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Entrevista:Bettino CraxiAntiguo primer ministro italiano y ex socialista

"Esto no va a quedar así"

ENVIADO ESPECIAL¿Cree usted que Fiat, que montó en la URSS la mayor fábrica de coches del Este, no pagó peaje al partido comunista? ¿Cree que Olivetti, que informatizó Novosti, la agencia de prensa del KGB, tampoco pagó? ¿Va a resultar que el único grupo que ha financiado a los partidos políticos en Italia fue Ferruzzi y que éste, aun siendo de Rávena, donde los comunistas siempre tuvieron gran fuerza, pagó a todos menos al Partido Comunista Italiano y a su sucesor, el Partido Democrático de la Izquierda? Ah, no. Esto no va a quedar así, se lo aseguro. Aunque", añade en otro momento, "la verdad es que, desde aquí, poco puedo hacer".

Bettino Craxi habla incontenible, sin luz ni taquígrafos, sin magnetófono ni notas. Vestido con un chándal gris, el ex líder socialista italiano -61 años, todopoderoso ex presidente del Gobierno en los años ochenta, condenado ya a penas de cárcel por dos de las 40 causas que le convierten en el político italiano más perseguido de tangentópolis- se acaricia alternativamente un pie descalzo, irregularmente envuelto en una venda que cubre una llaga purulenta derivada de su diabetes crónica, y la zona lumbar, donde una hernia de disco le provoca dolores.

Su enorme humanidad -unos 100 kilos de peso repartidos en casi dos metros de altura- reposa entre cojines bajo un porche de la villa de Hammamet, en Túnez, donde Craxi veraneaba desde hace una veintena de años y ahora se ha refugiado. Felipe González le visitó allí en las vacaciones de julio de 1984.

La casa, de una planta, se alza en un terreno de unos 8.000 metros cuadrados de terreno situados sobre una colina a la que se accede por un improbable camino flanqueado de restos de coches corroídos y de basuras. Un alto muro blanco y una gran puerta metálica, decorada con arabescos, cubre la propiedad de las miradas de curiosos. Tras los muros, policías tunecinos dipuestos a detener a todo el que se acerque sin cita previa. El secretario y único staff de Craxi increpa a uno de ellos que pone demasiados problemas de entrada. "Son dos periodistas que vienen a ver al presidente, aquí tiene sus pasaportes", dice. "¡Qué lata!".

La entrevista tiene dos niveles y un inesperado decorado de jaima, ya que el secretario de Craxi reparte gruesos manteos árabes para que también las visitas puedan sobrellevar el intenso frío nocturno que se apodera del porche -"este aire me hace bien", dice el anfitrión-, orientado a un cuidado jardín que termina tras la piscina vacía. Un nivel es el del cuestionario, previamente enviado, y las correspondientes respuestas escritas. Craxi no quiere superarlo. "El problema es que hablo demasiado, y luego se me escapan cosas", dice. "Si quiere, me hace más preguntas y mañana le doy más respuestas escritas". Pero no se resigna al silencio. Y habla a borbotones durante casi tres horas, mientras fuma incontables mentolados.

Pregunta. Usted rechaza el término corrupción y habla de simples ilegalidades en la financiación de los partidos. Una situación que, añade, era bien conocida por todos. ¿Cómo se explica entonces la pasión y la indignación que la publicidad de este tipo de hechos ha desatado en tantos países?

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R. Personalmente, nunca he sido corrompido por nadie ni he corrompido a nadie. Es innegable que en la vida pública de la Administración y de la política existían casos de corrupción. Pero no se trata de un fenómeno de los años ochenta, y lo sabe bien quien conoce la historia italiana. Muchos magistrados, instrumentalmente, han recurrido a la transformación hiperbólica de los delitos y han unido a la financiación ilegal de los partidos otros delitos en muchos casos absolutamente inexistentes, como la corrupción, la prevaricación y la receptación. Gran parte de la opinión pública ha sido sublevada por lo que un escritor francés describió como el circuito mediático-judicial, que, mediante una firme alianza, ha alcanzado un nivel de fuerza, de violencia y de poder contra el que es difícil plantear una acción eficaz de contraste y frente al que resulta prácticamente imposible defenderse. Los cálculos y el comportamiento de hombres y de fuerzas políticas que han pensado en aprovechar todo esto, con iguales dosis de demagogia y de mentira, han hecho el resto. El sistema necesitaba de una corrección, pero sin la violencia aplicada que ha provocado traumas en cadena. Y no hablo de los más de 30 suicidios, de los miles de detenciones, ni del número de familias destruidas. La justicia debe ser justa, serena, equilibrada, objetiva e igual para todos. Es claro que no es esto lo que hemos visto.

(Craxi habló de una "revolución comunista por la vía judicial", proceso que, dice, no culminó porque Silvio Berlusconi se metió en política.)

