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Major descubre que su ex ministro de Economía Lamont es su peor enémigo

Isabel Ferrer

ISABEL FERREREl análisis detallado de los resultados del debate sobre Europa celebrado en la Cámara de los Comunes la noche del miércoles, ha resultado muy amargo para John Major, jefe del Gobierno británico. Su ex ministro de Economía Norman Lamont votó con la oposición laborista poniendo en peligro la victoria del Gobierno conservador. Ésta, saldada sólo por cinco votos, ha mostrado que Major preside un Gobierno cada vez más dividido por el futuro del Reino Unido en la Unión Europea.

Lamont fue el único parlamentario conservador que rompió la disciplina de su partido apoyando a sus oponentes. Cuatro de los ocho rebeldes euroescepticos dieron al final su voto a Major; el resto de este pequeño grupo se abstuvo. El primer ministro declinó ayer hacer declaraciones, pero nadie en el partido tory pudo negar su profunda decepción. Lamont, entretanto, aseguraba que sólo podía oponerse a un Gobierno incapaz de aceptar las uniones política y monetaria de Europa como un todo. Una realidad que, según él, debe afrontarse en 1996. "Cuando nadie quiere escucharte hay que llamar la atención de la forma más sonora", explicó sereno ante los micrófonos de la BBC.

Hace pocos meses, Lamont y Major formaban un dúo que parecía irrompible. Su súbita sustitución por Kenneth Clarke, actual titular de Economía, borró su eterna sonrisa. Sus bromas son las más ácidas recordadas en el Parlamento. No pierde ocasión de señalar las dudas de su antiguo amigo. Pero su actuación puede haber sido la última de su carrera política. Los diputados más próximos al Gobierno han dejado traslucir que una deserción así no debe quedar impune.

Unionistas norirlandeses

Pero Major tiene también otros quebraderos de cabeza. Durante el debate comprendió que los unionistas norirlandeses están dispuestos a convertir su oposición a una Irlanda unida en una actitud política de carácter general. Los planes de pacificación para Irlanda del Norte no les complacen, incluso los califican de traición. Convencidos de que están siendo arrinconados, dialogar con ellos será cada vez más difícil. Y los conservadores necesitan sus votos si quieren mantener la mayoría en la Cámara.

Los laboristas, en fin, han acogido su derrota como una valiosa victoria moral. Aseguran que el Gobierno no puede contener a sus propios críticos. Y, lo que es peor, le falta coraje para acallarlos. Tony Blair se dio cuenta de ello el miércoles y aprovechó para convertirse en el paladín de la Unión Europea como "marco necesario para la supervivencia británica". Al hacerlo, intentó perfilarse además como el líder que el país necesita. Cuando Major contraatacó, pareció hacerlo bajo demasiado fuego amigo surgido de su propio bando. La defensa del "papel privilegiado" del Reino Unido en Europa le sirvió de poco en un Parlamento sofocado casi por las rencillas de uno de sus bandos.

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