Que ni pintado
Telepredicador antes de tiempo, era Lope de Vega hombre que se expresaba divinamente cuando nos persuadía por adelantado de que la vida. humana, aun sin venir al mundo Amedo, que es confluir, tiene que ser por fuerza un mar de dudas: "Por eso hizo Dios su fin incierto, / para que mientras más incierto fuese, / más cerca nos parezca de ser cierto". Así, pues, de la inseguridad arborescente de no saber jamás cómo ni cuándo, se desprendía la tradicional fruta del humilde convencimiento: "En el instante menos pensado, izas!, esto se va al carajo". Que la popularidad de Lope sólo es aquí de oídas parece demostrarse con la actual tendencia a arrancar de la íntima convicción Para, a renglón seguido, anemigos en los pantanos de las incertidumbres generales. De ahí que todas las variantes de un mismo empeño ("esto se tiene que acabar") tiendan a poner en tela de juicio, aunque ése en nada sea su propósito, la peregrina, obcecada y hasta unánime idea de que la cosa nuestra puede llegar a tener un fin. A fin de cuentas, de un pasado consensuado entre vencidos (los menos) y vencedores (los más), hemos ido a parar, si la amnesia no nos falla, a un presente sólo habitado por convencidos (los más) y convencedores (los mismos), dispuestos ambos a persuadirnos de que sólo la sucia perplejidad, tan dada al pesimismo, es la real causante del fenómeno: que lo nuestro no llegue nunca a término.Por fortuna, que es la que, bajo diversos disfraces, todavía manda en esta vida, hay personas clarividentes que no se ofuscan con los principios ni con los fines tampoco. Fijémonos bien en Carmen Cervera, baronesa Thyssen, espejo de un obrar desligado de los trajines coyunturales. Ella ha tomado la inusual decisión de otorgarle, a la vida algo mucho más preciado que convicciones o titubeos sociológicos: el arte en toda su pureza. Y arte extremo es el suyo, desde luego, cuando, en medio de un panorama ahíto de sombrías sospechas, concibe y lleva a cabo una línea de moda clara que va a causar revuelo. Utilizando al barón de percha, que ya es prendarse de lo más querido, acaba de crear una serie de trajes, bañadores, corbatas y batas con. tejidos que reproducen un exótico y célebre cuadro, MataMúa, que los barones adquirieron no hace mucho para su espléndida colección. Una segunda piel, sensual, para aliviar los roces con la: vida.
El propósito de nuestra baronesa es veste a los prosaicos habitantes de este país. Pero, mientras tanto, hay artistas que intentan exponer su obra, como sea, en los más famosos museos internacionales. Éste es el caso de Jack Mc Lean, autor de diminutas esculturas, considerado ya como un "violador profesional del espacio artístico". Su curioso, astuto e ilegal proceder, capaz de despertar enorme simpatía, consiste en fabricar esculturitas casi invisibles, a base de resina y papel de aluminio, que luego distribuye y coloca con la misma técnica sigilosa que algunos guarros utilizan para dejar un chicle debajo de una mesa. El pollo ha realizado esos montajes clandestinos (detrás de los cuadros, junto a la cerradura de una puerta o aprovechando alguna rendija del suelo) dentro de la Tate Gallery, en el MOMA y en el Centro Pompidóu. Nadie puede asegurar que Jack Mc Lean no esté a punto de salpimentar con sus microesculturas el soso y petulante territorio de lo crudo y lo cocido que alberga ahora el Museo Reina Sofía. Mas si ello sucediese en las próximas horas, ¿como procedería el juez Garzón?
En manos de los jueces anda ya, y en España tendrá repercusiones, la avalancha de falsos cuadros atribuidos al pintor Basquiat. En París, el escándalo ha caído sobre la cabeza del galerista Daniel Templon. En Nueva York, sobre las manos demasiado hacendosas del marchante Baghoomian. Que nadie haga, por consiguiente (sic), corbatas basquiatianas sin cerciorarse antes de la autenticidad del original. Aunque, en realidad, el arte callejero norteamericano vuelve a echar mano, sobré todo, de las pancartas. En una de ellas, enarbolada con desenvoltura por una hermosa mujer de color, la solidaridad con O. J. Simpson tiene el destello de la contundencia: "Culpable o no, te queremos". Normal, claro, que más de uno de por aquí se esté muriendo de envidia...
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