Un trozo del Madrid alegre y lúdico
EDUARDO HARO TECGLENItinerario sentimental por la madrileña calle de Alcalá y uno de sus edificios, el que alberga al Círculo de Bellas Artes, hoy al borde de la suspensión de pagos pese a ser un símbolo histórico de una cultura ansiona de libertad.
Probablemente, la calle de Alcalá -pronúnciese c'alcalá- pretendió ser la rival de la Gran Vía; ésta tenía un casticismo de género chico, cuando Alcalá, desde Sevilla-Peligros al Círculo de Bellas Artes, era modernista. Afrancesada de su tiempo prerrepublicano, del alfonsino decadente: parisina o, como he oído decir -y recoger en algún diccionario libre-, parisiaca; rico vocablo en el que se mezclaban París y el paraíso, que muchos han tenido por común (y es que no fueron nunca a ninguno de los dos). No hay que confundir con el otro afrancesamiento, el de más allá de Cibeles, hasta los Jerónimos: ése era -y es- del tipo borbónico extranjero. La calle de Alcalá se hacía cosmopolita y audaz en la época posible, con sus teatros de revista y sus cabarés -el género ínfimo-, sus casinos con sus zonas reservadas de juego, las grandes tiendas de cueros, cristales y ropas.Este fragmento de Alcalá tiene dos grandes edificios: por arriba, el Alkázar -Franco le quitó la k, como llamó Pequeños Suizos a Les Petit Suissesÿ otras cosas de reconquistador; la guerra y los anarquistas lo llamarían teatro Lope de Vega, a lo mejor porque Alkázar sonaba a Palacio, y todos se la cogían con papel de fumar: nadie ha escapado a lo políticamente correctoäun antes de su invención-; por abajo, el Círculo de Bellas Artes. Por detrás o al lado, callejas vergonzantes: por la de Arlabán entraban al Alkázar los ligones y los jugadores embozados del edificio de garçonniçres y garitos-; por la del Marqués de Casa Riera el papá de Fabiola; y de Fabiolo; el Círculo está hecho sobre lo que fueron sus jardines-, a la piscina del Bellas Artes (hoy teatro: el feudo de los Tamayos), donde había piculinas (palabra perdida: en el diccionario de Víctor León, Alianza, queda solamente definida como puta, qué rudeza, como si no hubiera matices en la palabra dorada y cariñosa tomada del italiano piccolina; en el de Ramoncín, Temas de Hoy, es sinónimo de pilingui, perico, perica, lumi); y por ella se podía ascender al último piso, donde también estaban ellas, con matices: como modelos de los estadios de pintor, junto a los que estaban los reservados para socios. Y en el centro, las salas de juego.
Está claro por dónde iba el Madrid parisiaco, y a qué apuntaba el Bellas Artes: claramente, a una libertad de costumbres, la propia de los artistas, de los escritores, de los músicos que lo formaron. Contra los otros casinos: el de Madrid o el Militar, de ancianos residentes, más hechos a la manera inglesa del club, donde no entraban mujeres. Pero a las que se veía, se remiraba. En todos ellos, y también en el de Bellas Artes, estaban los grandes sillones de mimbre, y los miradores de los viejos verdes: aún están en el de Bellas Artes los gigantescos ventanales en lo que ahora es café, con una estatua, creo que de Moisés Huerta, en el centro: un desnudo bellísimo. Hay otros en el edificio de Antonio Palacios, 1926.
Lo que nos vuelve a su intención de cultura y de arte. Si quizá he insistido en el carácter amatorio y lúdico de todo este trozo de calle, y sus cafés, y sus antiguas floristas de todas clases, y sus teatrillos del género ínfimo, es porque era una cultura ansiosa de libertad, y casi una respuesta a la oficial y relamida escuela de Bellas Artes de San Fernando (arriba, cerca de Sol: hoy es la Real Academia de BA, que alberga el segundo mejor museo de España, y el menos visitado) en un sentido de modernismo.
Amparado ya el Círculo por los escritores y artistas que iban a la Granja del Henar (en tomo a Valle-Inclán, a Azaña); y los que cruzaban de Forros, y de Apolo. La Minerva que coronó el edificio contaba su propósito. Aún está allí, y temo que los tres mil kilos de su bronce estén aplastando ya la reblandecida fachada, de la que a veces caen cascotes. (Acerca de Valle, que subía a las salas desde la Granja: en las salas de juego, en la que hoy se llama de las Columnas, vio al capitán Sánchez y escribió la glosa del militar asesino, que se llamó La hija del capitán: Valle-Inclán no necesitaba asomarse a los espejos deformantes para escribir el esperpento, porque estaba delante de sus ojos de paseante madrileño. Como ahora, si viviera un Valle).Todo ese trozo de Madrid lo desmoronó Primo de Rivera: no que él no bebiera, no que él no jugara ni amara a las señoritas de los tablados -la Caobita; ma petit acajou, he oído de viva voz contar que traducía así su nombre en el exilio de París-, sino que no quisiera que lo hiciesen los demás. Sólo faltaba Franco, que ni siquiera tenía los vicios personales humanos, aunque pudiera tener muchos de los inhumanos.
La calle de Alcalá, entre Sol y Gran Vía (y aun la Gran Vía se quedó con algo que, por su calidad, debía haber ido de Alcalá: Chicote, y sus damitas vestidas de negro con collares e perlas y polvos Tokalón), fue muriendo por la prohibición del juego aIgunos conserjes el Círculo pusieron garitos por su cuenta, en pisos vecinos), por la moralidad de sus ocupantes (lo presidió Joaquín Calvo Sotelo), por el final de sus bailes de Carnaval, que eran escandalosos (la colección de sus carteles es un tesoro artístico: se expuso hace poco), y ahora, en fin, de pobreza.
Los socios tendrían que pagar un dineral para sostenerlo con las cuotas; el socialismo lo dejó reducir a la vulgaridad y a la pobreza; nadie subvenciona nada que huela a cultura; la esponsorización terminaría por hacer de él un banco, como en toda la calle; y los centros de la vida se han ido hacia otras partes. Nos decimos todos, unos a otros, que algo habrá que hacer. Como en tantas cosas, no sabemos qué.
Babelia
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