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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Repite Menem

JAMÁS HABÍA votado Argentina con mayor convencimiento aparente. La victoria del presidente Carlos Menem, peronista, con casi el 50% de los sufragios expresados, lo que le ahorra una segunda vuelta para su segundo mandato, alcanza los caracteres de un cierto plebiscito. Por añadidura, en la jornada electoral del domingo, el peronismo se ha hecho con la mayoría absoluta en la Cámara y la mayor parte de las gobernaciones provinciales. Pero, ¿qué han votado realmente los argentinos?La ciudadanía ha votado al presidente cuyo Gobierno ha acabado con el fenómeno de la hiperinflación -hasta un 5.000% anual a finales de los ochenta-, hoy reducida a proporciones apenas superiores a las del mundo desarrollado, y a una política económica, la del ministro Domingo Cavallo, que ha permitido el crecer cerca de un 50% durante el mandato presidencial. Pero lo ha hecho perfectamente consciente de que sobreviven algunos desequilibrios graves: la cifra de desempleo supera el 12%, el coste social de la estabilización es enorme y la corrupción está muy lejos de haberse erradicado. Éstas han sido unas elecciones en las que se ha votado estabilidad, libre mercado y una política de recuperación económica con efectos contradictorios a corto plazo.

Pero en ese contexto de voto prudente se ha producido, sin embargo, un hecho de notable trascendencia en la política nacional. El tradicional segundo partido del sistema, la Unión Cívica Radical, se ha hundido, dando paso, no sabemos aún si con carácter duradero, a una nueva formación, el Frepaso (Frente del País Solidario), que, bajo la dirección del senador ex peronista José Bordón, ha tocado en la campaña resortes alternativos de derecha y de izquierda. Con ello ha obtenido un 30% de votos, que constituye una sólida base de futuro.

Los problemas a los que tiene que hacer frente ahora el presidente Menem no son menores, pese a lo rotundo de su triunfo. El crecimiento económico del 7% en los últimos años, lejos de acortar las desigualdades so ciales, las ha agudizado. En el frente político, el asunto de la guerra sucia que parecía enterrado con la Ley de Punto Final, aprobada bajo la anterior, presidencia del radical Raúl Alfonsín, rebrota ahora como los sumideros rezuman tras una noche de tormenta. Algunos militares y, en mucha menor medida, personalidades eclesiásticas que practicaron -los primeros- la eliminación de millares de presuntos enemigos a fin de los años setenta, y la santificación o el silencio -los segundos- de ese criminal exterminio, aparecen ahora reconociendo sus culpas, tratando de exorcizar con la palabra lo que fue una auténtica vergüenza nacional.

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Menem, muy dado a prometer antes de saber si puede cumplir, primero pareció inclinarse por revisar el perdón general que aprobó el Parlamento bajo el principio de la obediencia debida, pero, más recientemente, ha declarado que es mejor dejar las cosas como están. Los familiares de tanto inicuo asesinato, sin embargo, no parece que se vayan a dar por satisfechos con esa especie de amnesia legal, por la que sólo unas docenas de militares pagaron en parte por el pecado de toda una institución.

El líder peronista, que logró hacer enmendar la Constitución para poder desempeñar un segundo mandato, tiene por delante seis años para pasar revista a los fantasmas del pasado. Y este peronismo convertido con furor catecúmeno al neoliberalismo cuenta hoy con un apoyo popular, quizá no delirante, pero sí notabílisimo, para reconstruir el país con el apoyo, no de los descamisados que aclamaban al general Perón hace medio siglo, sino de las clases medias, ansiosas de estabilidad, y del capital, para el que la integración de Argentina en la economía mundial es garantía de buenos negocios.

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