Santa Gadea y los mercados
Explica Rafael Sánchez Ferlosio (EL PAÍS, 14 de enero, 1995) la entrevista de Gabilondo al presidente Felipe González el martes pasado en TVE como una nueva escenificación de Santa Gadea donde los castellanos hicieron jurar, en el año 1072, al monarca leonés Alfonso VI que no había tomado parte en la muerte de su hermano Sancho, de quien precisamente venía a heredar Castilla. Y, como Ferlosio subraya, el que Alfonso VI pudiese cometer perjurio no menoscaba el valor institucional del hecho de que, el rey mismo pudiese ser obligado a responder de sus acciones. En todo caso, la Jura de Santa Gadea devolvió la confianza a los mercados segovianos del ganado y de la lana y la cría del merino pudo reemprender la línea expansiva.Aznar, en su entrevista de réplica, antes de expresar cada una de sus cautas opiniones, se enceló repitiendo una y otra vez las letanías del desastre del Gobierno socialista, desde el Virgo Potens de los hermanos Amedo hasta el Mater Misericordiae de los Marianos, Conchas, Roldanes, de las Rosas, Condes y Filesas, eludiendo cualquier mirada crítica sobre el propio campo donde las irregularidades en la Junta de Castilla y León, en la Diputación Regional de Cantabria, en el Govern Balear, en la Televisión de Galicia, en la construcción de Burgos, o en la financiación del PP, incluidos los ingeniosos sistemas de Sanchis, Naseiro y Palop, siguen a la vista sin que se depuren responsabilidades.
En esos mismos días de agitación, Beatriz de Moura, editora de Tusquets, concluía imperturbable la traducción al español de La lentitud, última novela francesa de Milan Kundera. En su texto, a partir de algunas pruebas empíricas, el escritor checo sostiene que la velocidad es inversamente proporcional a la memoria. De ahí, por ejemplo, que aceleremos el paso cuando nos sobrevienen recuerdos indeseados. Por eso también la nueva velocidad incrementada que Pedro Zola imprime a las revelaciones de esos dos patriotas desinteresados, los hermanos Amedo, que han escrito ya páginas de finura literaria imperecedera como las del diálogo con Eligio Hernández, anterior fiscal general del Estado.
Por el momento, todo el estruendo anterior de entrevistas y seriales debidamente orquestado ha logrado al menos invalidar las buenas cifras económicas de paro, inflación y consumo, así como el posible efecto positivo de las reducciones anunciadas del gasto público y la más exigente disciplina presupuestaria. Entre todos, con tenacidad, se ha conseguido aturdir a los mercados, contagiarlos de incertidumbres extrapoladas al máximo que por saturación han saltado al fin a las páginas de la prensa extrajera de prestigio. Así, la peseta se aflojaba frente al marco y algunos inversores levaban anclas. Todo un logro que anima a perseverar en el hundimiento.
Felipe González, que fue un valor añadido a nuestro país durante años, es ahora presentado y ponderado como un valor sustraído, como el impedimento decisivo para que se cumpla la recuperación económica que avanzan las cifras de las variables económicas básicas antes citadas. Y saltando por encima de las percepciones, los sentidos pervierten su testimonio al servicio de una función mental donde las convicciones crean la evidencia. Se impone el recuerdo a don Estanislau Figueras, primer presidente de la I República, quien se vio enfrentado a dificultades tales que, a pesar de su esmeradísima educación y de su pulcritud extrema, presidiendo un Consejo de Ministros dijo en catalán: "Señores, no me puedo aguantar más. Les voy a ser franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros". "Ese nosotros", acota Josep Pla al referir la frase anterior, "demuestra hasta qué punto era Figueras comprensivo y tolerante".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.