi a media voz, ambos se sueltan calladamente la melena y nos proporcionan una mezcla expansiva y generosa de fabulación y de verdad, de cotidianidad y de excepcionalidad, conjugadas en un juego de intimismo, acción y emoción que por fuera parece cauteloso y medido, pero que se derrama a raudales en la zona subterránea del relato, que parece elaborado más que con técnica con amor, más que con cálculo con pasión contenida pero no disimulada.

Malas calles

De Niro y Palmintieri hacen su tarea con don de transparencia y desprecio por los resultados resultones, de modo que, leales a las leyes nobles no escritas de su oficio, plantan cara a las líneas de mayor resistencia y se juegan el tipo, como cineastas genuinos que -en la encerrona de una industria que degrada el cine que fabrica- se empeñan en dar a una cámara, esa centenaria máquina hambrienta de libertad, una mirada libre. De ahí que su Historia del Bronx es, en la misma medida que una lección de cine, una lección de ética; y que se trate de un filme, aunque tumultuoso dentro de su recorrido, apacible en su forma de recorrerlo, pues se mueve sobre el hilo de una mirada, amistosa y con resonancias elegíacas, a una esquina trágica del universo urbano vivido en su infancia por esos dos creadores esenciales del filme.

De Niro reconstruye a su manera, con una angulación probablemente involuntaria de desquite, aquellas malas calles que fueron las suyas propias y que en la pantalla recorrió siempre llevado de la mano, unas veces por Martin Scorsese y otras por Francis Coppola, pero en las que nunca se aventuró hasta ahora conducido por sí mismo. Y Palmintieri revive un perturbador recuerdo de infancia, con él que llena la médula del relato. Primero lo hizo en forma de monólogo teatral y, cumplido este, en forma de visualización cinematográfica de dos tiempos o ángulos de un suceso bautismal que desgarró la conciencia de un niño al mismo tiempo arrastrado por la veneración a su padre, el conductor de autobuses que crea Robert de Niro, y por la fascinación que ejercía en él un mafioso cacique de su barriada neoyorquina, en cuya piel se mete ahora, ya adulto, ese niño que lo soñó, el propio Palmintieri, que así hace suyo aquel oscuro y cálido segundo padre al que amó a escondidas. Y la película, compuesta con materia vivificadora y no únicamente evocadora, multiplica la verdad de su Ficción.

Vivida y no fingida, esta amarga y delicada elegía neoyorquina se enriqece de la fortísima intensidad emocional del gesto íntimo de donde procede. Su tonalidad de misterio proviene de la capacidad de contagio que adquiere una ficción cuando es construida por quien la gozó y padeció no como ficción, sino como gozo y padecimiento. La calidez del relato, la cercanía que desprende, como un aroma, la lejanía que evoca, añadida a la inteligencia de los aprendices que la trasladan a la pantalla, convierten a Una historia del Bronx en un retorno al comienzo de dos artistas de alto rango, que sienten de pronto necesidad de volver a comenzar por donde únicamente se comienza: por abajo del todo, a ras del asfalto de donde hace décadas emergieron. Y corremos a sentarnos con ellos en la sombra de su esquina.

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