P. ¿Qué piensa de la la llamada revolución italiana?

R. Es una, revolución falsa, con todos sus héroes ficticios, que ha arrojado el país al caos. Cuando se pueden violar impunemente los principios constitucionales, las leyes del Estado, las reglas de los tratados internacionales, todo se vuelve posible. Los resultados de una falsa revolución, apoyada por lobbies, partidos y grupos movidos exclusivamente por cálculos frívolos de poder, están a la vista de todos. Y lo peor está por llegar.

(Craxi lamenta la desaparición de la política profesional y su sustitución por la videocracia. En ese sentido, su desencanto de hoy con la derecha e izquierda italianas parece real. Afirma que el comportamiento político de Berlusconi, del que ha sido gran amigo, le pone en una situación embarazosa. Pero ataca sobre todo a Romano Prodi, candidato de la izquierda para las próximas elecciones, calificándolo de "viejo arnés del sistema democristiano remozado para la ocasión".)

P. ¿Por qué cree que, más allá del caso italiano, los escándalos han golpeado más a los partidos socialdemócratas? ¿Hay más ilegalidades en el campo de la Internacional Socialista?

R. llegalidades en la financiación de la política han surgido en todo el mundo. Es posible que en algunos países europeos haya actuado una mano invisible con fines de desestabilización. Ciertamente, en Italia han ocurrido cosas que todavía hoy son inexplicables. Todos han entendido que algunos clanes de magistrados han actuado con criterios de discriminación. Pero pocos tienen el valor de decirlo. Una justicia política,

facciosa, persecutoria y, con frecuencia, ilegal y violenta.(El exilio ha agudizado en Craxi la vieja tendencia italiana a buscar lo invisible de las cosas. Habla de responsabilidades políticas en el asesinato de Aldo Moro, citando a Glullo Andreotti y a Benigno Zaccagnini, que quería ser presidente de la República, y recuerda a un misterioso meridional de acento mafioso, desaparecido sin dejar huellas, que le estuvo buscando para contarle algo definitivo sobre la autoría del crimen político más famoso de Italia. Cree saber por qué dimitió el fiscal Antonio di Pietro y qué hará en el futuro, pero se lo calla. Se pregunta por quién puso las bombas de hace dos años en Roma y en Florencia como si tuviera la respuesta, y especula sobre una estructura financiera, presumiblemente internacional, que, en su opinión, habría tenido un papel determinante en la explosión de los escándalos y sus consecuencias.)

P. El Partido Socialista Italiano (PSI) ha desparecido. ¿Cree que es posible que renazca? ¿Piensa que otros partidos so cialdemócratas europeos pueden seguir el mismo camino?

R. El PSI en parte ha sido destruido y en parte se ha suicidado. Una nueva generación lo reconstruirá, pero hará falta mucho tiempo, valor, coherencia y trabajo. Espero vivir para poder verlo. Otros partidos socialdemócratas en Europea se encuentran en posiciones de riesgo, pero creo que lo que ha llegado a ocurrir en Italia no resultará posible en ningún otro país civilizado de Europa occidental.

P. ¿Es verdad, como se dice, que sus relaciones con Felipe González nunca fueron fáciles?

R. Conocí a Felipe González cuando en España dominaba todavía el franquismo. Nuestras relaciones fueron siempre amistosas y fraternas. Fui a Madrid para saludar la vuelta de la democracia a España cuando intervine en la primera Fiesta de la Libertad, y también en Madrid, como presidente de la Europa comuntaria, firmé el tratado para el ingreso de España en Europa. Por lo demás, Felipe González, como los españoles saben, es un personaje de carácter independiente, que para defender una pasión de la que esté convencido no teme afrontar contrastes. Esto le puede ocurrir incluso con los amigos.

(Craxi repite durante la conversación que los socialistas llevan mucho tiempo en el poder en España y sostiene que una excesiva permanencia en el poder es peligrosa porque crea degeneraciones y excesivas presiones para el cambio. Por lo demás, es tan delicado con sus amigos políticos extranjeros como con los italianos, a los que teme "comprometer" si les nombra. Asegura: "No tengo ni idea de cómo se han financiado los socialistas españoles". Afirma que su partido "no tuvo nada que ver" con las comisiones pagadas por la compra de helicópteros Agusta a los socialistas belgas y sólo en relación con los problemas de Willy Claes y los socialistas flamencos se permite palabras duras: "No lo lamento demasiado", dice, "porque hace poco hicieron algunas declaraciones sobre el tema completamente hipócritas".)

P. ¿Daría algún consejo a otros líderes que viven después de usted sobre una crisis política marcada por problemas judiciales?

R. Yo doy consejos sólo a quien me los pide. Y no volvería a hacer todo lo que hice, porque al principio me defendí débilmente. No entendí con qué tipo de justicia me enfrentaba. No podía imaginar que se fuera a llegar donde hemos llegado, a procesos organizados y predeterminados, luego falsos, con sentencias establecidas de antemano. No podía imaginar el encarnizamiento de que he sido objeto, mientras a otros se les trataba con guante de terciopelo, o ni siquiera se les miraba.

