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Tribuna
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Vean y no se depriman como yo

Robert Altman, que podía haber hecho una buena película sobre la moda, no la ha hecho. No sé si no ha podido (el tema es bastante difícil) o no ha querido (en moda, lo más fácil es tirar la toalla), pero la conclusión es que no ha hecho lo que todos estábamos esperando Robert Altman ha dirigido, para empezar, otra cosa: una película sobre una historia de amor -por cierto, bastante insulsa- que se desarrolla, o se termina, justo en una edición más del prêt-à-porter -ya saben ustedes, una de esas dos semanas en las que París se convierte en el rutilante escenario donde todos los diseñadores franceses, algunos italianos, algunos japoneses y hasta algunos ingleses nos enseñan sus propuestas para el siguiente invierno (en febrero) o el siguiente verano (en septiembre).Robert Altman no hace ni la película sobre la moda ni siquiera la película contra la moda que a todos los que nos entusiasma su forma de hacer cine nos hubiera gustado ver. Aquella cruel, y brillante, disección del mundo del cine, del mundo de Hollywood, que hacía en su Player es lo que ahora queríamos volver a ver. Ese punto de vista, tal vez cruel, pero sin duda inteligente, valiente y serio, es el que nos había prometido (o nos habíamos prometido) y no aparece, ni de lejos, en su Prêt-à-porter,

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Dedales y tijeras contra Altman

Prêt-à-porter es una mediocre película, donde una historia de amor, absurda, entre Mastroianni y Loren, termina con una boutade del tamaño de un piano. ¡Mira que quedarse dormido mientras una estupenda sexagenaria se desnuda frente a ti!

Esa historia de amor se pierde como el Guadiana, y para compensarlo, Altman nos cuenta siete u ocho historietas más. ¡Algo bueno tendrá la película, no?, me dirán ustedes. Pues sí, dos buenísimas, llenas de lucidez y buen humor, un tanto sangrantes: la disputa, por celos profesionales, entre las tres vacas sagradas de la ni oda, las directoras de las revistas Elle, Vogue y Harper's Bazar, que llegan a París a decidir "lo que sí y lo que no", y se enzarzan en una sutil guerra de protagonismos, agravios y esnobismos como sólo se da en este mundo nuestro de la moda. Ése y el divertido enredo entre Julia Roberts y Tim Robbins, que vienen a cubrir para sus medios el prêt-à-porter y se tiran los cuatro días sin salir de la habitación, bueno, sin salir de la cama, bebiendo champaña, haciendo el amor, enomarándose y mandando las crónicas tomadas directamente de la televisión.

Quitando esas dos genialidades, todo lo demás de esta película es una perfecta tontada. Algo, además, muy peligroso, porque a mucha gente la dejará perfectamente predispuesta -una vez más- contra nosotros, contra la moda. Claro que hay vanidad, y frivolidad, y estupidez en el prêt-à-porter; pero también hay trabajo, y belleza, y pasión. ¿Dónde está el trabajo de Armani, o de Donna Karan en esta mirada de Altman de todo lo que no es la perfecta estupidez de la frase con la que se termina la película: "Nunca entendí el misterio de la moda, y me temo mucho que nunca lo entenderé".

¿Dónde está, en fin, el Robert Altman que nos entusiasma en todas sus otras películas? Es evidente que en Prêt-à-porter no. ¡Pasen y vean!, y por favor, no se depriman tanto como yo. Esa película ofende mi trabajo, y lo hace porque, dejándose llevar por las apariencias, ha terminado por no entender nada de todo lo que queda detrás.

Roberto Verino es diseñador de moda.

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