"El cine es jugar a Dios, crear tiempo"
, Bigas Luna es, en estos momentos, uno de los directores emblemáticos del cine español. Ha construido una carrera con buen ritmo. Desde las intimistas, Bilbao y Caniche de sus comienzos hasta la trilogía ibérica (Jamón, jamón, Huevos de oro y La teta y la luna), en una línea mediterráneo-escatológica, el realizador catalán acumula una cinematografía bastante insólita por estos lares. Teme a la muerte y por eso hace cine, ya que considera que su oficio es pura alquimia, lo más parecido a "jugar a Dios", porque, en definitiva, consiste en "crear tiempo".Si tuviera que escoger los tres filmes que más le han impresionado se decantaría por La naranja mecánica, de Kubrik, L'age d'or, de Buñuel, y El oro de Nápoles, de Vittorio de Sica. Ahora se prepara para rodar Perdita Durango en Arizona, pero no es la primera vez que intenta la aventura americana, a principios de los ochenta rodó Reborn con Dennis Hopper.
Pregunta. ¿Cómo se metió en esto del cine?
Respuesta. Creo que hago cine porque de pequeño era muy embustero. Me gustaba contar historias, y ahora me pasa lo mismo. He aprendido a hacer cine haciendo cine. El hecho de que empezara relativamente tarde hizo que me interesara por el oficio, pero después me he ido desinteresando de este aspecto. Tengo la teoría de que el día en el que uno llega a ser un gran director de cine, un maestro, es precisamente el día en que no hace nada. Sólo hay algunos momentos importantes: cuando decides qué es lo que quieres contar, a quién encargarás que haga cada cosa y saber actuar cuando se equivocan. Lo que más me interesa es el proceso alquímico. Este es un trabajo de manipulador de energías, porque la gente que hace cine está muy dispuesta a dar, y el trabajo es encauzarlo.
P. ¿Y sale lo previsto?
R. Nunca al final es lo mismo que uno quería explicar al principio. Siempre, al menos en mi manera de trabajar, depende de este proceso creativo constante. Si alguien me pregunta si el resultado final coincide con lo que originalmente tenía en la cabeza, respondo que si así fuera no me interesaría para nada hacer cine. Porque a lo largo del proceso las ideas se van modificando, se van decantando y acaban en otro sitio, y este lugar siempre es más verdad, más interesante que lo que uno quería. Como sistema de vida, me genera mucho más interés. En el cine todo cuenta, incluso lo que sucede entre los miembros del rodaje acaba penetrando en la película. Hay un mimetismo que yo también provoco.
P. ¿Así que hace de Dios?
R. Si, claro, hacer cine es jugar a Dios, porque estás dando una hora y media o dos horasde tiempo que vivirá otra gente y lo estás creando, y aquí es donde radica la gran complejidad y la gran atracción de hacer cine. Eso de calificar el cine como un aglutinador de las artes me parece un concepto antiguo. Cierto, hay literatura, música y muchas otras cosas, pero no es eso. El concepto que más me gusta para definir el cine es el de que estás creando tiempo. Me gusta mucho ir a ver una película mía y contemplar a la gente quieta, fascinada, viviendo un tiempo que yo he creado, y me gusta, por supuesto, hacer películas sobre lo que me fascina.
