Ya es de todos
Hace casi 80 años, con precariedad encomiable, se le negó al insaciable destructivismo una porción, pequeña, de los Picos de Europa. Uno de los más bellos paisajes de montaña de este planeta, Covadonga, se incorporó entonces a los primeros lugares de una lista de supervivientes que hoy ya suma casi 20.000 enclaves, repartidos por todo el mundo, y que ha liberado del consumo a casi el 5% de las tierras emergidas.Celebramos ahora una necesaria, coherente y legítima ampliación del parque nacional más veterano hasta la totalidad del conjunto del que forma parte. Se ha completado un proceso y mucho más. Tras disecar, vía incompresión, buena parte de lo que nos sostiene y explica, estamos comenzando a rectificar. Aumentamos significativamente la cuantía de los espacios donde ya no vale todo. Venimos haciéndolo, eso sí, con un exceso de burocracias que están acudiendo en ayuda de sus antípodas, la libertad y la belleza de los paisajes. Seguramente no hay más remedio, pero conviene no descargar sobre las últimas naturalezas el peso de los papeles y las decisiones de despacho.
Tampoco debemos quedar atrapados en la miopía de los lejanos: esos espacios protegidos no están ahí tan sólo para que los cotidianamente masificados se den una leve lucha de sosiego, tantas veces imposible porque llegan todos juntos. Ahora que la conservación de espacios naturales tiene categoría de alta política, nos parece de elemental decencia reconocer que fueron modos de vivir, es decir, las comunidades rurales, ahora a menudo insultadas con paternalismos, las que permitieron que esa belleza llegara no quebrantada hasta nuestros días. Tarea que debe continuar y ser reconocida en pie de igualdad con todas las otras. Está en la ley. Pero conviene no perder de vista que los populares pretenden desandar este paso para que todavía adelgace más uno de nuestros más escasos recursos: la sensatez. Precisamente cuando con este nuevo parque nacional comenzamos a aprender también la primera lección que mana de los propios paisajes.
Y es que nada empieza o acaba en la frontera o límite alguno que nosotros hayamos pintado en el mapa. Por eso, ayer, y esperemos que ya para siempre, hemos dado, todos, un gran salto hacia la comprensión de cómo funciona la imprescindible naturaleza. Y funciona lejos de las competencias y de los intereses de partido. Ejerce de punto, de encuentro, de fonda para unas mínimas esperanzas de futuro, sin reservarse jamás el derecho de admisión. La naturaleza, por incluirnos, a todo y a todos, está insinuando desde siempre que nos parezcamos algo más a ella. Estos espacios deben ser compartidos: por autonomías, por cualquiera de las formas de uso no degradantes y por las otras especies vivas.
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