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Ruanda y Burundi ceban su bomba étnica

Las dos antiguas colonias belgas de África central se desangran ante la impotencia del mundo

Alfonso Armada

El origen del odio cerval entre hutus y tutsis no yace en la noche de los tiempos. El duque Adolfo Federico de Mecklenberg escribió en 1910, después de un viaje a Ruanda-Urundi, entonces colonia alemana: "Los tutsis son altos, bien formados y con una mente casi ideal". Por contraste, Mecklenberg caracteriza, a los hutus, "los primitivos habitantes", como "gente de talla mediana, cuya figura sin gracia está predestinada para el trabajo duro. Se inclinan con paciencia y resignación ante los últimos que llegan, en este caso los tutsis, la raza gobernante"; Una raza ganadera de origen nilótico, que desde el siglo XV nutrió la casta dirigente. En 1916, la Sociedad de Naciones entregó a Bélgica la tutela del territorio. Desde la fascinación por las teorías sobre la eugenesia, que aplicarían años después los nazis contra los judíos, los colonizadores belgas reforzaron (con la inestimable ayuda de la Iglesia católica) los estereotipos raciales, crearon carnés étnicos y se sirvieron de los tutsis (el 14% de la población) para dominar a los agricultores hutus (el 85%) y a los pigmeos twa (el 1% restante).Ayer, pistoleros no identificados asaltaron un autobús, en la provincia norteña de Ngozi y asesinaron a 18 personas. Hace una semana, 18 hutus encontraron la muerte a pedradas y bastonazos cuando retornaron a su pueblo, Huye, una aldea al sur de Ruanda. Otros cien huyeron a las colinas, las mil y una colinas que hacen de Ruanda y Burundi dos pequeños paraísos verdes. Desde lejos. Los que empuñaron los bastones y lanzaron las piedras eran los supervivientes de la limpieza étnica de un año antes: los tutsis. Una siniestra cinta sin fin alimentada por los radicales que han convertido en una guerra étnica lo que en su origen no era más que una lucha despiadada por el poder.

El 6 de abril de 1994, el avión en el que los presidentes de Burundi (Cyprien Ntaryamira) y Ruanda (Juvenal Habyarimana) regresaban de unas conversaciones de paz en Tanzania fue abatido por dos misiles lanzados -según las últimas investigaciones por dos técnicos franceses. El sabotaje de los acuerdos de paz de Arusha, que establecían un reparto del poder entre Habyarimana y la guerrilla tutsi del Frente Patriótico Ruandés (FPR), se ponía en marcha.'Radio Machete'

Radio Mil Colinas, rebautizada, Radio Machete o la radio que mata, había sido fundada un año antes para responder a la rendición de Arusha, tal como el clan Akazu, los extremistas hutus agrupados alrededor, de Agathe Habyarimana, la mujer del dictador, calificaba un plan de paz que amenazaba con "volver a los tiempos del dominio de la monarquía tutsi". Ferdinan Nabimana, el Goebbels hutu, hoy refugiado en Camerún, era el director de programas. La responsabilidad del derribo del avión fue automáticamente atribuida al FPR. Era la señal. "Las tumbas están a medio llenar, no cometamos los mismos errores del pasado". La solución final, el exterminio de los tutsis, fue la consigna que Radio Mil Colinas lanzó al aire. Todo estaba preparado de antemano: el tercer gran genocidio del siglo después del de los armenios y el de los judíos comenzaba.

La máquina de matar, engrasada con armamento francés, egipcio y surafricano, demostró una eficacia pavorosa. Minutos después del derribo del avión, equipos de asesinos se pusieron en camino: las milicias tenían militantes armados en las 146 comunas del país. Prefectos, subprefectos y alcaldes tenían listas de víctimas: la minoría tutsi (sin hacer distingos entre hombres, mujeres y niños) y hutus moderados, defensores de los acuerdos de paz, como la primera ministra Agathe Uwilingyimana.

En poco menos de tres meses, entre medio millón y un millón de personas cayeron abatidas en Ruanda. Las matanzas encorajinaron al FPR, una de las guerrillas más disciplinadas de África, que empujaron a las tropas gubernamentales hacia el sureste del país. Francia, leal aliado del viejo régimen, puso en marcha la Operación Turquesa para proteger al Gobierno y permitir la huida de los instigadores y responsables de las matanzas. Radio Mil Colinas, que operaba sin interferencias desde la zona francesa, pasó a la segunda fase. La venganza sería terrible, había que abandonar el país para que los tutsis que querían "devolver a Ruanda a la Edad Media" gobernaran sobre un país fantasma. El mayor éxodo de la historia moderna se cumplió a principios del mes de julio de 1994: más de un millón de personas cruzó a Zaire en tres días y creó de la nada ciudades instantáneas desprovistas de todo.

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En los campos de refugiados de Zaire y de Tanzania, los antiguos jefes de equipo de la máquina de la muerte controlan ahora el reparto de la ayuda humanitaria, matan a los que quieren volver y se preparan para la revancha. Ninguno de los desplazados ha mostrado signos de remordimiento por la terrible carnicería del año pasado. En Ruanda, el nuevo Gobierno, ansioso por restaurar la normalidad, esperó nueve meses antes de cerrar por la fuerza los campos de desplazados donde muchos asesinos se sirven de la muchedumbre como escudo. ¿Pero quién no ha matado cuando tantos han muerto? Hace dos semanas, el cierre del campo de Kibeho desencadenó una nueva matanza: los disparos del Ejército provocaron el pánico y al menos 4.000 personas murieron ante la incapacidad y la impotencia de los cascos azules de Zambia y de Australia desplegados en la zona. Ayer se retiraron los últimos 2.000 que se resistían a abandonar Kibeho por temor a las represalias.

Kibeho y los lapidados de Huye se han convertido en la cara sucia del mensaje que el nuevo Gobierno de Kigali quería hacer llegar a los refugiados y desplazados. Odio que se alimenta de miedo. Acaso sea demasiado tarde para devolver una confianza concienzudamente dinamitada. En las cárceles, en condiciones infrahumanas, más de 30.000 sospechosos de haber manchado las manos en las matanzas de 1994 esperan justicia de un aparato judicial desmantelado.

Desde la independencia, a comienzos de los sesenta, las matanzas se suceden. Son dos historias paralelas, con rasgos propios. Porque Ruanda y Burundi comparten desde hace siglos tradiciones, religión y lengua, hasta el punto de que a menudo es imposible distinguir a tutsis de hutus. Pero en Burundi, ni siquiera tras la independencia de Bélgica, la minoría tutsi cedió el control del Ejército. En 1993, por primera vez, un hutu fue elegido presidente en unos comicios democráticos. Pero el espejismo fue fugaz. Oficiales del Ejército mataron ese mismo año a Melchio Ndadaye. La mayoría hutu, por primera vez, se tomó la revancha, lo qué dio pie al Ejército para una nueva oleada represiva. Los muertos fueron centenares de miles. Desde entonces, el país está al borde del desastre, con venganzas cotidianas. Los tutsi viven agrupados bajo protección militar mientras los hutus han limpiado étnicamente sus colinas. Como en Ruanda, la lucha por el poder se ha convertido, interesadamente, en una lepra étnica.

Viejos dilemas morales

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