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El centro del mundo

"Mi abuela", cuenta el periodista palestino Ziad Abu Ziyad, "no paraba de repetirme, cuando yo era pequeño, que Jerusalén es el centro del mundo y también su principio y su fin". Muchísima gente comparte esa creencia, empezando por todos los árabes y judíos que viven en Tierra Santa. Por eso, los negociadores de la OLP y de Israel decidieron en el verano de 1994 dejar para el final del proceso de paz cualquier discusión sobre el destino de Jerusalén. Sabían que, como mínimo, éste es el centro, el principio y el fin de los problemas de Oriente Próximo. Sin embargo, dos iniciativas desastrosas -una del Gobierno israelí, la otra de los líderes republicanos de Estados Unidos- acaban de colocar en el centro del debate el asunto de Jerusalén.En su última reunión, el Gobierno israelí aprobó la propuesta de Isaac Rabin de expropiar 53 hectáreas de tierras palestinas de Jerusalén Este y dedicarlas a la construcción de viviendas para judíos. Aunque también prometió que no volverá a adoptar una medida semejante, los palestinos, y todos los árabes, lo han visto como una tropelía.

Es sabido que la nueva expropiación es sólo la enésima aplicación de un plan concebido en el momento mismo en que los israelíes conquistaron y anexionaron la parte oriental de Jerusalén. Ese plan pretende que en Jerusalén Este sólo quede un pequeño núcleo de irreductibles palestinos rodeados por todas partes por judíos y separados de su hinterland natural de Cisjordania. Desde 1967, los israelíes se han adueñado de más de 7.000 hectáreas de tierra palestina en la Ciudad Santa y sus alrededores, según un reciente informe de Betselem, el Instituto Israelí de Derechos Humanos. Sobre esas tierras se han levantado unas 75.000 viviendas, de las que el 88% han sido ocupadas por judíos. "Se trata", dice Betselem, "de reforzar el control israelí sobre el conjunto de la ciudad, de crear una realidad demográfica y geográfica que impida en el futuro cualquier puesta en cuestión de la soberanía de Israel sobre todo Jerusalén".

La triste verdad es que Rabin podía haberse ahorrado esta última provocación. Como dice Patrice Claude, el corresponsal de Le Monde en Jerusalén, "la política de judaización de la Ciudad Santa es ya un éxito. Antes de 1967, cuando la Ciudad Santa estaba dividida, había un 100% de judíos en el Oeste y un 100% de árabes en el Este. Hoy, sigue habiendo un 100% de judíos en el Oeste, pero sólo un 48% de árabes en el Este (160.000)".

Afectados quizás a distancia por ese síndrome de Jerusalén que lleva cada año al hospital Kfar Shaul a medio centenar de turistas occidentales que se toman por el Mesías, los ultraconservadores Bob Dole y Newt Gingrich han arrojado desde Washington más leña al fuego. Han propuesto que Estados Unidos traslade de Tel Aviv a Jerusalén su Embajada en Israel. Tan torpe es la iniciativa que hasta el propio Rabin ha dicho: "No, gracias". No es que Rabin ponga en cuestión el sagrado principio de que Jerusalén es la capital "eterna e indivisible" del Estado hebreo; es que ahora le viene muy mal el favor.

Según los acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP, las negociaciones sobre el futuro de Jerusalén deberían comenzar en mayo de 1996. Pero con la que se ha organizado, el asunto ya está sobre la mesa. Y en el peor momento. Israel y la OLP se comprometieron a ultimar antes del próximo 1 de julio el calendario de la segunda fase del proceso de paz, que incluye la retirada parcial israelí de Cisjordania y la celebración de elecciones palestinas. Pero ninguna de las partes está muy entusiasmada con la otra. Los israelíes están aterrorizados con los atentados suicidas de Hamás. Los palestinos ven cómo se les sigue arrebatando terrenos en Jerusalén, se implantan nuevas colonias judías en Cisjordania, se les sustituye en Israel por trabajadores tailandeses y se reduce Gaza y Jericó a unos meros bantustanes. A nadie le conviene que esto siga así, y a Israel menos que a nadie. Rabin debería volver a ponerse el traje de estadista que piensa en los intereses estratégicos de su pueblo.

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