Apasionante película
Henri-Georges Clouzot, un fascinante, singular -le apasionaba lo terrorífico torcido y retorcido: El cuervo, El salario del miedo, Los espías, Las diabólicas- clásico francés, inició con Romy Schneider hace un par de décadas el rodaje de un guión suyo titulado El infierno. La película se quedó a medio hacer. El cineasta cayó enfermo y murió.Hace un par de años, otro buceador. -menos férreo, más poroso y libre que Clouzot- del lado aterrador de la vida cotidiana, Claude Chabrol, desempolvó el guión de su colega y maestro, lo acopló a sus modos y gustos; y reemprendió la aventura de meternos dentro del círculo viciado, atosigante, cerrado y sin salida de los celos en total radicalidad: un sombrío brote de locura y horror. Seguro que le ha salido un filme muy distinto del que buscaba Clouzot. Quedan en la pantalla huellas de éste, pero no muy marcadas. El resultado entra, con perfecto ajuste, en la franja más rica del cine de Chabrol, donde hay cal y hay arena, obras magníficas e insuperables petardos, pero El infierno no sólo encaja entre las primeras, sino que pertenece al ramillete de sus mejores obras. Notable, apasionante película.
El infierno
Dirección: Claude Chabrol. Guión: Henri-Georges Clouzot, adaptado por Chabrol. Fotografía. B. Zitzermann. Francia, 1994. Intérpretes: Emmanuelle Béart, François Cluzet. Madrid: Cid Campeador, Juan de Austria, Vaguada y (V. O.) Alphaville.
Es una obra tensa, intensa y, sin embargo, muy libre; dura y amarga, pero muy refinada; tremenda y contundente, pero sorprendentemente ágil y abierta, que merece una respuesta de idénticas calidades y una calurosa invitación a no perdérsela, a vivirla de modo que se capture todo el caudal de inteligencia y de conocimiento del cine que lleva dentro, que es ingente.
Y que invita a reiterar que una actriz de hermosura clamorosa -Emmanuelle Béart, que saltó hace cinco años a la popularidad por la casi una hora de casto desnudo integral que nos regaló en La belle noiseuse; y a una más consistente fama tras la elegancia y gravedad que imprimió a su creación hace un par de años en Un corazón en invierno- entrelaza ahora su belleza con la definitiva demostración de que es dueña de un talento interpretativo no menos clamoroso.
Es en sí misma Emmanuelle Béart -que obtiene una sobria y solvente réplica, con parentesco en estilo y aspecto con Dustin Hoffman, de François Cluzet- un insuperable espectáculo, que absorbe como una esponja la dualidad que Chabrol busca dar al callejón sin salida en que nos embarca y que combina de manera admirable frescura y seriedad, candor y malicia, llaneza y perversidad, espíritu e infierno.
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