Diálogo entre las dos orillas del charco
Antonio Muñoz Molina y Mario Benedetti evocan a Onetti como puente entre escribir en España y latinoamérica
Reunidos por EL PAÍS, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) y Mario Benedetti (Paso de los Toros, Uruguay, 1920) hablan del idioma común, de lo que se escribe a un lado y otro del Atlántico y de literatura, en fin, con una imagen recurrente, la de Juan Carlos Onetti, como fondo de la conversación.
Julio Llamazares, al morir Juan Carlos Onetti, el inolvidable escritor uruguayo, hizo "el elogio del tumbado": en su opinión, Onetti ha sido el gran tumbado de la literatura de este siglo. En la cama se nace y en la cama se muere (y así murió Onetti, en Madrid, sin salir de su cama, ha hecho hace unos días un año), en la cama se fuma y se bebe, y en la cama, Onetti (como otros grandes tumbados de la literatura, Vicente Aleixandre, por ejemplo: otro que tal), se escribe. Como esos artículos que Alfaguara publica con el título de Confesiones de un lector.Reunidos por EL PAÍS para hablar de Onetti, desde luego, pero también del idioma común, de lo que se escribe a un lado y otro del charco, pero, sobre todo, reunidos para hablar de literatura (literatura, en fin, literatura), a Antonio Muñoz Molina, estrenando la púrpura de académico, y a Mario Benedetti, el otro gran escritor uruguayo, es ésta, la de Onetti tumbado, la primera imagen que se les viene a la memoria. "Tumbado, sí, en la cama", dice Muñoz Molina, pero no embarrancado, ojo".
Antonio Muñoz Molina. Para mí, Onetti es la percepción máxima del lector, de ese lector perfecto que lee una novela, una novela policiaca, tumbado en la cama. Él sabía que pocos placeres mayores había que leer en la cama una novela de Simenon, fumando, bebiendo un poco. A Onetti, se ve en La vida breve, por ejemplo, le gustaba describir la inactividad.
Mario Benedetti. Yo le conocí a finales de los anos cuarenta, y ya lo recuerdo, entonces, tumbado. Era por entonces director de las bibliotecas de la Municipalidad de Montevideo: él iba, marcaba su tarjeta, cumplía su horario, volvía a su casa y se metía en la cama. Fue, desde luego, un vocacional de la cama.
A. M. M..Dolly, su mujer, me contaba que en Montevideo, en los días de mucho viento y de frío se cubría con una manta y allí permanecía fumando, para susto de Dolly, que temía que provocara un incendio.
M. B. Onetti siempre tuvo la obsesión de vivir su vida y a veces se lo impedían, pero siempre que pudo vivió su vida y como la quiso vivir, aislado, metido en la literatura.
A. M. M. Recuerdo la impresión que me produjo verlo en televisión, en una entrevista,. recién llegado él a España. Yo tenía 20 años y estaba buscando desesperadamente modelos literarios. Aquí imperaba ese tipo de escritor solemne, como de cargo administrativo, de negociado, y te encuentras con alguien que dice que escribe porque le gusta y que lo hace en papelillos sueltos, que se le pierden y que es su mujer quien los reúne, y esa manera tan sencilla, sin dar importancia a lo que haces, que él tenía.
M. B. Él tenía una sobriedad que a veces se confundía con la timidez, o esa cosa huraña que se le ha atribuido. A él no le gustaba que hablaran de él, que le obligaran a dar respuestas brillantes. Recuerdo que un día el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal declaró que el verdadero personaje de la narrativa latinoamericana era la palabra y, entonces, en Caracas, le preguntaron a Onetti que qué pensaba de esto y él manifestó que no estaba de acuerdo: en su opinión, el gran protagonista de la narrativa era el punto y coma.
A. M. M. Me estoy acordando ahora de aquella entrevista televisiva; el periodista le decía: "Usted es un maestro", y él se quitaba de encima el elogio confesando que llevaba toda la vida copiando a William Faulkner.
M. B. Los dos son novelistas de la fatalidad, ¿no te parece, Antonio?, pero se diferencian en bastantes cosas. . Cada personaje de Faulkner tiene su propia fatalidad y va hacia el encuentro de un desenlace; en cambio, los de Onetti forman parte de una cosa congénita del ser humano. Faulkner tiene un viaje de ida hacia la fatalidad y en Onetti ya se sabe cuál es el final: la destrucción, pero toda su literatura es el empeño por saber el porqué de esa fatalidad.
