Guerra audiovisual en suelo europeo
La UE duda entre permitir que EE UU le venda el 60% de su cine y televisión o potenciar el suyo propio
Sábado por la noche en Bruselas, en el complejo cinematográfico más grande del continente, Kinepolis: 27 salas y 7.600 butacas a la sombra del Atomium. Puede que sea la capital de Europa, pero la programación es prácticamente toda norteamericana: Forrest Gump, Acoso y Mentiras arriesgadas comparten cartelera con El rey león en inglés, francés (Le roi lion) y neerlandés (De leeuwekoning), con Pulp fiction, ganadora en Cannes el año pasado, y la popularísima comedia de efectos especiales La máscara. De las 31 películas que se pasan hoy, sólo cinco son europeas; entre ellas, la germano-británica Nostradamus, y Farinelli, una colaboración franco-belga. Esto da una imagen exacta del negocio del cine en Europa, donde las películas norteamericanas se llevan entre el 60% y el 75% de la taquilla.La Comisión Europea quiere cambiar ese cuadro. Sus estudios predicen que las nuevas tecnologías digitales abrirán camino en Europa a cientos de cadenas de televisión, vídeo a la carta, películas interactivas y otras interesantes posibilidades. "Esta revolución", dijo el año pasado el ex presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, "será tan importante como la invención de la imprenta por Gutenberg".
Lo que muchos europeos temen es que también sea una repetición de lo que ocurre en el cine, donde los gigantescos camiones de Hollywood van como rayos por la autopista de la información empujando a los carricoches de los productores europeos hacia las carreteras comarcales. Con alrededor de dos millones de puestos de trabajo y miles de millones de dólares en la balanza, la competencia toma matices casi bélicos. Delors advirtió: "No debemos perder esta batalla de la misma forma en que perdimos la batalla de la electrónica y la informática de consumo".
Estados Unidos cosechó unos beneficios de 8.000 millones de dólares en 1993 (más de un billón de pesetas) -el 60% aproximadamente en Europa- con el comercio internacional de producciones televisivas y cinematográficas, el segundo sector exportador después del aeroespacial. Los contables de Hollywood dicen que el fomento de las ventas en el exterior no es simplemente una cuestión de codicia, sino que también es vital para el crecimiento en un momento en que el mercado estadounidense, que está madurando, hace cada vez más difícil recuperar los costes medios de 30 millones de dólares por película sólo con las ventas en Estados Unidos.
Contraataque o defensa
Los comandantes europeos de la contienda -políticos y culturócratas- no están seguros de qué camino tomar. Unos quieren lanzar un enérgico contraataque; otros, atrincherarse detrás de muros defensivos. Por un lado, la UE presiona para acelerar la liberalización de la telefonía, el cable y el satélite, con el fin de dejar libres los fondos necesarios para invertir en redes actualizadas de comunicaciones. Hay llamamientos a utilizar las garantías gubernamentales e incentivos fiscales, a fin de levantar una industria capaz de competir con Hollywood en los mercados intemacionales.Por otro lado, está en marcha una enérgica campaña, dirigida por los franceses, que pretende dos cosas: elevar las cuotas anti-Hollywood exigidas a las cadenas de televisión para que la mayoría de los programas que se emitan sea de producción europea; y extender la normativa a algunas de las nuevas tecnologías cruciales en la revolución de la información. Delors, francés, era partidario de las cuotas; Jacques Santer, de Luxemburgo, su sucesor en la presidencia de la Comisión Europea, se muestra escéptico respecto a ellas. El ingeniero jefe de la autopista de la información en Bruselas, el comisario alemán Martin Bangemann, alega que serían barreras para la inversión.La semana pasada los franceses sufrieron un revés cuando la mayoría de los ministros de Cultura de la Unión Europea dijeron que nones a la idea de las cuotas obligatorias. Pero el ministro de Cultura francés, Jacques Toubon, prometió luchar "hasta el final". Este fin de semana expresará sus puntos de vista cuando responsables gubernamentales, incluido el vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, y empresarios del sector de la alta tecnología de los principales países industrializados del G-7 se reúnan en Bruselas. Estados Unidos, que quiere que en la reunión se afirmen los principios de libre competencia, regulación flexible y acceso abierto a las redes de información, ha advertido que endurecer las cuotas de televisión europeas sería un paso en la dirección equivocada.
Lo que provoca la preocupación francesa es que algunos de los principales programas informáticos para las nuevas tecnologías incluirán películas, un campo al que la anémica industria cinematográfica europea cada vez aporta menos. En Europa, la asistencia anual de público a las películas de producción europea ha caído en picado desde principios de los ochenta, pasando de 600 millones de espectadores a sólo 100 millones, mientras que el promedio en las películas estadounidenses ha permanecido constante en tomo a los 450 millones de espectadores. Los distribuidores cinematográficos de Estados Unidos han sido también más perspicaces que sus competidores europeos al explotar mercados en expansión, como el vídeo doméstico y la televisión de pago, que en realidad reportan más dinero a la mayoría de las producciones que el estreno en las salas.
Al mismo tiempo, los europeos no están haciendo películas que la gente quiere ver. Joost Bert, presidente de Decatron, la empresa que gestiona Kinepolis y otras 70 salas más en Bélgica, dice: "Solíamos tener una afluencia regular de películas francesas, con gente como Alain Delon y Jean-Paul Belmondo. Ahora, la mayoría de las películas francesas que vemos sólo atraen a algunos aficionados y al propio director". Cuando las conversaciones sobre comercio mundial aumentaron las perspectivas de que los propietarios de cines españoles pudieran verse obligados a pasar más películas europeas, protestaron con un cierre de un día.En contraposición, la robusta salud de la televisión europea desmiente el empeño de la Comisión Europea en una mayor protección. La producción televisiva es floreciente y los programas de cosecha propia ocupan aproximadamente el 65% del tiempo de emisión. Mejor aún, se pasan en horas de máxima audiencia. Como reconoce Pascal Rogard, cabildero número uno de la industria cinematográfica francesa, "la era Dallas de dominio estadounidense ha terminado. Ahora, las grandes atracciones son las series hechas en casa".
De todas formas, la explosión de nuevas cadenas de televisión ha dado como resultado un auge de las exportaciones de la televisión norteamericana, que ahora se embolsa casi mil millones de dólares al año. Aunque eso ha desatado las iras de los perros guardianes de la cultura europea, las cifras son engañosas: las baratas reposiciones estadounidenses son utilizadas como relleno para horas muertas por las grandes cadenas y como programación principal por las que no tienen dinero.
Obligados a examinar con dureza los males de la industria, muchos europeos se dieron cuenta de que "hemos conocido al enemigo, y el enemigo somos nosotros en palabras de Pogo, el personaje de los dibujos animados estadounidenses. Nada menada menos que un veterano contrincante de Estados Unidos como es el antiguo ministro de Cultura francés, Jack Lang, dijo el año pasado en una conferencia en Bruselas: "No se trata de intentar encontrar un chivo expiatorio en remotas costas. La principal responsabilidad es nuestra".
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