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La cultura del oso y el "marica"

Vicente Molina Foix

En junio de 1993 las orejas del lobo hicieron de muchos de nosotros caperucitas rojo desteñido. Había ya entonces un descontento por la falta de reflejos progresistas del partido gobernante, sus compromisos incumplidos, la parálisis de cambio anunciado, pero el amago de un triunfo del PP bastó para que al menos en el campo de las "artes y las letras" el voto útil primara a fin de que Estrellita Castro, La del soto del parral y el monumento a la tortilla española no se convirtieran en los únicos polos de atracción de nuestra vida cultural. Transcurridos dos años llenos de nuevas promesas sin cumplir y cierres de fila vergonzosos para tapar comportamientos cada día que pasa menos presuntos, el fantasma del voto estratégico, el miedo al coco, vuelve a volar sobre nuestras cabezas; precisamente ahora.Precisamente hoy he bajado a la calle de la ciudad donde vivo -pongamos que hablo de Madrid- y he respirado hondo, aunque no por mucho tiempo. El cielo estaba claro y el horizonte despejado de nubes, pero han empezado a sonar unas bocinas a ritmo de PP, el altavoz de un coche socialista me dejó sordo, y la lectura de la prensa me ha desconcertado. Las cuestiones que se discuten en los mítines son de estado (fiscalidad, pensiones, pasados fascistas, corrupción GAL, bombas ETA), pero yo lo que quiero es saber a quién debo votar el día 28 para que mi ciudad sea no diré que comestible pero sí un poco más vivible. ¿Hay un voto más útil que el municipal?

Los partidos nos tratan en esta ocasión como a votantes nacionales, sin darnos el consuelo de medir la estatura de nuestro ayuntamiento o nuestra región (allí donde también se renuevan los gobiernos autonómicos).

Frente a este maximalismo electoral, según el cual toda consulta en las urnas se convierte en una prueba de confianza al gobierno central, opongamos una matización municipal y densa (más que espesa) a nuestra papeleta, una lectura urbana y por tanto socioestética de nuestra condición de seres-para-el-voto. De ahí que -precisamente hoy- yo me pasee ocioso por las calles de mi ciudad.

El primer percance lo he tenido en la esquina; distraído por la bocina y el eslogan y no reparé a tiempo en el kiosco de malaquita (falsa) que adorna desde hace un mes las calles de mi ciudad PP. El objeto es tan grande, tan insuperable (y yo no soy bajito) que todo el sentido de proporción y escala se pierde ante estas decimonónicas columnas publicitarias a imitación parisina que -en número de 1.800 y con un contrato vigente de 15 años- la concejala de ¡cultura! de mi ayuntamiento ha erigido. Los chirimbolos (el madrileño, pese a la desgracia, conserva la gracia para el mote) no sólo causan tropiezos, atascos, chichones y alguna que otra lipotimia estética, sino que rezuman sospechosamente el tufo de una explotación comercial abusiva a costa del espacio peatonal y visual del ciudadano que los paga y los ha de sortear. Un detalle más (escribo para los que me leen en La Coruña o han de votar en Jerez). La municipalidad, temerosa de pasar por afrancesada, incluyó en el diseño del armatoste un friso de osos madrileños. ¿Crecerán los madroños a sus pies?

Mi paseo me llevó al centro, después de esquivar los dos obesos Boteros que, tras una exposición al aire libre que el alcalde de mi ciudad pone como gran ejemplo de su gestión cultural, quedarán eternamente en la ciudad. Hoy he decidido ir al teatro, y pensando en el precedente de los chirimbolos, se me ocurre que quizá la derecha madrileña también copie a la parisina en eso; Chirac tendrá las ideas que tenga, pero la programación de los museos y teatros municipales durante su alcaldía ha sido ejemplarmente atrevida, moderna, rigurosa. Saco mi entrada y entro en el Teatro Español, uno de los más nobles y antiguos del país. Tenía yo ganas de ver algo nuevo allí, después de los siete meses que se ha tirado en cartel, como unico programa de ese teatro subvencionado, una comedia sobre el descubrimiento de América del gran dramaturgo Vázquez Figueroa (que usted conocerá más por sus prestigiosas novelas Ébano, Océano o Tuareg). Hoy este teatro pone en escena a un autor nuevo, García Mauriño, con un título muy picaruelo, Picospardo´s. La sorpresa es ver una obra anciana de escritura y dirección que trata de un grave problema de nuestros días, la homosexualidad. So capa de echar un capote a este sufrido colectivo -el sida aparece como bandera humanitaria- Mauriño presenta los estereotipos más ridículos (maricas sensibles y amantes de la ópera), trata de provocar la risa con frases como "el chico tendrá el culo como un buzón de correos" y rezuma en su hechura e ideología un tufo trasnochado (¿qué hace por cierto Gala, tan apóstol de las causas nobles, apadrinando en el programa de mano este ofensivo engendro?).

Al volver a casa los aspirantes a alcalde hablan en televisión de grandes temas, y algunos nos advierten del peligro de los nacionalismos políticos. Yo no sé si usted, lector, lo tendrá tan difícil como yo (me refiero a la izquierda desteñida y secundaria que se presenta en la capital del reino), pero haga algo con su voto para impedir al menos la pesadilla estética de ese, neo-nacionalismo cultural castizo, retrógrado y ñoño que nuestra derecha, tan liberal y admiradora de Chirac y Thatcher, sigue copiando, allí donde la dejan, de los modelos más rancios de la España más negra.

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