Rotundo y merecido triunfo de Tavernier
Paul Newman y 'Smoke' se salvan de la mediocridad de los restantes premiados
ENVIADO ESPECIAL La última película exhibida en el concurso fue con mucho la mejor: L'Appat, apasionante obra del maestro francés Bertrand Tavernier, que se llevó anoche de forma rotunda y con todo merecimiento el Oso de Oro de esta Berlinale repleta de barro cinematográfico. El resto de los premiados, con excepción del excelente filme neoyorquino Smoke, dirigido por Wayne Wamg, y el premio de interpretación masculina, que indiscutiblemente debía llevarse y se llevó Paul Newman, fue un descarado cambalache de intereses y juegos de conveniencias.
La lista de premiados son, además del filme de Tavernier, la película independiente norteamericana Smoke, que se llevó el Gran Premio Especial del Jurado, con una expresa mención a la interpretación que en ella hace Harvey Keitel.El Oso de Plata al mejor director fue incomprensiblemente a las manos del estadounidense Richard Linklater, por su mediocre dirección en el filme Before sunrise. El premio Ángel Azul, concedido por la Academia Europea de Cine y Televisión, Lo recibió el cineasta noruego Marius Holfs, retórico y vacío director de la película Kniver i Hjertet.
El Oso de Plata a la mejor actriz le correspondió a la china de Hong-Kong Josephine Siaio, protagonista de la película Xiatian de Xue, mientras que el veterano Paul Newman ganaba el correspondiente al mejor actor por su creación en Nobody's fool.
Otros Osos de Plata fueron concedidos a la película china Rojo y al absurdo, opaco e incomprensible filme ruso Piesa dlja passashira. Hubo, también una mención especial para la película mexicana El callejón de los milagros, dirigida por Jorge Fons; otra mención especial para la película israelí Sh'chur, y una tercera mención especial para el filme italiano Golpe de luna, dirigido por Alberto Simone. Sólo el mexicano merece esta pequeña y consolatoria distinción.
El jurado
El jurado internacional que concedió estos premios estaba compuesto por la directora de la Filmoteca de Tel Aviv, Lia Van Leer; el búlgaro Georgi Djulgerov; el chino Siqin Gaowa; la austriaca Christiane Hörbiger; la española Pilar Miró; el alemán Alfred Hirschmeier; el ruso Vadim Jusov, y los norteamericanos David Kehr y Michael Kutza.
Si se tejen los hilos de las especialidades profesionales, dimensiones públicas y nacionalidades de estos componentes del jurado internacional, podrá entenderse, aunque sea indicativamente, por un lado que hayan distinguido para encabezar la lista de galardones a las dos mejores películas: no tenían más remedio, pues eran indiscutibles. Y por otro lado, se explica cómo han rellenado el resto de la lista de premios con un impresentable cóctel de descaro antiprofesional y de ombliguismo nacionalista, que es lo único que puede explicar la presencia dentro de esta lista, entre otras de la misma especie, de las citadas películas rusa, noruega e israelí, que están muy cerca de los mínimos profesionales dentro del oficio de hacer cine.
La herencia de Jean Renoir
Á. F.S. Hace unos meses, y a propósito de su bordado de inteligencia y humildad en Vania en la calle 42, tuvimos ocasión de saciar la sed de buen cine que padece Europa en la fuente del primero de uno de los dos cineastas más importantes que tiene Francia actualmente: Louis Malle. Ahora le llega el turno al segundo: Bertrand Tavernier, que desde hace varios años -con La vida y nada más, L627 y el documento La guerra sin nombre, sobre la terrible huella moral, mental y social dejada en Francia por la resaca de la independencia de Argelia- dejó atrás sus viejos esquemas y sus balbuceos iniciales, para comenzar a hacer cine vivo y de alta precisión.
Eso es L'Appat: vida humana y matemática visual combinadas con tanta exactitud y llevadas a un estado de complementariedad tan equilibrado, que sólo puede ser síntoma de la irrupción de la etapa de madurez en la filmografía de un cineasta superdotado, que ha transcendido los dilemas entre fondo y forma, propios de los procesos de formación de un artista, y logra ya fundir a ambos en un estadio superior.
La representación que Tavernier logra en L'Appat de los comportamientos de un grupo de muchachos parisienses, que emerge de la zona subterránea, oscura y anónima¡ dé la sociedad francesa, en busca de identidad y de caminos de escalada a cualquier precio en las rampas de la jerarquía del dinero y del poder, es literalmente perfecta. Y atroz, durísima, pese a no incurrir en imágenes del exceso, o tal vez por eso mismo, pues deja en nimiedades, en bobadas sanguinarias y en estética propia de bebés gritones que intentan llamar a toda costa la atención, a la actual oleada de jóvenes cineastas fascinados por la representación de la violencia de la gente de su edad.
Es más: se trata de un filme demoledor para la idea de que existe de forma diferenciada ese supuesto cine de rebeldía, generacional, pues Tavernier aniquila los clichés de esa supuesta rebeldía, situándolos en el marco de los comportamientos 'humanos generales, no específicos de una edad sino de un tipo de existencia y de encerrona colectiva que la hace posible e inteligible.
L'Appat da por consiguiente un baño de racionalidad, de humanidad y de enteinmiento a ese brote de ferocidad en las junglas urbanas contemporáneas que se ha convertido en mina de cine fácil para directores y guionistas superficiales y con ganas. histéricas de renombre, gente que ignora el abismo que separa el exceso de la exageración. Tavernier vapulea esta ignorancia, al representar el exceso absoluto sin acudir a ninguna exageración; a la violencia total sin recurrir a la salsa de tomate; a la vulneración de toda norma sin acogerse al más mínimo regodeo en la visualización y la plástica del crimen y la transgresión.
Babelia
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