(Una pregunta recurrente a lo largo del diálogo es por qué no se decide a dejar de representar El otoño del patriarca en Hammamet, donde vive prácticamente sólo con su mujer, Anna -"estamos algo aislados", reconoce el secretario-, sin salir de casa. ¿Por qué no vuelve a Italia, donde se le sigue pagando su pensión de diputado, y se enfrenta a la justicia? Dice que, en cualquier caso, no podría ir a ningún lado, ya que tiene problemas físicos para andar. Insiste en que a los jueces no vale la pena enfrentarse, porque ya tenían decidido condenarle desde el primer día. E informa: "Hay 40 policías que me protegen en esta casa, y un helicóptero que la vigila. El Gobierno tunecino lo decidió así. No sé por qué, pero es claro que algo han visto. ¿Quién podría garantizarme la seguridad en Italia?". En otro momento, añade: "Además, ya sabe que en cuanto ponga los pies allí...". Y junta significativamente las muñecas.)

Socialismus kaputt

Pregunta. Las crisis de los partidos socialdemócratas en Francia, España o Italia, pero también en países como Alemania o el Reino Unido, donde la oposición no gana a pesar del desgaste de las fuerza del Gobierno, es innegable. ¿Considera que están relacionadas ambas cosas?Respuesta. Las situaciones son distintas bajo algunos aspectos y análogas en otros. La pérdida de velocidad parece evidente. Refleja el desgaste del poder en algunos casos y, por otra parte, una dificultad estructural típica de las sociedades industriales avanzadas. Las clases tradicionales se han convertido en un complejo bastante más articulado de capas sociales. Se ha ampliado el área del bienestar y, por consiguiente, también la tendencia a la moderación y a la conservación. En la sociedad de "los dos tercios y un tercio", la conquista del liderazgo político y de la representación mayoritaria se ha vuelto mucho más problemática y difícil para los partidos tradicionales de la izquierda.

P. El proceso coincide con el hundimiento de los regímenes comunistas. ¿Ve alguna relación entre la crisis de la socialdemocracia y la caída del muro?

R. Tras la caída del muro de Berlín, visité un día Praga. En la plaza de San Wenceslao deposité una corona de flores en el punto donde murió Jan Palach. La corona llevaba la leyenda "Partido Socialista Italiano". Mientras la depositaba, oí que de la gente que estaba detrás mío se elevaba una exclamación en alemán. Decía: "Socialismus kaputt". El socialismo democrático no ha sustituido al comunismo en el Este. El poder ha pasado generalmente a formaciones y coaliciones de centro-derecha. Del mismo modo, en Europa occidental, en los principales países, el contragolpe no ha sido positivo.

P. ¿Le parece paradójica esta coincidencia, habida cuenta de la contribución de los partidos socialdemócratas a la caída del comunismo?

R. Puede parecer una contradicción paradójica, pero, en cambio, se trata de una realidad que induce a la reflexión. Los ejes políticos se han desplazado a la derecha como consecuencia del hundimiento de una construcción totalitaria que era considerada, en cualquier caso, como de izquierdas.

P. ¿Puede confirmar que usted, y no el ex presidente democristiano Giulio Andreotti, fue el político de confianza de Washington durante todo el periodo caliente del debate sobre los euromisiles?

R. Yo apoyé la instalación de los euromisiles en Italia, no para agradar a Washington, sino porque, los soviéticos habían instalado en Europa oriental misiles atómicos que podían alcanzar cada rincón de Italia. Fue lo que les dije en Moscú a Gorbachov y a Grómiko, que insistieron para que renunciara a mi decisión. En Italia, los comunistas me agredieron

por todos los medios, acusándome de propiciar un nuevo rearme militar. Pero sucedió lo contrario. La URSS se decidió a negociar y aquella negociación abrió las puertas al diálogo Este-Oeste. Los gobernantes de Estados Unidos me manifestaron su gratitud política por esto. Andreotti era entonces ministro de Exteriores de mi Gobierno y, como tal, compartió y aprobó nuestra línea y las decisiones consiguientes.

P. ¿Reconoce algún tipo de error personal o colectivo, incluso en el plano de la Internacional Socialista, que explique las crisis de los partidos socialdemócratas?

R. Desde la muerte de Willy Brandt, que la hizo renacer, confiriéndole prestigio y autoridad, la Internacional Socialista entró en un periodo sombrío y no ha tenido el coraje de afrontar los problemas que afectaban de lleno a dirigentes de primer plano y a partidos miembros de la organización. A mí, por ejemplo, que era vicepresidente de la IS, nadie me preguntó jamás por lo que estaba ocurriendo en Italia conmigo y con el partido que dirigía.

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