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Tribuna:EL 'CASO ROLDÁN'
Tribuna
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Espejo roto

Desmemoriada como toda comunidad humana, pues sin una dosis de olvido es imposible vivir, la española tendió tal vez a olvidar demasiado sus raíces históricas. Olvidadas las ominosas décadas de la dictadura, enterrada la memoria de la guerra civil, rodeada de melancolía la ingenua esperanza de la República, pasada la página de la oligarquía y el caciquismo de la restauración, nos convertimos en ejemplo del que todo el mundo podía aprender. Pueblo maduro, joven y modélica democracia, nos erigimos en ejemplo de las repúblicas hermanas de América y no faltaron quienes, más atrevidos, se llegaron a Moscú para impartir seminarios sobre el caso español. España era, otra vez, un caso, pero a diferencia del caso que siempre había sido, ahora- se proponía como caso ejemplar. Éramos como Europa, y hasta más que Europa en todos los sentidos, puesto que nuestra lección tenía alcance universal.Y de pronto, toda la historia olvidada, como soterrada en nuestra memoria, se nos ha subido a la cara y el espejo en que nos contemplábamos ufanos cada mañana, sin poderlo resistir, ha saltado hecho añicos. Por aquí, es esta esquirla, asoma retador el gesto de un matón de barrio de los años cuarenta; por allá, la sonrisa del fugado, capaz de burlar todos los servicios de seguridad; más atrás, las muecas de unos políticos que todavía sienten primarias emociones ante la policía uniformada, y en las brumas del exilio, el sinuoso confidente que habla a la vez con la policía y con el presunto delincuente.

Fondos reservados, confidentes, cuentas secretas, hampones, chulos de barrio, fugas: como si no hubiera pasado el tiempo desde que Martínez Anido fuera el hombre fuerte del Ministerio de Gobernación.

El destrozo ha sido tan monumental que se hizo de todo punto necesario emprender una drástica operación para recomponer de nuevo la imagen. A pesar de un rampante escepticismo, la empresa fue acometida bajo el mismo liderazgo responsable del estropicio. Caras nuevas, voluntades más enérgicas, decisiones más firmes, renovación de equipos, defensa del Estado de. derecho y... a trabajar sin detenerse ante las consecuencias. Hasta el final, caiga quien caiga, fue la nueva consigna. Los tiempos exigían un cambio y, aunque con evidentes signos de fatiga, un Gobierno renovado emprendía la tarea purificadora.

No contaron con que esa decisión podía tumbar como piezas de dominó, una arrastrada por otra, a los primeros actores de la trama. Si caigo yo, tú me acompañas, dicen que fue el argumento para templar las ínfulas renovadoras de González. Si yo voy a la cárcel, otros se pudrirán conmigo, clamó el matón; si me cogen, tiro de la manta, amenazó el fugitivo. Y entonces, en lugar de recurrir a la proverbial madurez del pueblo español y contarle toda la verdad posible, pretendieron encerrarnos en el jardín de infancia por ver si podían ahorrarnos la verdad entera. La voluntad de renovación se convirtió en estrategia de ocultación, no fuera a ser que los españoles, asustados como niños, se tiraran de cabeza por el precipicio de su propia historia.

Y en ésas estamos: se han empeñado con tanto ahínco en tratar de ocultar los hechos, que el mayor reproche que tendremos que dirigir a este, Gobierno es su escandalosa falta de confianza en ese mismo pueblo que por cuarta vez le otorgó, aun si a, regañadientes, la suya. Esta es, en efecto, una ciudadanía madura, dotada además de instituciones a prueba de los terremotos provocados por sus mismos titulares-. ¿Por qué, entonces, no confiar si al no hacerlo lo único que consiguen es incurrir en un bochornoso ridículo y arriesgar el crédito y la solidez misma de la democracia que dicen defender? Pues, al final, lo que menos se puede aguantar de toda esta historia de matones y fugados no es que nos hayan pretendido engañar en casi todo y casi siempre, sino en que, al querer ocultamos la verdad, nos han tomado por niños incapaces de aceptar que Roldán, como los' bebés, tampoco viene de París.

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