P. ¿Siempre ha ejercido de alquimista?
R. No, antes era al revés. Empecé haciendo un cine con muy poca gente (Bilbao, Caniche) y queriendo hacerlo todo yo. En mis primeras películas estaba encima de todo. En el montaje no se ha enganchado ni un solo fotograma sin que yo lo supiera, No se colocaba una luz que no decidiera y me pasaba todo el día mirando por la cámara. Ahora, hace ya cinco o seis años que no miro jamás por la cámara. No porque no me interese, sino porque ya sé lo que se ve. En mis rodajes hay siempre un día -y lo compruebo diciéndoselo al ayudante de dirección- en el que empieza la magia. La primeras semanas son crudas, hay que imbuir al equipo de tu estilo, de tu idea. Todo chirría. Pero a partir de la tercera o cuarta semana hay un momento en el que uno pasa a ser Dios, porque la máquina funciona sola. Hay un punto de inflexión que compruebo de la siguiente manera. Acabado de rodar un plano me las arreglo para no decir nada, no dar ninguna indicación, y pasado un tiempo pregunto si ya está todo preparado para la siguiente toma. Y sí, todo está listo casi exactamente como lo quiero. Es a partir de ese momento cuando empiezo de verdad a hacer de director; hasta entonces he sido un hombre empeñado en sacar algo adelante, un trabajo que no me gusta demasiado, tiene mas que ver con ser controlador o capataz, pero no es dirigir. Sólo entonces esta máquina tan compleja que es el cine deja de serlo y empieza a funcionar prácticamente sola. Es cuando empieza la magia.
P. El cine se diferencia de las otras artes en que exige una gran cantidad de dinero.
R. Pero yo no me preocupo de esto; esto corresponde al productor. He luchado para ser sólo director. A veces me tienta ponerme a producir, pero intento no caer en ello. Esto me ha permitido hacer una película casi cada dos años. No quiero tener que esperar cuatro años. Algunas veces me han ofrecido grandes proyectos que representaban mucho tiempo, y yo espero morirme a los noventa años en el rodaje de mi película número 100. Por eso me limito a unos presupuestos, grandes para España, pero moderados para Europa. Hay tres países claves en mi cine que son Francia, Italia y España. Es importante funcionar en varios países. Esta posibilidad me la abrió Jamón, jamón.
P. ¿Tiene un estilo propio?
R. Creo que sí, pero también varía en función de cada película. Cuando muevo la cámara intento que los movimientos no sean gratuitos, que respondan exclusivamente a la necesidad de narrar con la máxima claridad. Me obsesiona la claridad narrativa y creo que existe un lenguaje muy claro para explicar las cosas. Bilbao la rodé prácticamente con una sola óptica y un trípode. Decidí no mover la cámara hasta que no entendiera para qué tenía que moverla. Y esto me enseñó a explicar espacios sin mover la cámara. Ahora, en mis películas, la cámara no está nunca quieta y, sin embargo, he logrado que no se note.
P. ¿Practica la cinefilia?
R. No soy cinéfilo, soy mitómano. Hay películas que no he visto que me da vergüenza reconocer. He querido conservar la posibilidad se seguir siendo espectador de cine, ir a ver una película para divertirme, que es algo muy difícil para un director. Hacer cine me ha dado muchas satisfacciones, pero también me ha privado de otras cosas. Una, por ejemplo, es que no puedo leer ficción, me agoto, porque, inevitablemente, lo estoy convirtiendo en una película. Sólo puedo leer periódicos, ensayo, historia o diccionarios, me encantan los diccionarios. Y no hablemos de lo terrible que, es para mí leer guiones ajenos. Sólo he llevado al cine dos libros, mi primera película, Tatuaje, de Vázquez Montalbán, y Las edades de Lulú, de Almudena Grandes. Todas las otras son historias mías. Me gusta mostrar cosas que a lo mejor la gente no percibe. Y la ironía, una de las grandes armas de la inteligencia, y hacer reír, que es una especulación intelectual. Quiero que mi cine genere ganas de vivir, de comer... Tengo mucho miedo a la muerte, me gusta mucho vivir y quisiera transmitir estas ganas de vivir. -
P. En una entrevista de hace muchos años proclamaba: "El erotismo es una tontería, lo que me interesa es la pornografía".
R. ¿Sí?, bien, me parece divertido, pero he cambiado de opinión. El cine porno se ha convertido en una especie de documental médico-mecánico. El erotismo es un privilegio del ser humano. No hay amor sin erotismo, pero sí que hay erotismo sin amor.
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