Hasta el último barco
La cuestión es esta: planteémonos si pretendemos que España siga siendo un país pesquero, capaz de abastecer a su población la mayor parte de la cuota de pescado que habitualmente entra en su dieta alimentaria, o si, por el contrario, hemos de reducimos a un apetecible mercado de dos millones de toneladas de productos pesqueros que pueden ser suministrados por terceros países.España captura y produce del orden de 1.400.000 toneladas de productos pesqueros e importa otras 600.000 para atender a la demanda de su población. La pesca es, pues, un sector estratégico cuyos efectos en cadena se proyectan sobre infinidad de actividades complementarias y subsidiarias: desde los astilleros a las fábricas de redes; desde la industria del frío a la transformación. Es riqueza nacional; es valor añadido.
Es cierto que, pese a disponer de un perímetro costero de 7.000 kilómetros, nuestra estrecha plataforma continental determina que 2/3 de nuestras capturas se hagan en aguas libres internacionales o en caladeros regulados por convenios internacionales. La flota española ha acumulado, como descubridora y adelantada, un enorme caudal de derechos históricos que en no pocas ocasiones fueron alegremente sacrificados y dilapidados, como ocurrió con nuestro precipitado ingreso en la Unión Europea.
Quienes proponen que poco a poco renunciemos a mantener una flota propia en beneficio de fórmulas transaccionales, como pueden ser las joint-ventures o las sociedades mixtas, nos ofrecen ahora la receta de que, simplemente, arriemos para siempre la, bandera nacional de nuestros barcos y entreguemos lo poco que nos queda a quienes sean más listos o más osados, o tengan menos escrúpulos.
Una sociedad mixta es, pura y simplemente, una fórmula transitoria, un mal menor para ir exportando poco a poco nuestros barcos y nuestra tecnología, y con, ellos valor añadido, empleo y una empresa propiamente nacional. Es un mecanismo para desarmar la extensión de la propia actividad económica específica como parte articulada en la economía nacional. La joint-venture supone el riesgo de que el pescado ni siquiera retome a este mercado que lo demanda, o que, en todo caso, tenga que ser pagado como una importación de un producto extranjero.
Los armadores-independientes, al contrario que algunas corporaciones transnacionales, han sido los únicos en plantar cara a una situación adversa, arriesgando sus patrimonios personales para mantener el empleo y la presencia de España como nación pesquera en todos los mares del mundo.
Si creemos en una comunidad internacional presidida por los "usos del Derecho de Gentes y el Derecho Internacional", tiene que haber otra fórmula que nos, permita seguir siendo lo que siempre fuimos: pescadores.
La acuicultura puede ser un complemento, pero no una alternativa a la actividad extractiva ordenada y regulada conforme a la capacidad de los propios océanos.
Incomprensión
La falta de mentalidad marítima que en nuestro país ha sido causa de grandes desastres nacionales, cuyas consecuencias han padecido varias generaciones de españoles, es una de las principales losas de incomprensión que pesa sobre las espaldas de nuestros pescadores. Es como si ellos solos hubieran asumido, sin el apoyo del resto de la sociedad, la tarea de asegurar a los españoles que pueden seguir comiendo pescado a un precio razonable. La pesca es un sector estratégico, que no tiene más defensores que quienes cada día arriesgan su vida en la mar o su patrimonio y su talento para mantener las empresas pesqueras.
Nuestro futuro tiene que seguir siendo el que nuestra tradición y nuestro interés nacional nos demanda; pero es lamentable constatar que nuestros peores enemigos no están en Ottawa, ni en Bruselas, ni en Oslo, ni en Londres. Nuestro peor enemigo está en Madrid. Se llama desconocimiento, incomprensión, falta de perspectiva sobre el interés nacional. Frente a ellos, la España marítima se reclama defensora hasta el final de una flota acosada y abandonada, que quiere continuar saliendo a la mar cada día para que los españoles puedan seguir comiendo pescado.
Y ahora qué, se preguntarán: nos deshacemos de nuestros barcos, buscamos caladeros alternativos. La derrota que acaban de sufrir la UE y la flota española, como víctima propiciatoria, supone un paso cualitativo, de enormes repercusiones, en orden a la modificación de las actuales fronteras marítimas.
Las organizaciones científicas españolas -sobre cuya solvencia internacional no existe la menor duda- en cooperación con entidades, hermanas de otros países, han determinado, de manera fehaciente, los stocks máximos que pueden ser capturados en las áreas en conflicto. Por abandono e imprevisión, España no ha jugado las bazas en su poder a lo largo de un. proceso cuya solución estaba cantada.
J. R. Fuertes es director-gerente de la Cooperativa de Armadores de Pesca del Puerto de Vigo.
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