La estirpe de Lola Greco
La compañía titular española entra en el Albéniz, y eso es muy bueno: así el público madrileño tiene acceso regular al repertorio español (una pena no sean programas más variados, que estén más tiempo en cartel).Hubo clásicos como Danza y tronío y Medea, verdaderos puntales de arte coreográfico local de las últimas décadas, y se vio también ese discutible Bolero con tanto zapatazo ofensivo para el oído espiritual de Ravel como lo son para los ojos los trajes de cuero o el incongruente aire a lo musical de Broadway de los años 30. Gusta el Bolero por la calidad de los bailarines (Aída Gómez se lo toma en serio, y espesa la danza, le da el punto), pero es producción fallida y algo hortera. El Ballet Nacional merece otro Bolero, si es que la dirección entiende que es inevitable llevarlo por ahí, además de inexplicable en un artista como Granero, hombre refinado e imaginativo, como demuestra su Medea, aún hoy, tras sus 500 representaciones, fuerte, intensa, directa.
Ballet Nacional de España
Danza y tronío: Mariemina / SolerBoccherini-Gárcía Abril; Bailaora: Ciro José María Bandera y José Carlos Gómez; Bolero: J. Granero / M. Ravel; Medea: J. Granero / M. Sanlucar. Teatro Albéniz, Madrid. 4 de mayo.
Lola Greco ha mejorado muchísimo en su papel; ahora lo sufre visceralmente, le da densidad y goza su línea física sin frivolizarla, dando por fin el acento trágico que pide el creador a una Medea que tuvo en su creación una impronta tan particular como la de Manuela Vargas. Antonio Márquez le da la réplica con un Jasón caluroso capaz de cuajar la química de la pasión sin freno. Lola reinó, y el público se le entregó de pie. Y se le agradeció después del mal sabor de boca que dejara el solo de Mila de Vargas, insulso en el paso, pretencioso en el estilo, horrendamente vestido. La bailaora no acaba de encajar en la plantilla; posee un cierto encanto doméstico, de cercanía, que la escala teatral le diluye.
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