A. M. M. Yo veo, Mario, otra diferencia. En Faulkner siempre está la presencia terrible de la intolerancia puritana, religiosa, y en Onetti, nunca. Estoy de acuerdo con eso que escribes, en uno de los ensayos que recoges en El ejercicio del criterio, de que Onetti es uno de los casos más definidos de vocación, dedicación y profesión; profesión, ¿verdad?, en sentido de profesar. Onetti profesaba la literatura como vida, la literatura no le interesaba como tema, sino que le interesaban los sentimientos de la gente común.
EL PAíS. ¿Se puede hablar de que hay escritores a los que la literatura les elige, y sería el caso de Onetti, y hay otros que hacen un hueco en la literatura, a base de codos, de tesón, y sería el caso de Vargas Llosa?
M. B. Son dos escritores tan distintos...
A. M. M. Eso que decía Onetti de que Vargas Llosa estaba casado con la literatura y él era, en cambio, su amante. La diferencia estriba, creo yo, en que nada que no fuera la literatura tenía sentido para él; le gustaba, claro, la gente, la vida, su perra, pero su único oficio era la literatura. A Vargas Llosa le importan otras cosas.
M. B. No le importaban las cosas oficiales, los premios, la crítica, pero estaba siempre deseoso de conocer cosas, de la política de su país; Onetti y yo hablábamos mucho por teléfono, por teléfono perdía su timidez, su cosa huraña.
EL PAÍS. Onetti, Vargas Llosa, Benedetti..., ¿qué han supuesto para Muñoz Molina todos estos grandes escritores latinoamericanos?
A. M. M. Suponen el espacio natural de mi trabajo. El gran malentendido del idioma es pensar que el hecho de hablar todos la misma lengua significa algo, y en principio no quiere decir nada. Para mí, lo importante es que ellos hablaban de una manera diferente de entender la literatura. Yo leí muchos cuentos a los 20 años ellos tenían el secreto del cuento. Yo leí, Mario, tu libro Montevideanos, antes que Dublineses, y leímos nuestro primer monólogo interior, en Cinco horas con Mario, de Delibes, antes que en Joyce, y esto no se dice. Aquí parece que todos nos hemos educado en Cambridge. Así que todo esto es un espacio ideal de la experiencia del idioma.
EL PAÍS. ¿Piensa Benedetti que el auge de la narrativa española actual está oscureciendo injustamente a la que se está haciendo allí?
M . B. La calidad de los novelistas españoles como Antonio es indudable, pero creo que, en torno al Quinto Centenario, se corrió el peligro de encumbrar a todos los novelistas españoles, a los muy buenos, y esto, que no es bueno para nadie, tal vez, es cierto, ha impedido dar a conocer aquí a jóvenes escritores del otro lado. Yo, en la medida en que puedo, intento apoyar a jóvenes que conozco, pero no tengo, la verdad, excesivo éxito. A veces, el azar interviene en la difusión de una obra.
A. M. M. En la novela latinoamericana del pasado se dieron varias casualidades, como que en una década como la de los sesenta se publicaran títulos fundamentales, pero esto no ocurre siempre, son épocas. El libro con resonancia se abre paso enseguida. A mí no me gustan Isabel Allende o Laura Esquivel, que son epígonas de García Márquez, pero triunfan.
M. B. También ocurre que desde Europa siempre se piensa en la literatura latinoamericana como un todo, se mete todo en la misma bolsa y verdaderamente somos países distintos, con historias y realidades diferentes. Esa visión que se tiene en Europa es limitada y, con frecuencia, caricaturesca.
A. M. M. No hay que olvidar, Mario, que no hay un universo cultural común entre España y los países latinoamericanos, como no lo hay entre ellos mismos; en el mundo anglosajón existen revistas y suplementos literarios que aglutinan toda la creación en esa lengua. Aquí, al no existir una comunidad cultural, los intercambios son excepcionales.
M. B. Pero en España, al menos, hay un cierto interés oficial por apoyar a la cultura, pero allá, no; los Gobiernos de derechas, la reprimen, los de centroderecha utilizan al intelectual como florero, y los partidos de izquierda, lo mismo. En definitiva, el escritor acaba siendo una molestia. En Onetti, por ejemplo, rara vez aparece la política en, su literatura, pero, sin embargo, es una crítica al mundo que se estaba derrumbando y entonces también molesta.
(Y como ha vuelto, de nuevo, a la conversación Onetti, tanto MuñoZ Molina como Benedetti vuelven a intercambiarse recuerdos o lecturas, y Muñoz Molina recuerda la edición que tiene de El astillero, en la colección, aquella, popular, de RTVE, a cinco duros, le informa a Benedetti, y éste le habla de la primera edición de El pozo, en papel horrible y con unos dibujos falsificados de Picasso. El libro, una joya, se cotiza a mil dólares. Muñoz Molina también tiene un ejemplar).
Babelia
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